En la cultura popular y la memoria colectiva a escala planetaria Bambi (David Hand, 1942) es recordada como la película que traumatizó a generaciones de niñeces al proporcionar al público infantil una primera y lacerante experiencia de la muerte: el destino final de la madre de Bambi por obra del disparo de un cazador furtivo.
Más allá de la deuda de gratitud que la comunidad internacional de psicólogos contrajo con Walt Disney, Bambi fue una película inédita para la compañía también en varios aspectos. Por un lado, se alejó de esa tendencia al antropomorfismo propia del estudio Disney y devino en una película de animación con pretensión de documental, pero cuya mirada sobre la naturaleza y la cuidadosa y realista recreación del mundo animal no fueron en desmedro de la construcción de un personaje encantador, carismático y entrañable. Por otro lado, para la historia de la cinematografía, la mencionada muerte de la madre del cervatillo es ejemplar en términos de elipsis. El fuera de campo en que transcurre la cacería mortal se contrapone a la literalidad y la impiedad presentes en otras muertes trágicas del mundo Disney tales como la de Scar en El rey león (1994), la de la villana Úrsula en La sirenita (1989) o la del padre de Mufasa en el reciente film homónimo. Así, Bambi dio cuenta de las virtudes y de la eficacia narrativa de la elipsis: con ese recurso produjo mayor dramatismo, ríos de lágrimas y emociones más perdurables.
Bambi, una aventura en el bosque, la película francesa de Michel Fessler, (La marcha de los pingüinos), tiene que lidiar con las inevitables comparaciones con la producción de 1942, con las sombras de un personaje icónico y el fantasma de una obra de arte de la animación que adquirió el estatus de clásico cultural y que ya forma parte de las crónicas nostálgicas sentimentales de generaciones. Con tamaño punto de partida, el riesgo era demasiado y tenía pocas posibilidades de salir airoso. Al ver los resultados, también queda clara la astucia de la factoría Disney de, transcurridos ya 80 años, no intentar hacer una remake fotorrealista de Bambi, al estilo de y tal como lo viene haciendo, por ejemplo, con la saga de El rey león.
Ya desde su título literal, Fesser quiere alejarse de su principal fantasma y nos recuerda que Bambi no es una creación original de Disney sino la adaptación de Bambi, una aventura en el bosque, una novela de 1923 del húngaro Felix Salten (quien paradójicamente era un furibundo cazador de animales y como curiosidad había incursionado anteriormente en libretos para cabaret y literatura erótica). Al igual que Salten –y queriendo ser lo más fiel posible a la novela–, Fesser se centra en la vida del antológico ciervo desde su nacimiento, pasando por su infancia y el ingreso a la vida adulta tras el rito de iniciación que constituye la pérdida maternal y la llegada de la pareja y la paternidad.
En su momento, el fulgurante éxito de Salten en el mercado literario estadounidense –que le valió a su vez la entrada a Hollywood– fue gracias a la difusión que supuso la traducción de la editorial Simón & Schuster, cuyo cofundador, Max Schuster era judío de origen alemán como el propio Salten. Esos datos, más el hecho de que la película fuera estrenada en 1942, pleno auge de la Segunda Guerra Mundial y de las políticas antisemitas conocidas como la “solución final”, propiciaron que Bambi fuera leída por no pocos cientistas sociales no sólo como una denuncia de la crueldad humana, sino también como una fábula-metáfora del terror y la persecución que los nazis desataron sobre los judíos.
La creación de Fesser coincide con la animación al volver al universo Bambi en otra época de crueldad, en otra etapa destinada a formar parte de la larga noche de la infamia de la historia de la humanidad: el triunfo mundial del capitalismo más despiadado. En ese sentido, tiene el mérito de devenir documento que da cuenta de su época de producción. No solamente porque los malvados (que, en este caso, a diferencia del film original tienen una breve aparición en escena que resulta premonitoria de la tragedia) son nuevamente los humanos, sino también porque el mundo salvaje que presenta se asemeja demasiado a la ley de la selva, al “sálvese quien pueda” y al darwinismo social explícito de las propuestas neoliberales. En su versión de animales reales (con efectos de ayuda digital que, por momentos, se tornan demasiado evidentes), exquisita fotografía y delicada música, Fesser busca y por momentos alcanza un efecto poético que contrasta con el tono austero, parco y estrictamente documentalista de la relatora. Con ello, logra un producto estético en lo formal, políticamente correcto en cuanto a su mensaje ecológico, pero, que no construye un personaje angelado, no conmueve y probablemente no seduzca a público de ninguna franja etaria. Incluso el clímax de la emoción es resuelto con una descripción en off carente de efectos dramáticos: “Para Bambi, afrontar la ausencia de su madre es un desafío. La tristeza es un profundo frío interior. Aún no sabe que durará para siempre”. «
Bambi, una aventura en el bosque
Dirección: Michel Fessler. Guión: Michel Fessler, basado en el libro de Felix Salten. En cines.