“Fue algo histórico, el año pasado entramos con la marcha al corazón de la villa. Ahí donde creíamos que nos iban a hacer coladera los narcos, porque es el territorio donde no entra nadie más y leímos el comunicado”, cuenta Ana Gamarra. Ella es cocinera comunitaria, militante del Frente de Organizaciones en Lucha (FOL) y vecina del Bajo Flores. Habla de la movilización del 8M que desde hace 9 años se realiza dentro del barrio como iniciativa de la Red de Docentes, Familias y organizaciones. Dice que el año pasado fueron más de 500 personas detrás de la bandera de arrastre que reza: “Ni encerradas ni desaparecidas, con vida y derechos todas las pibas”.
Una Red para que aparezcan las pibas
Mientras algunas mujeres rallan zanahorias en el patio o ponen a hervir huevos para las viandas, Ana recibe a Tiempo en un aula del comedor comunitario Las Guerreras y espera a que lleguen otros integrantes de la Red. “Estamos por dejar esta casa dentro de poco, ya no nos alcanza para el alquiler”, comenta con tristeza.
El Bajo Flores, caminos sinuosos, algunos de asfalto, pasillos de tierra, edificaciones en altura, ángulos imposibles, pelopinchos en las veredas, paredes que hablan y recopilan los nombres y rostros de los asesinados por la bala policial pero también por la violencia social. En ese territorio complejo, en 2015, un grupo de docentes fue alertado de que había niñas y adolescentes que desaparecían. “Algunas mamás de la escuela se dieron cuenta de que a sus hijas las estaban acosando por Internet, lo que se llama grooming. Se lo contaron a una compañera que es educadora popular y ahí nos empezamos a reunir con algunos profes”, dice Damián Brescher, docente de nivel inicial y militante de MP La Dignidad.
La Red nació así, de la necesidad de abordar la problemática, investigar y activar alguna respuesta. “Al principio, todo era miedo, incertidumbre. Las adolescentes, en algunos casos, estaban atrapadas en ese juego perverso del grooming. Pero también había casos de desaparición yendo a la escuela o volviendo a la casa”, cuenta.
La Red comenzó a reunir no sólo a docentes, sino a los diversos actores sociales que realizaban tareas dentro de la comunidad. Nunca tuvo una sede, la esencia itinerante le dio una presencia en todo el territorio: plazas, canchitas, escuelas, comedores, locales de organizaciones, incluso frente a instituciones como el IVC, la única presencia concreta del gobierno de la Ciudad dentro del barrio.
“A partir de la conformación de la Red, cada piba o pibe que desaparece lo recuperamos a la semana, semana y media”, asegura. Junto a profesionales de la Universidad de Buenos Aires elaboraron un protocolo de búsqueda y articulación con los organismos estatales. “Esto demuestra que es posible dar respuesta y soluciones a temas puntuales con organización, criterio y trabajo. La Red tiene un protocolo de intervención que es absolutamente eficaz. Todas las pibas que buscamos, aparecieron. Entonces, si un grupo de madres, compañeros de organizaciones sociales y docentes pudo armar un protocolo y dar respuesta de manera eficaz, ¿Cómo no lo puede hacer la política estatal?”, se pregunta Griselda Galarza, docente y directora de la escuela secundaria del barrio.
La pandemia, un hito para la red
Para la Red, que cumple 10 años de existencia, la pandemia del Covid-19 que mandaba a todos quedarse en sus casas, a ellos los sacó a la calle. Ahí se unieron para sobrevivir. “Fue una gesta la pandemia, conmovedora, hubo una constatación en términos de humanidad. Porque los compañeros y compañeras estuvimos en el territorio, caminamos, puerta por puerta, por cada pasillo. No sólo se hizo asistencia concreta en términos de donaciones, alimentos, sino que íbamos con una planilla”, recuerda Griselda. De esta manera, elaboraron un informe de la situación de las familias y en plena emergencia sanitaria, marcharon junto a 400 personas al IVC.
“Nos juntamos porque solos no podíamos abarcar todo el barrio, sino entre muchas orgas, la Red y todo el mundo se puso a trabajar”, dice Ana, que durante la pandemia también gestionaba el roperito comunitario. Y aunque ya pasó el tiempo, la tristeza está presente entre Las Guerreras, que perdieron una de sus cocineras comunitarias por Covid en ese momento. Aquella gesta que los nucleó también parió otros espacios feministas, como las reuniones de mujeres vecinas del barrio, que cada viernes hasta la actualidad se juntan a compartir sus vivencias. “Para mí es un espacio de contención, entre todas nos sostenemos, es como mi refugio”, asegura Ana.
Un feminismo popular que marcha con los varones
“Hay algo de marchar adentro del territorio que tiene que ver con recuperar el espacio. Decir que nosotras también podemos caminarlo, que no es potestad ni dominio de los varones o de la lógica del te meto miedo, te vigilanteo, te sigo”, asegura Griselda. Refiere con esto al poder del narco dentro del barrio y a la política de autorregulación de la seguridad a la que dejaron librada al sur de la ciudad todos los gobiernos. “También marchar hacia dentro del territorio es visibilizar que hay otras situaciones que no entran en el manto del feminismo blanco, clasemediero, academicista y europeo”, señala. Porque las mujeres que sufren violencia de género en el Bajo Flores, asegura, no tienen todos los recursos y herramientas que las de clase media.
Ana coincide y agrega: “Esto es el feminismo popular. Y nosotras nos hemos dado cuenta que los hombres también tienen que estar incluidos en nuestra lucha, no solo en la marcha. También en los talleres, porque el acompañamiento muchas veces lo hacen los compañeros varones. En casos de violencia, nos acompañan nuestros hijos, y van aprendiendo. Y siento que es algo que el feminismo lo tiene que hablar muy seriamente. Ellos tienen que aprender o desaprender todo lo que aprendieron”.
Los ejes del 8M en el Bajo Flores
Este año, la marcha del 8M organizada por la Red del Bajo Flores tuvo entre sus ejes la denuncia por la persecución a compañeras y compañeros de las organizaciones sociales y el desfinanciamiento de los comedores, en su mayoría gestionados por mujeres y cada vez más colapsados. “Adentro de la villa se quedan durmiendo, ranchando en diferentes lugares arriba de 300 personas en situación de calle, cuyas necesidades mínimas absorben los comedores comunitarios. Es un sondeo que tienen las organizaciones, olvidate que el Estado lo va a hacer”, menciona Griselda Galarza. También reclaman por el incremento de la pobreza y el hambre, así como la exigencia de seguridad comunitaria y la implementación de senderos seguros. “Otro tema es el de la salud por el altísimo índice de tuberculosis que tenemos”, asevera.