Uno de los primeros estrenos de cine del año será esta gran producción en la Patagonia, donde la geografía y los modos de vida condicionan los deseos y las relaciones entre sus habitantes. Esos mismos condicionamientos aportó al trabajo sus protagonistas. Sobre los silencios, las soledades, las formas de relación y la violencia, Tiempo dialogó con sus tres protagonistas: Soledad Villamil, Joaquín Furriel y Alejandro Awada.

-En la película los silencios y las miradas articulan el relato y las relaciones entre los personajes. ¿Cómo trabajaron ustedes esos elementos?

Alejandro Awada: -El silencio narra muchísimo. La palabra está, pero como dice Soledad, abajo de la palabra hay un iceberg enorme de silencio. Construimos una historia alimentada por el silencio, la intriga y el suspenso. Por suerte llegamos a un momento en el que todo eso salía naturalmente, porque la presencia del silencio y de la mirada entre nuestros personajes cuenta mucho. Esos elementos son fundamentales porque todos los personajes de alguna manera esconden algo.

Soledad Villamil: -Sobre esto hablamos mucho mientras preparábamos la película y ahí Sebastián puso el acento. Es una película de pocas palabras, muy seca. Todas las cosas que había que contar se necesitaban contar también a través de la mirada. Era un desafío y creo que por suerte se consiguió. Parte de lo que el espectador tiene que entender está puesta en las miradas de los personajes. Ahí hay algo que propone el mundo de la película, que son estos personajes cerrados, ermitaños y poco hábiles para la comunicación. Hay mucho de lo que no pueden o no quieren hablar. Hay mucho en el pasado, los personajes están cargados de lo que no pueden decir y ocultan. Creo que en el título, Una muerte silenciosa hay una pista importante, porque el silencio cuenta un montón.

Joaquín Furriel: -Yo tengo una gran fascinación por el silencio y por la soledad. Como actor disfruto de habitar el silencio, trabajarlo y ver como el personaje está dialogando consigo mismo. Que el espectador pueda ver que uno está vivo sin hablar me parece la zona más enigmática y más atractiva de la relación que construimos con ellos. El espectador tiene la posibilidad de involucrarse en tus pensamientos, en tus emociones. Como dicen ellos, trabajamos con Sebastián qué mostrar del personaje en cada una de las situaciones. Es un trabajo artesanal y detallista sobre lo particular. Octavio es un tipo que por su trabajo está siempre en silencio, escuchando sonidos que lo guíen a su presa. En las semanas previas estuve con cazadores en la Patagonia para conocerlos y notaba eso, lo hipersensibles que son con los sonidos, siempre están como al acecho.

Soledad Villamil y Joaquín Furriel.
Foto: Mariano Martino

-Eso es lo que cuenta el primer plano de la película.

J. F.: -Exacto. Ahí tenés presentado lo que yo llamo un carácter, que es cuando en un plano un director encuentra la síntesis del mundo que propone. No hay un actor haciendo un personaje, ahí entra todo un mundo. Es una película con un paisaje espectacular y en el personaje está la corporización humana de ese espacio. Es un tipo que está metido ahí, que vive dentro de ese paisaje.

-Mencionás el paisaje y, además de darle un marco bellísimo a la historia, es en parte un protagonista involuntario. ¿Cuánto les aportó como actores el clima, el vestuario y los lugares que habitaban?

A. A.: -El espacio es extraordinario y enseguida nos metió en el clima de la historia. Un paisaje como ese te invita a sentir de determinada manera. La Patagonia es inmensa, los caminos son muy largos, entonces vas llenando esos espacios con silencios que narran, y con miradas que de alguna manera se complementan entre los actores y los personajes. Teníamos una hora de viaje hasta la locación, y en esa hora teníamos la chance de ir entrando de a poco en los personajes y en la situación. Tuvimos la generosidad del espacio para encontrar nuestro propio clima, nuestros propios silencios y nuestras propias miradas.

S. V.: -El clima y la geografía de la película fueron indispensables en la construcción de ese mundo. Obviamente que nos juntamos en Buenos Aires e hicimos pruebas de vestuario, ensayos y lo habitual antes de empezar a filmar. Pero cuando llegué a esa geografía, a la nieve, al frío y al viento tuve la sensación de que ese lugar es protagonista y nos cambió todo. El hecho que sea una película de época también para mí fue en el mismo sentido. Hoy vas a la Patagonia y te ponés una campera finita y una remera polar, pero ahí estamos todos con esas botas de cuero pesadas, yo tenía un gamulán y suéter de lana que son pesadísimos. Las camionetas de esa época también son parte de esa sensación que cruza toda la película. Todo es muy grandote y pesado, y teníamos que movernos con eso.

Alejandro Awada.
Foto: Mariano Martino

-Decían que todos los personajes esconden algo y en la película nada es lineal. ¿Cómo es la evolución de cada uno de ellos?

J. F.: -Octavio es un tipo que está todo el tiempo buscando una presa. Su sistema de sentidos está permanentemente alerta para encontrarla. Los clientes pagan sus excursiones para cazar ciervos, así que necesita conseguir una buena presa, porque cuanto mejor sea, mejor va a ser el pago. Cuando le matan a alguien esencial en su vida, de alguna manera la presa empieza a ser él. Toda la lucidez que tiene como guía no la tiene para descubrir quién está detrás de esta tragedia. El dolor impide la lucidez y eso no le pasa solo a Octavio, sino a todos los personajes. Cuando ocurre un crimen en un pueblo de muy pocos habitantes nadie sigue siendo el mismo. Aquí también pasa algo de eso.

A. A.: -Klaus es un personaje que no se pierde detalle, está atento a absolutamente todo. Por momentos tiene actitudes, no de hombre solo, porque no lo es, pero sí de hombre de montaña. De esa manera se relaciona con todos, incluso con su esposa y su hijo. Con Octavio, a quien quiere como un hijo, se relacionan en silencio, con la mirada y con la presencia. Con el niño, su hijo real, pasa otra cosa. Está perdido, no sabe cómo educarlo. Klaus cree que su hijo no actuó como corresponde, e intenta cambiar la situación de alguna manera. Ese recorrido lo construye con momentos de profundo silencio, pero hacia el final tal vez sea el personaje que más utiliza la palabra.

S. V.: -Mi personaje es una mujer en un mundo de hombres. Por ejemplo, si bien tiene su negocio, también recibe plata de Octavio, su cuñado. Luego de la tragedia cae en un abandono total, está inerme, sin posibilidad de accionar. Recién sobre el final toma la toma las riendas de su emoción y lo hace desde un lugar muy masculino. Con Sebastián hablamos sobre esta situación y del hecho de que el personaje manipula un arma con precisión. Está sola, y en ese mundo es natural que tenga un arma en la camioneta. Es una mujer que está obligada a defenderse, pero lo encara en términos masculinos. Creo que llega a esa situación desde la desesperación, desde la tragedia, como una Antígona, como alguien que del dolor más absoluto y más horrendo que una mujer puede vivir, saca una fuerza que no es habitual. Y creo que ella misma se sorprende de eso.

-Para pensar la película también aparece la idea del crimen en el pueblo como algo se sale de toda lógica, que mencionó Joaquín. Algo que de repente se rompe y deja a todos desconcertados.

J. F.: -Otra cosa que también es interesante, como dice Soledad, es que en estos parajes todos manejan armas. Es una buena hipótesis también. Ahí aparece lo peligroso que es que todo el mundo maneje armas. Estos que creen que la solución a la inseguridad es que todos manejemos armas, no tienen idea que en muchos lugares hay muertes por armas. Escopeta, carabina, o cualquier cosa. De pronto se mata con lo mismo que cazan un pato. El arma en este contexto de película es algo muy importante.

S. V.: -Todos tienen un arma, y la muerte está presente todo el tiempo. En la película hay armas, se habla de armas, se manipulan armas, porque así ocurre en esos parajes y ocurría aún más en los años ochenta. Hay algo de ese aislamiento en el que los personajes viven, en el que estar armado sea para cazar o porque alguien se te mete en la casa, hace un poco que estemos en el medio del Far West.

Foto: Mariano Martino

Una muerte silenciosa

Dirección: Sebastián Schindel. Protagonistas: Joaquín Furriel, Soledad Villamil y María Marull. Estreno: 9 de enero. En cines.

La cultura, más amenazada

-¿Qué significa estrenar una película hoy?

Joaquín Furriel: -Una película así no se va a poder filmar más en este contexto. Ideológicamente nuestro ambiente es mucho más ecléctico de lo que imaginan, pero todos sabemos que hoy en día lo audiovisual es poderosísimo. Estrenar una película, por esta sobreactuación contra nuestro colectivo, es cada vez más difícil. Mucho de lo que somos es también gracias a la cultura a la que accedimos distintas generaciones de argentinos, ya sea la literatura, la música o las películas también.

Soledad Villamil: -Un estreno es un momento de gran celebración, y más en esta situación sociopolítica y económica, donde el cine y la industria audiovisual son objetos deliberados de maltrato. Construyeron la idea de que lo que nosotros hacemos no tiene importancia o es un lujo que no nos podemos dar, donde cualquier acontecimiento cultural pareciera  dilapidar dinero. Todos los países le dan bola a la industria audiovisual, porque saben que es un capital enorme, y en la Argentina está siendo objeto de semejante castigo. Así que es una enorme celebración, pero sin dejar de estar preocupada, porque esto está cada vez peor.

El tercer encuentro y las pautas de trabajo

Joaquín Furriel construyó una carrera teatral de gran prestigio. Hace una década atrás no pocos se preguntaban cuándo su verdadera estatura como intérprete llegaría al cine. Por entonces, adelantó: “Acabo de terminar una película que va a sorprender. Es un peliculón”. No se equivocó. El patrón fue el comienzo de la colaboración con Sebastián Schindel y una reafirmación de su talento en la pantalla grande. Una muerte silenciosa es el tercer trabajo conjunto.

“Desde El patrón me dio mucha libertad y seguridad como actor. A Sebastián le gusta trabajar físicamente los personajes, y a mí me entusiasma. Me pongo creativo y me sirve mucho para construir. En esta película me ayudó a imaginar el tipo de bigote de Octavio, el pelo, como camina, la ropa que usa. En el caso de El hijo era un personaje panzón lidiando con la crisis de la mediana edad y el El patrón era un trabajo muy complejo, de una caracterización muy extrema. Sebastián  me conoce como actor. Cuando nos volvimos a encontrar para este trabajo me ofreció algo nuevo para que yo pueda moverme interpretativamente. Esta película la disfrutamos, además, porque al estar en la Patagonia fue una experiencia súper inmersiva”.