Aquel lunes 18 de julio de 1994, a las 9.53, la voladura del edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) segó 85 vidas. El brutal atentado terrorista en Once dejó también 300 heridos y una marca indeleble en la sociedad y la historia argentinas. Dos de los fallecidos alternaban el trabajo en la mutual con su vida familiar y su pasión futbolera: eran hinchas y socios de Atlanta.
Se trata de Norberto Ariel Dubin, 31 años en el momento del atentado, que prestaba servicios en el sector Sepelios de la AMIA, y de Gregorio Melman, 53, encargado de vigilancia. Su identificación con el Bohemio seguía intacta, a pesar del difícil trance por el que atravesaba el club desde 1991: la quiebra y posterior intervención judicial.
Norberto Dubin era casado y tenía dos hijos: Jennifer y Juan Manuel. Había trabajado como despachante de aduana, hasta que en 1987 ingresó a la AMIA. Uno de sus hermanos, Saúl Gerardo Beer —eran hijos de distinto padre—, había sido vocal de la comisión directiva de Atlanta en 1985, durante la presidencia de Silvio Dalman. Fallecido en 2015, Beer tuvo activa participación en una de las agrupaciones que ha peleado por el esclarecimiento del atentado, la Asociación 18J Familiares, Sobrevivientes y Amigos de las Víctimas del Atentado.
Jennifer Dubin transita muy intensamente este 30º aniversario de la muerte de su padre: junto a otros tres familiares de víctimas son los protagonistas de la obra “La silla vacía”, que se está representando en la sala teatral de la AMIA. Sus recuerdos sobre Atlanta son un poco más difusos ya que ella era muy niña cuando falleció Norberto.
Por su parte, Juan Manuel Dubin muestra orgulloso su carnet de pileta en Atlanta del verano de 1991. “Todos éramos socios”, asegura. Y agrega: “Los mejores años con mi papá fueron en Atlanta. Es uno de los lindos recuerdos que tengo: quedarse hasta tarde en los quinchos de la sede con él, mi mamá, mi hermana, mis abuelos. Éramos los últimos en irnos y nos terminaba echando Méndez, el encargado”.
Gregorio Melman era casado y tenía una hija, Valeria, hoy residente en Algeciras (España). Previo a su ingreso a principios de los años ochenta a la AMIA, había trabajado como bombero y policía. Valeria destaca de su padre “la vocación por ayudar a los demás y sus conocimientos del área. Tanto es así que recuerdo que una vez que yo estaba hablando con él en la puerta del edificio de la AMIA, salió corriendo repentinamente hacia la esquina y trajo, sosteniéndolo con las manos atrás, a una persona hasta la puerta del edificio, donde le quitó el abrigo y le extrajo un revólver que llevaba dentro”.
A la hora de hablar de Atlanta, Valeria se emociona y no cesa de agradecer al club por el homenaje. Explica sus porqués: “Mis recuerdos de infancia se sitúan en Atlanta: la pileta, hacer patín, las canchas de básquet, también los juegos para niños que estaban debajo de los tablones del estadio de fútbol. Vivíamos en el club, almorzábamos en el restaurante que estaba a la izquierda de la entrada a la sede y a la noche hacíamos asado con familias amigas. También era habitual que fuéramos a la cancha con mi papá. Incluso una vez, en un partido con Chacarita, mientras estábamos yendo, comenzaron a arrojar piedras y una le abrió una pequeña herida a mi papá y yo me asusté mucho”.
Luego de mencionar otras costumbres cotidianas de su padre, como visitar a su madre y su tía y tomar mate con ellas, y jugar al dominó con amigos en el café emblemático de Villa Crespo, el San Bernardo, Valeria sintetiza: “Atlanta es el club de mi infancia, de mi vida y de mi alma”.
Norberto Dubin y Gregorio Melman, dos vidas tronchadas por un brutal atentado. Dos pasiones bohemias apagadas por la barbarie. Este homenaje por el cual Atlanta les restituye su condición de socios pretende ser un acto reconfortante ante tanto dolor, conscientes de que sólo la justicia y la verdad podrán aportar algo de paz a familiares y amigos.