Dos grandes del cine de los siglos XX y XXI, como Oliver Stone y Kevin Costner, convirtieron el trágico asesinato de John Fitzgerald Kennedy, aún no esclarecido después de 60 años, en una magnífica película de investigación e intriga que radiografió el estado y la sociedad norteamericanas, surgidas en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Una sociedad bajo la égida del complejo militar industrial y la industria mediática y del entretenimiento, hegemonizada por los grandes conglomerados de periódicos, radios, televisión, y los estudios de Hollywood.

El fiscal Jim Garrison de New Orleans, interpretado por Costner, es el “llanero solitario” que rechaza las conclusiones de la Comisión Warren sobre el asesino único Lee Harvey Oswald, alejado de toda trama conspirativa y asesinado misteriosamente por Jack Rubi, un oscuro personaje del bajo mundo.

“Muerto el perro se acabó la rabia” parecen pensar los probables tejedores de la trama conspirativa, en una sociedad que en los años sesenta vivió los trágicos magnicidios de John y Robert Kennedy, aspirante a suceder en la Casa Blanca a su hermano asesinado. También la muerte violenta de Martin Luther King, el enorme orador y luchador por los derechos civiles en esa brillante y trágica década.

Ahora, en Julio de 2024, Rick Sánchez un cubano-estadounidense, presentador de televisión, ex empleado de CNN, y Erick Fajardo, un analista político estadounidense en el programa televisivo independiente Impacto Directo, de Sánchez, intentaron echar alguna luz sobre el tinglado del fallido atentado contra el candidato republicano, el ex presidente Donald Trump.

El análisis compartido señala algunas de las características negativas esenciales de la sociedad norteamericana actual, como la adicción a la violencia y la venta libre e indiscriminada de armas del más alto calibre y sofisticación. Se añade la adicción a todo tipo de drogas ilícitas. La Asociación del Rifle es una poderosa organización con millones de adeptos e impulsada por los productores y consumidores de armas. Y cada año decenas de miles de ciudadanos estadounidenses mueren por efecto del uso de drogas, particularmente del fentanilo, la droga de moda que convive con la cocaína y los opioides en el menú de los drogadictos.

Polarización política extrema y mercado altamente rentable de armas y drogas ilícitas conforman un coctel explosivo, siempre a punto de estallar en los Estados Unidos.

Volviendo al análisis de Sánchez y Fajardo, pasaron revista a la estadística de la violencia que registra cifras sorprendentes. En Estados Unidos sufren impactos de balas que los hieren o asesinan 327 personas diariamente. Por cada 100 habitantes existen 121 armas de todo calibre y sofisticación. Una persona en Estados Unidos tiene 26 veces más probabilidades de morir por un tiroteo indiscriminado que en otros países del mundo autodenominado civilizado. Y Fajardo agregó que hay un trauma en el país, originado en el nunca aclarado magnicidio de Kennedy, que influye en la psiquis social, creando una latente desconfianza hacia las versiones oficiales sobre acontecimientos que sacuden la nación, como los magnicidios exitosos o fracasados.

Foto: M. Sprague / AFP

Agreguemos que la industria de armas contrabandea miles de artefactos mortíferos a México y América Latina, cuyo principal destino son los carteles de la droga. El cuadro se continentaliza. Todas las Américas viven bajo la coyunda de la alianza tácita nefasta entre productores y distribuidores de armas y productores y distribuidores de drogas, causas importantes de sociedades crecientemente violentas a ambos lados del Río Bravo.

Si alguien quisiera escribir una obra literaria o un güión de cine sobre el fallido atentado contra Trump, tiene ya las situaciones y los personajes para una creación exitosa. El contexto es una sociedad históricamente ganada por una violencia creciente, en la cual las contradicciones y controversias en la sociedad y en la cima del poder se resuelven suprimiendo violentamente al adversario. Allí estarían el asesinato de Lincoln, Kennedy, y otros magnicidios en la historia de los Estados Unidos. Y los atentados fallidos como el de Ronald Reagan y Trump, para citar dos casos.

También sería parte del contexto la, ratificada por algunos historiadores, decisión de Kennedy, de terminar con la sangrienta guerra de Vietnam y la oposición del Pentágono y el llamado “Estado Profundo” a ello. También el compromiso de Estados Unidos con la Rusia Soviética de que no invadiría Cuba con tropas norteamericanas y no repetiría la fracasada operación mercenaria de Playa Girón.

En los capítulos que ocurren en ese contexto estarían las visiones de Kennedy y Trump para impulsar un mundo con controversias, pero sin guerras entre estados, especialmente entre entidades estatales poseedoras de armas nucleares.

Esas fueron las palabras escritas por Kennedy a Nikita Jrushchov en los días de la crisis del Caribe y el sentido del discurso de Trump en la reciente Convención del Partido Republicano en Milwake.

La obra literaria o güión de cine prestaría atención a las diferencias ideológicas y políticas de Kennedy y Trump, militantes de los dos partidos rivales a lo largo de la historia de Estados Unidos, con diferentes visiones sobre el qué hacer en EE UU, pero unidos en la idea de un mundo diverso que viva, compita y coexista en paz.

Y no podrían estar ausentes las evidentes fallas de Servicio Secreto, que tanto en el caso de Kennedy como en el caso de Trump creyeron y creen que, muertos Oswald, por Jack Rubi, o el veinteañero Thomas Matthew Crooks por un miembro del Servicio Secreto, el caso está aclarado y cerrado.

Los acontecimientos próximos dirán que el atentado contra Trump es un tema abierto, como lo sigue siendo durante seis décadas el magnicidio de Kennedy. Oliver Stone, Kevin Costner, Rick Sánchez y Erick Fajardo podrían unirse y producir una película sobre el extraño atentado contra Trump. Por ahora el candidato republicano seguirá su campaña, explotando su icónica imagen sangrando junto la bandera de EE UU y levantando el puño para alentar a sus partidarios con la consigna “luchar, luchar”. Esa imagen vale más que mil discursos programáticos y ya está en la Historia. Como están la de los soldados rusos izando la bandera soviética en el bunker de Adolfo Hitler o la de los soldados estadounidenses la de su país en una de las islas japonesas, proclamando la derrota japonesa antes del lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.