Hace varios años Alberto Manguel y Gianni Guadalupi escribieron una hermosa Guía de lugares imaginarios que elogió el mismísimo Italo Calvino. Era una erudita recopilación de territorios que estaban construidos sólo de palabras. Figura allí, por ejemplo, la Isla del Tesoro soñada por Stevenson. La edición se enriquecía con un centenar de mapas, ilustraciones y planos de espacios que sólo existían en la imaginación. Es probable que los autores se hayan olvidado de actualizarla, pero lo cierto es que, en la guía, Argentina no aparece, a pesar de que debería hacerlo casi al comenzar el texto, ya que este está ordenado alfabéticamente. Si tenemos la inflación más alta de América Latina y ostentamos otros dolorosos récords por el estilo, sería justo que se nos reconociera internacionalmente nuestra supremacía alfabética. Si bien en este sentido estamos por debajo de Alemania, estamos por arriba de los Estados Unidos, lo que constituye una suerte de masaje en nuestro alicaído sentimiento nacional.
Guadalupi es italiano, pero Manguel, aunque se haya nacionalizado canadiense, nació en la Argentina y, nobleza obliga, debería haberse acordado de incorporar a su país de origen en su exquisita guía. Él mismo es una prueba flagrante de que la Argentina es un país de ficción. Después de hacerse esperar por varios meses como una diva de Hollywood, pisó la alfombra roja de la Biblioteca Nacional para ocupar la dirección, el mismo cargo que alguna vez ocupó Borges, creador de ficciones perfectas, y se fue entre gallos y medianoche aduciendo problemas de salud, aunque también se habla de sus desavenencias con el ahora secretario de Cultura Pablo Avelluto. Pero ya se sabe que la gente es mala y comenta. Lo cierto es que a partir de ese momento, la vida de Manguel tomó –literariamente hablando– un giro fantástico. Ahora se dedica a amenizar cruceros de lujo leyendo y analizando sus libros preferidos. El crucero parte de Roma y se detiene en los puertos de Capri, Grecia, Malta, Montenegro y Croacia, y finaliza su recorrido en Venecia. A menos que se sea fanático de César Aira, un autor que apunta contra la verosimilitud en literatura, cualquiera diría que Manguel está escribiendo una novela inverosímil, tan inverosímil como la embajada de Miguel del Sel en Panamá. Mientras Manguel recorre el Mediterráneo a bordo de un crucero de lujo, tarea por la que cobra un jugoso cachet, los argentinos nos hundimos en el Titanic sin una gota del glamour edulcorado que tuvo la versión cinematográfica protagonizada por Leonardo di Caprio y Kate Winslet. Los que se dice un contraste de novela.
Pero dejemos de hablar de barcos para hablar de aviones. Según se rumorea, se está por concretar el proyecto de una lowcost que viajará sin escalas al país imaginario en el que viven el presidente Macri, Marcos Peña, el diputado Fernando Iglesias y muchos otros integrantes de Cambiemos y la Coalición Cívica. En eso, la guía de Manguel y Guadaluppi ha dado sus frutos. Seguramente en el gabinete macrista debe de haber alguien con la capacidad suficiente como para haberla leído de corrido y hasta para entenderla, porque de hecho no cesan de hablar de un país dichoso e inexistente que se llama Macriargentina. Allí las casas están hechas de turrón de almendras, los techos a dos aguas son de chocolate, en los jardines florecen confites con los colores del arco iris, la inflación baja y se multiplican los puestos de trabajo, por lo que todos los días se ven legiones de enanitos como los de Blancanieves que comienzan el día cantando alegremente «Hi Ho, Hi Ho, vamos a trabajar».
El propio presidente Macri está influido por Samuel Beckett, DinoBuzzati y Antonio Di Benedetto. Su espera de la lluvia de inversiones es tan ficcional como la de los vagabundos Vladimir y Estragon que esperan a Godot, como la del teniente Giovanni Drogo que consume su vida aguardando la invasión de los tártaros y como la de Don Diego de Zama que arde en el anhelo de un traslado que nunca llega.
Por momentos, sin embargo, Macri adquiere un estilo más ramplón que pretende ser realista. Sus historias sobre el Cacho y la María nunca las creyó nadie. Los personajes eran demasiado estereotipados y como narrador oral se le notaba demasiado que el tono barrial era impostado. Esto no impidió, sin embargo, que los votantes optaran por sus ficciones. Después de todo, eso es un bestseller, una bazofia literaria que encabeza el ranking de ventas.
Por su parte, quizá intoxicada por la frecuentación de la escritura de Alberto Laiseca, Lilita Carrió adscribe al realismo delirante. El senador nacional Esteban Bullrich, en cambio, parece más influido por el viejo libro de lectura ¡Upa! Basta con leer unos pocos versos de Yo te amo, mamá, como nadie lo hará, un manifiesto en contra del aborto legal y gratuito, para comprobarlo.
Es cierto que Gabriela Michetti tiene una prosa titubeante, pero hasta sus interjecciones y balbuceos se han convertido en un mito urbano. Dicen que si se pasan al revés, se escucha la voz del demonio. «