Es un día soleado, ideal para manifestar en la calle. Las y los trabajadores metalúrgicos marchan en familia, en ese toque de alegría y angustia que dan los peques, felices los padres que de chicos aprendan a luchar por los derechos, angustiados también por el futuro que les espera a las próximas generaciones. La privatización del acero trajo desempleo y ajuste. Hay banderas del sindicato y también pabellones nacionales. Es el pueblo en la calle. Podría ser en Argentina, pero estamos en la muy británica región de Lincolnshore, uno de los lugares donde está instalada British Steel, la empresa productora de ese metal en el Reino Unido. Fue privatizada en 1988 por el gobierno conservador de Margaret Thatcher, después cedida en parte a la empresa holandesa Corpus, para ser recomprada en 2007 por Tate Steel –magnates indios de la siderurgia– que la entregaron luego a un grupo financiero inglés llamado Greybull Capital en 2016, especialista en vaciamiento de empresas de todo rubro, desde la aeronáutica (Monarch) hasta cadenas de cafetería (Riley’s). Greybull Capital es una offhore, que declaró a Bristish Steel en quiebra a principios de 2020, después de recibir millones de libras en subsidios y préstamos. Ahora el Parlamento británico propone la renacionalización de la empresa. Shocking.

Es un día soleado. Ideal para subirse al carrito en alguno de los 19 campos de golf que posee, aunque conocemos la debilidad que tiene Trump por el de Mar-a-Lago con 27 hoyos. Es el pago chico. Para grandes pagos está la membresía que permite el acceso a estos clubes propiedad de la organización Trump, que estilan tarifas de entre medio y un millón de dólares. Momento ideal para acercarse al Presidente e interiorizarse de lo que sea menester. Como por ejemplo, para este último 2 de Abril –denominado “el día de la liberación”– cuando Trump decidió imponer tarifas aduaneras a todo el mundo, lo que provocó una caída generalizada en las bolsas, que son los lugares donde los especuladores la van de inversores y las finanzas presumen de economía. Aunque la “guerra tarifaria” comenzó antes, como bien lo señala la cronología realizada por la BBC. El 1 de febrero Trump anunció el arancelamiento de los productos mexicanos y canadienses en un 25% y 35% para China; el 3 suspende por un mes las tarifas a los países limítrofes; el 10 establece 25% de derechos aduaneros sobre acero y aluminio; el 4 de marzo sube un 20% los aranceles a China; el 5 exime a las automotrices de México y Canadá, lista que será ampliada el 7; el 26 es el turno de autos y autopartes en llevarse 25% de encarecimiento, y así llegamos a abril, “el mes más cruel” según escribió T.S. Eliot en The waste land (era 1922: un visionario). El 5 comienzan los aranceles del 10%, incluso para el Reino Unido; el 9 Trump confirma las medidas contra unos 60 países, calificados como aprovechadores de la economía norteamericana, luego propone una pausa de tres meses sobre la base del 10% de arancel generalizado, salvo para China, que llega a 125%. El 10 el gobierno chino aplica un 84% sobre los productos estadounidenses, y entonces Trump les sube los derechos al 145%; China responde con una suba a 125%.

Tal vez sea un día soleado, ideal para saber qué fue de Emmanuel Todd después del triunfal libro “La derrota de occidente”. Sin dormirse sobre los laureles, Todd comenta que si bien el diagnóstico realizado es correcto, a un año de la publicación sólo puede esbozar hipótesis acerca de lo que vendrá. “Después de la derrota”, afirma, “viene el dislocamiento”. Para la RAE eso significa “sacar algo de lugar” tanto como “torcer un argumento” (…) “sacándolo de su contexto”. Quizás la guerra arancelaria sea parte de ese dislocamiento. ¿Dislocar para recolocar? Es un camino que supone utilizar el proteccionismo para la reindustrialización de Estados Unidos. Es probable, pero poco posible ya que el proyecto político de Trump está limitado a combatir a “la ideología woke”, a los inmigrantes y por supuesto a los chinos. Tampoco parece viable ver a Wall Street reconvertida a financiar la sustitución de importaciones. Para Alejandra Ocasio-Cortez, demócrata, todo ha sido una manipulación especulativa a gran escala, en las que las decisiones de gobierno permitieron bajar y subir las acciones de las bolsas del mundo para recaudación propia de Trump y prosperidad a los amigos. Así que exige que cada congresista norteamericano diga si tiene acciones y qué hizo con ellas en los días de turbulencia financiera. Por cierto, Trump recién ha decidido eximir de aranceles a los smartphones, computadoras y demás dispositivos electrónicos de origen chino. Hay que salvar a los amigos de Apple y demás. 

Keynes decía que las burbujas especulativas no eran importantes si estaban dentro de una corriente de producción; pero si la producción eran burbujas dentro de la corriente especulativa, la economía se convertía en el subproducto de un casino. ¿Qué diría entonces si la política se convirtiera a su vez en el subproducto de un casino o de un campo de golf? Por lo pronto, nos quedamos con los metalúrgicos con corazón de acero, que después de todo “a working class hero is something to be”, como dice el compañero Lennon. «