Desde que recuerdo –dice el ilustrador español Antonio Lorente, invitado internacional a la Feria del Libro-siempre tuve un lápiz en la mano y siempre dibujé. Siempre me salió de manera muy natural, era algo innato porque no imitaba a nadie de mi familia o a nadie cercano. Siempre tuve claro lo que quería hacer, de modo que me formé, me licencié en Bellas Artes y me enfoqué hacia la animación. Pero tuve una conversación con un profesor que me dijo que yo no brillaba como animador, que lo mío era la imagen fija. Así que comencé a plantearme que quizá lo mío era la ilustración”.
Y, en efecto, lo era. Antonio hace dibujos deslumbrantes para libros clásicos como Mujercitas, Peter Pan, Ana de las Tejas verdes o La leyenda de Sleepy Hollow de Washington Irving, editados por la editorial Edelvives. Así como algunos escritores llevan una libreta para anotar las frases o ideas que se les ocurren de repente y que desarrollarán, quizá, en relatos futuros, Antonio lleva una gran libreta de hojas de un papel áspero como el Canson y toma apuntes de formas y colores, frases germinales que luego desarrollará en alguna narración gráfica.
Esta cronista tuvo el privilegio de ver las semillas de lo que luego sería La leyenda de Sleepy Hollow . Los ilustradores, según parece, piensan con el lápiz. Un dato adicional: para hacer un dibujo en los libros que dedica, Antonio prefiere un lápiz Faber “no de los que tienen forma octogonal, sino de los redonditos, que no son tan fáciles de conseguir”, porque son los que mejor se deslizan por las hojas satinadas de las magníficas ediciones en papel ilustración.
Decididamente, Antonio es un ilustrador. ¿Pero qué es un ilustrador? ¿Alguien que repite la frase de un escritor por otros medios o alguien que, alejado de cualquier relación parasitaria con el texto, crea en paralelo y hasta en contrapunto su propia historia dibujada?
De esta y de otras cosas, habló en una tarde soleada Antonio Lorente con Tiempo Argentino.
-Antonio, no siempre fuiste ilustrador, ¿no es así?
-Empecé en el mundo de las galerías donde exponía mis cuadros que no tenían nada que ver con el mundo editorial, sino que era mi trabajo personal. Entiende que mi trabajo editorial también es personal pero, en este caso, estoy reinterpretando clásicos.
–¿Qué dibujabas cuando estabas en el mundo de las galerías?
-Retratos, sobre todo figuras femeninas o mi propio universo onírico. Estoy muy cómodo en el retrato, pero también en mi trabajo hay un punto surrealista que se englobaría dentro del surrealismo pop o lowbrow.
-¿Seguís exponiendo, Antonio?
-Tengo poco tiempo para exponer, pero hace poco, en Almería, hice una muestra en la escuela de arte donde me formé en los primeros años. Para mí fue un sueño. Es una escuela preciosa que era un antiguo convento dominico. Fue un recorrido desde 2014 en que empecé a trabajar de manera profesional hasta hoy.
–En una época se hacía una diferencia entre lo que era un artista visual y un ilustrador. ¿Eso cambió?
-Mira, yo sentía que no tenía cabida en el mundo de las galerías porque era un mundo muy elitista, sobre todo cuando comencé a hacer exposiciones fuera de España. No me sentía muy cómodo. Luego tuve una mala experiencia en mis comienzos con la ilustración porque me hicieron un encargo en el que no me vi reflejado, entonces no sabía bien dónde ubicarme.
–Entiendo que entraste de lleno al mundo de la ilustración a través de tu hermana.
-Sí, mi hermana, María Jesús Lorente, es profesora de inglés y le apasiona escribir. Con ella hicimos un libro muy pequeñito que se llamó La princesa aburrida. Nos alimentábamos mutuamente en el trabajo. Lo imprimimos por nuestra cuenta, fue una autopublicación.
Como algunos ejemplares salieron con una raja en la contraportada, nos dieron como 500 ejemplares más y entonces comenzamos a enviarlos a un montón de sitios, incluso fuera de España. Finalmente, se terminó imprimiendo en cinco idiomas distintos. En ese momento me dije “creo que comunico con la ilustración” y me di cuenta de que mi lugar estaba en el mundo editorial.
–Viviste cinco años en Londres, también en Roma y en Portugal. ¿Por qué?
-Creo que para encontrarme a mí mismo. Luego decidí regresar a Almería. En mis trabajos hay mucha nostalgia. Los ojos de mis personajes están tristes. No quiero conscientemente pintar tristeza, pero sí pinto la melancolía porque viví muchos años echando de menos mi lugar. Hasta que dije regreso a Almería, regreso cerca de mi familia, de mi gente. Al final, mi trabajo estaba en casa.
–¿Cómo definirías la estética de tus ilustraciones? Son realistas y, al mismo tiempo, no lo son. La cabeza de los personajes es desproporcionada y todos tienen ojos enormes y llorosos.
-Siempre digo que mis personajes son desproporcionados. Un ser humano con una cabeza así no se podría mantener en pie, pero dentro de esa desproporción hay una belleza, una armonía. No sé dibujar de otra manera. Incluso cuando estudiaba y tenía que dibujar una figura al estilo clásico, tendía a desproporcionar. Enfoco mucho la atención en los ojos de mis personajes porque los ojos son el espejo del alma. Es para que te detengas en ese personal y te preguntes qué te está contando, qué te quiere decir.
Con esa mirada brillante capta tu atención. Lo bonito y lo difícil de la ilustración es que cuente algo, que el lector no lea sólo lo que está diciendo el escritor, sino también la imagen, como si el ilustrador fuera el también el autor de la obra. Y lo digo con todo respeto.
-Claro, la ilustración no como repetición de lo evidente, sino como algo que agrega un plus.
-Totalmente de acuerdo. Creo que esa es la buena labor del ilustrador. Hay que pensar que la ilustración nace para que la gente que no sabía leer pudiera acceder a una historia a través de las imágenes. Un dibujante dibuja en superficie.
Un ilustrador debe contar una historia a veces diferente a la del propio texto. No te voy a decir que es algo fácil de hacer, pero a mí me gusta meter un concepto de cada libro. En mi caso, pero esto es sólo una manía mía, los personajes van pasando de un libro a otro. Por ejemplo, Ana sale en Tom Sawyer, en Mujercitas Amy dibuja a Tom Sawyer.
-A través de la ilustración escribís tu propia novela.
-Sí, hago mi propio jardín. Me interesa, sobre todo, meter un concepto. En Mujercitas, por ejemplo, está el concepto del hilo rojo, una leyenda japonesa que dice que hay un hilo rojo que te une, si no recuerdo mal, por los meñiques, al amor de tu vida, te conecta con alguien con quien estás destinado a encontrarte. En Mujercitas, hago propio ese hilo rojo y lo utilizo para marcar el amor entre hermanas. Esto se ve en varios lugares: en las páginas desplegables y en la propia cubierta. En Ana… utilizo el viento como metáfora de su propio torbellino y el viento se va calmando conforme ella madura.
-¿Trabajás de forma analógica o digital?
-De todos los libros tengo mi cuaderno de bitácora. He traído uno para mostrar. Aquí estás las “tripas” de Sleepy Hollow. El lápiz siempre va conmigo a todas partes. La primera parte del trabajo suelo hacerla siempre con mi lápiz y mi estuche de colores. Luego, soy un poco caótico. A veces digitalizo y a veces no. La pintura digital nace en mí como una necesidad. Cuando vivía en Londres llegaba a casa y tenía la necesidad de dibujar, pero siempre tenía un lápiz, entonces me compré una tableta digital para dar color. También uso óleo, témpera, acuarela.
–Tu trabajo es muy elaborado. ¿Se trata de un realismo al servicio del no realismo?
-Me gusta esa definición. La gente me dice que mis dibujos parecen fotos y es un piropo, pero yo no llego a creerlo.
–Pero el hiperrealismo, me parece, es algo distinto del realismo. Las lágrimas de tus trabajos no se perciben así en la realidad. Es como si las pusieras bajo un microscopio. Las fotos no son así, a menos que sea un efecto buscado.
-Es verdad. Pero hay gente que ve que los dibujos están tan trabajados que por eso piensa que parecen fotos. Qué bonito lo que dices, me lo voy a hacer propio (risas).
-¿Los libros que ilustrás los elegís vos o es algo que te encarga la editorial?
-A veces elijo yo, otras, la editorial. En ocasiones hay una reunión de brainstorming. Lo único que está claro es que nunca voy a hacer nada que no me guste. Y eso es muy importante, porque cuando no pones toda tu pasión sobre lo que estás haciendo porque te encanta en el resultado final se nota. Por ejemplo, yo no conocía la historia de Ana de las tejas verdes y no me tentaba hacerla. Pero cuando vi que mi padre y mi hermana se emocionaban tanto con la idea, me dije, cuidado Antonio.
Leí el libro y quedé enamorado de Ana, de todos los personajes. Fue el hijo no deseado, al que, sin embargo, amas. Mi madre me tuvo a los cuarenta años y me dice “yo no quería tenerte y fíjate lo que te quiero”. Todos los libros que ilustro son mis hijos y tienen algo de mí, pero con Ana tengo algo especial.
-¿Ilustrás otro tipo de libros?
-Sí, tengo muchos proyectos dentro de la editorial que no puedo decir, incluso voy a escribir un libro propio, ilustrado por mí sin pretensiones de ser un escritor.
–¿Una hermosa edición ilustrada de un libro para chicos o adolescentes es codiciada también por los adultos?
-Sí. La gente que hace cola para que le firme un libro es de mi edad para arriba. Los niños acompañan a sus padres. Cuando los niños son muy pequeños, los padres les dicen “es para tí, pero lo guardo yo”. Compran un objeto de arte que no quieren que los niños lo toquen con las manos sucias por lo menos hasta los 15 años (risas).
-Sé que tenés un gran proyecto que no está ligado a la ilustración.
-Sí, en Almería compré la casa donde vivió García Lorca desde los 7 a los 9 años. Allí tocó el piano y escribió sus primeros poemas. La he puesto en valor, he hecho dibujos sobre algunos de sus poemas, tiene toda su obra. La he pensado como un lugar que ofrezca a las personas la posibilidad de hospedarse en una especie de casa museo. La compré para vivir allí, pero luego pensé que toda esa magia tenía que compartirla y cambié de planes. La llaman “la casa de los duendes”. «