A veces, a caballo de la memoria, un libro puede ofrecer un viaje en el tiempo; una posibilidad nada menor si se trata de una antología de cuentos de ciencia ficción. Algo de eso ocurre con Otras formas de ser humano, una colección de relatos cortos de autores hispanoamericanos publicado por Compañía Naviera Ilimitada Editores, cuyo eje narrativo está puesto en la ciencia y la tecnología. Para quienes hayan crecido leyendo en las décadas finales del siglo XX, la propuesta tal vez les recuerde a aquella colección de antologías de este mismo género que publicaba la editorial Bruguera, junto con las novelas de autores más reconocidos como Isaac Asimov o Stanislaw Lem.
Ese espíritu pulp que habitaba en aquellas páginas renace en estas otras, siempre rodeado de un halo sombrío ante la idea de un progreso que avanza a toda velocidad sobre el límite que separa al control del desastre. En los años ‘60 y ‘70, incluso en los ’80, no existía una palabra para nombrar a todo eso. Hoy lo llamamos distopía.
Una antología clásica de temática renovada
Pero si bien es cierto que en los cuentos clase 2020 de Otras formas de ser humano es posible rastrear esa aura pesimista que suele identificar a buena parte de la producción del género, los temas elegidos por estos autores contemporáneos son bien distintos. Acá las presencias extraterrestres se quedaron sin espacio y los viajes cósmicos apenas ocupan un lugar menor, dentro de un núcleo de relatos en los que las inteligencias artificiales tienen una preponderancia abrumadora.
Sin embargo, al leerlos vuelve esa sensación de agobio, de callejón sin salida que siempre caracterizó a la ciencia ficción y no solo en el terreno literario, sino también en las fantasías de diseño que forman parte de series de televisión icónicas como La dimensión desconocida (The Twilight Zone) o Black Mirror.
No está mal pensar a Otras formas de ser humano como contracara de la tecnofilia que profesan los Silicon Valley Boys como Mark Zuckerberg; de la figura del emprendedor falsamente altruista modelo Elon Musk; o de la canonización new age de Steve Jobs. En estas historias las start-up no salvan al mundo, sino que, por el contrario, se parecen más a la puerta de entrada a su definitiva perdición.
Algo de eso se percibe en “Antropoceno”, el cuento del brasileño Edis Henrique Peres, en el que un programa diseñado para mejorar las condiciones del entorno natural determina que la humanidad es el principal obstáculo para mejorar las condiciones de vida en el planeta. En una escala menor y con mucho más humor, “La máquina Fiódor”, del español Gerardo Vázquez Cepeda, cuenta la historia de un programador que sueña con ser escritor. Para ello crea una aplicación que es una versión digital de Dostoievsky, la cual, como el auténtico, acaba gastándose todos los ahorros de su creador en páginas de apuestas online.
Si hubiera que elegir un elemento común a la mayoría de estos relatos, ese podría ser el recelo ante la posibilidad de que la tecnología “se nos vaya de las manos” y encuentre el camino para declarar su independencia. A veces esta libertad es usada para imponerse al factor humano, pero en otros casos deriva en una amalgama entre lo sensible y lo digital que actualiza la vieja figura del cyborg, aquellos seres en los que lo orgánico se combinaba con lo mecánico y lo electrónico.
Por ese camino avanzan los cuentos en los que las personas consiguen desarrollar vínculos emotivos con las IA, como “Sabría que vendrías a buscarme”, del peruano Jorge Malpartida Tabuchi, “Momoland”, del chileno Daniel Neyra Bustamante, o “Mujer con lobos” y “Thelma 2.0”, de los argentinos Juan Maisonave y Emilia Vidal.
Todos los cuentos, cuya lista se completa con “Hablar bien”, de la boliviana Valeria Canelas, “El chico holográfico”, del argentino T.P Mira-Echeverría, “Los espejismos” y “Éramos hombres buenos”, de los brasileños Guilherme Pavarin y Daniel Rodas, vienen acompañados de una ilustración. Realizadas por Pedro Mancini, las mismas consiguen capturar un pedazo de ese espíritu a veces juguetón, casi siempre desencantado, para retratarlo por completo a partir de los fragmentos. Y si bien los cuentos no ofrecen una mirada luminosa de nuestro futuro cercano, al menos nos dejan jugar con la idea de volver el tiempo atrás, para recuperar a aquellos lectores inocentes y asombrados que fuimos en el pasado.