El sometimiento servil de los gobiernos del régimen 1982-2018 a la política de EE UU es clave. Si bien sigue siendo la mayor potencia económica y militar, está en curso su inevitable declinación de poder relativo ante China y las potencias emergentes. En 1945 EE UU aportaba más del 50% del PBI global, 70 años más tarde aporta el 22 por ciento.
Buscando detener su declinación geoeconómica y geopolítica en el mediano y largo plazo, que le permita competir ante China y otras naciones, EE UU exige a México reformas estructurales. La reforma energética de México fue diseñada en EE UU
Ricardo Anaya con la coalición Por México al Frente, liderada por el Partido Acción Nacional (PAN) y José Antonio Meade con Todos por México que encabeza el Partido Revolucionario Institucional (PRI) son los dos representantes del régimen que gobierna el país desde 1982. Andrés Manuel López Obrador, con la coalición Juntos Haremos Historia, representa una oportunidad de cambio. Quien gane –todo parece indicar que será López Obrador– encontrará un país con una grave crisis en todos los órdenes: político, institucional, económico, de seguridad.
Durante los últimos 36 años el sistema partidocrático ha puesto en el mayor de los descréditos a las instituciones de gobierno, en todos los niveles de todos los poderes; ha promovido el desmantelamiento del Estado nación, puesto en crisis la economía y promovido la descomposición social. En los últimos 12 años es responsable de 140 mil asesinados, más de 33 mil desaparecidos y acumula más de 54 millones de personas en la pobreza.
Lograr el cambio que se propone López Obrador no será fácil. Primero se requiere tomar el control de la estructura del Estado en sus tres niveles y tres poderes (la independencia entre ellos sólo figura en los discursos), para paralelamente comenzar el complejo camino de asumir el poder real, que no se cede, se conquista.
México debe verse en el espejo de Argentina y Brasil, entre otros países de la Patria Grande, donde con diversidad de matices, mediante elecciones en el caso argentino y mediante golpes blandos en el de Brasil, la oligarquía, con su carácter antipopular y cipayo, se ha hecho del control del Estado para su beneficio.
La inconsistencia política e ideológica de gobiernos que se atribuyen la condición de nacionales y populares ha sido factor clave. En el caso argentino, tal vez más evidente porque después de 12 años de gobierno con momentos de alto respaldo popular, por acción y omisión, se entregó, literalmente, el gobierno a la oligarquía de la que Macri es representante. En Argentina, en Brasil, los regímenes plutocráticos gobiernan con eficacia y son implacables en el cumplimiento de sus fines.
En México existe una inmensa expectativa por un cambio a un gobierno nacional y popular. No será fácil y en gran medida dependerá de que el pueblo se mantenga alerta y movilizado, no siguiendo a un líder sino marcándole el camino, será la mejor forma de juntos hacer historia, como propone López Obrador. «