La historia de la literatura argentina tiene páginas numerosísimas, repletas de nombres que se ven en las escuelas, las vidrieras de las librerías, las bibliotecas virtuales o tradicionales. Sin embargo,   en ese paisaje extenso,  algunos  creadores permanecen “en las sombras”.  Descubrirlos es un hallazgo y multiplicar sus letras es una necesidad .  Eso sucede cuando se revisa  a  la poeta Ángela Peyceré, poeta fundamental y oculta, que alguna vez confesó: “Este barro que soy es barro iluminado”. La alfarera que brilla habitó tierras borgeanas  y escribió versos potentes, atenta a los detalles de su tiempo y su entorno,  con un evidente compromiso con el prójimo.

Así, Peyceré, quien falleció hace algo más de un año,  sortea a la muerte y vuelve entre las páginas de “Habitación”, un libro póstumo en el que trabajó en sus últimos años y que vio demorada su salida por la crisis sanitaria que desató la covid 19.

“Ahora estoy en el cuatro libro, lo voy a hacer salir en 2020, por consejo de uno de mis chicos, donde están todos los poemas de los años 50, muchos sonetos, que me salían sin que me diera cuenta. En esa época era mucha musicalidad, ahora hay más movimiento con el verso libro. Yo mezclo. De repente me encuentro haciendo un verso con una consonancia muy fuerte y otras veces no. Es tan libre que parece un relato, siempre dentro de la poética. En eso estoy. Ahora estoy haciendo versos breves. Eso me hace bien. Gracias a mi familia que me estimula. Yo escribo a mano, el calor de la lapicera no lo da nadie,  y mi nuera pasa los poemas en la computadora para que yo corrija, porque en el entusiasmo de escribir, me olvido de  poner algunas cosas. Ojalá que este año salga. La mitad del libro al hombre que llenó toda mi vida. Estuvimos casados 63 años. Es inolvidable, muy lindo”, expresó en una entrevista para Brote Poético, a fines de 2019.

Ángela Pieyceré, un poco de historia

Ángela, hermana del también escritor, Nicolás Peyceré, se asomó a la existencia un 11 de febrero de 1926 y falleció el 8 de noviembre de 2022.  Fue una mujer centenaria, de mirada honda, nublada involuntariamente por el paso de los años.

Al retratarla, Pablo Bori,  uno de sus hijos, destacó: “mi madre fue una gran lectora de poetas y de grandes corrientes literarias como los simbolistas. Por ejemplo, Mallarmé, Baudelaire, Rimbaud. También se desmayó ante el surrealismo al leer a Octavio Paz, un gran poeta mexicano. Ahí nos condujo por los pasillos de su memoria, a través de sus ríos de metáforas, donde se vio a otra mujer. Una mujer que pudo visualizar sus preguntas trascendentes y metafísicas. En algún punto,  trascendió su género de mujer, para hacerse esas preguntas de la condición humana, el porqué de la vida, por ejemplo. También escribió poesías intimistas relacionadas con su vida, su marido, sus hijos, sus nietos”.

Para sumar a la instantánea, otro de sus hijos, Francisco Bori, agregó: “Recuerdo cómo le gustaba hacer poesía, siempre encontró momentos de tranquilidad, en medio de la lucha para criar a sus hijos. Era muy perseverante  Nunca dejó de escribir. Decía que lo hacía siempre motivada por su padre y su esposo”. La familia y la naturaleza “fueron sus grandes inspiradores”, recalcó.

Una artesana secreta llamada Ángela

Para aportar datos en esta cartografía literaria y humana,  aquellos la frecuentaron colaboran con  la reconstrucción de la obra de Peyceré. Así,  Ariel Bermani, novelista y editor revela: “Me gustaba saber que en una casa de Burzaco había una poeta escribiendo sus versos en un cuaderno. Ahora me cuentan que se murió hace unos meses. Tenía 96 años. En los últimos tiempos usaba una lupa para leer. Fue mi primera maestra. Hablo del año 1984. Una poeta secreta que, tal vez no tendrá la suerte de otros autores. Pero no sé si hubiera deseado otro tipo de circulación, de visibilidad.

Cada vez que la leo escucho su voz, la voz de Ángela Peyceré, más conocida como Beba. La escucho, con su cadencia y su templanza, como si todavía estuviéramos en el taller”, rememoró.

Por otro lado, Ángela Pradelli,  que reparte su hacer entre la narrativa y el verso, la identificó como  poeta oculta: “era profesora de Historia y ejerció la docencia en escuelas secundarias del conurbano sur. Fue también una poeta maravillosa que nunca dejó de escribir, tampoco cuando apareció un problema de visión, ni siquiera cuando el problema se agravó tanto que tuvo que empezar a escribir sus poemas con una lupa. Y esa imagen, una poeta que, fuera de los circuitos, se concentra en la palabra y la agranda ante sí al mismo tiempo que ella misma se empequeñece, esa imagen, decía, habla de esta escritora de la mejor manera. Peyceré fue una poeta oculta en Burzaco, que algunos tuvimos la dicha de conocer”, cerró.

Ángela con sus nietos

Síntesis de una tetralogía

Transitar la obra de la escritora es también comprender su vida:  publicó tres libros mientras habitaba este mundo y se dedicó a revisar el cuatro hasta que la encontró la muerte.

En las contratapas del tríptico inicial, Nicolás, su hermano destaca el ritual de la creadora “para el seguimiento de las palabras y los esclavos deseos”. En tanto María Granata señala que “evidencia el constante estremecimiento de un ser que ofrenda su talento poético con las voces de una confesión surgida de lo profundo”.

En la misma tónica, para  Jorge Cabrera, escritor y amigo, la obra poética de “Beba” es, de algún modo, clásica.  Sin embargo, remarca que en su debut literario con “Mirador de mil años”,   de 1999,  “se nota la influencia de Juan Gelman en la utilización de las barras cortando los versos.

Un lustro más tarde, en “Como si no pasara nada”, de 2004,  “conserva el aspecto visual, pero las barras desaparecen. Los textos se extienden un poco, vuelven a estar separados en distintas secciones y aparece una nueva modalidad: la agrupación en series, como la llamada Ventanas”, detalla Cabrera.

Para este estudioso, el tercer libro de Peyceré “Nadie está lejos” que apareció en 2012 presenta poemas considerablemente más breves junto a las novedosas prosas poéticas que cierran esa publicación.

Para concluir el itinerario, el experto se enfoca en “Habitación”, que la autora llegó a compaginar y corregir pero no a ver publicado: “Allí mantiene los formatos anteriores, incluye un conjunto de haikus y apuesta también a la brevedad.

Los grandes temas tratados por la autora son dos: su vínculo familiar, con sus hijos y su compañero  y  su relación inseparable con la poesía, que la desvela y que constituye hasta el final su mayor nivel de goce, ‘el musical arrebato de la palabra’.

Una radiografía de las palabras

Diciembre de 2019. Subir a un vagón cualquiera en la estación Maxi y Darío, rumbo a Burzaco. Avanzar unas cuadras  hasta llegar a una casa baja. Encontrar allí a una mujer que ha sido parte de la historia de Almirante Brown.

En el diálogo,  extenso y dispuesto, hablar del hacer, del para qué. Y entonces, con su voz lenta y baja, Ángela explica: “Uno tiene que escribir para el lector, no siempre para uno. El ideal mío, que no sé si se podrá concretar siempre, es llegar al otro. Y el otro está viviendo el mundo de ahora, generalmente son jóvenes. Por ellos me lancé al verso libre”.

Más tarde, “Beba” duda sobre esa pretensión de encasillar en una acepción simple a las estrofas: “Casi no puedo describir a la poesía, nació conmigo. Tal vez es una cuestión de fe y de esperanza. Y agrego caridad. Tenemos que entender que la gente que está a nuestro lado necesita de nosotros y nosotros necesitamos de ellos.  Por eso mi tercer libro se llama Nadie está lejos, para que entendamos que tenemos  ir al otro, en forma de poesía, en forma de cualquier cosa, pero ir”, declara con una implícita mirada de justicia, de comunidad, de tejido colectivo de su propio oficio.

Ya lejos de la siesta y en un diálogo avanzado, mezclado con silencios y susurros que llegan aislados a su calle de barrio,  la poeta abraza el sentido universal de su arte:  “Creo que todos los seres humanos aunque no escriban son un poco poetas y tenemos que llegar a ellos. No tenemos que pensar yo soy un poeta, no. Yo pienso que todos tenemos un mundo adentro, lo que pasa es que no sabemos cómo decirlo. Entonces hay que ayudarlos, llegar a ellos por medio de nuestros libros o hablando para tratar de que abran eso que tienen. Yo pienso que toda la gente tiene necesidad de hablar de decir y tal vez no sabe cómo hacerlo. El camino del lenguaje, de la poesía, nos lleva a ese mundo que no se termina. Porque en mi biblioteca tengo a los escritores que son mis amigos. Ellos viven. Es una manera de eternizarse y tratar de que otros también lo hagan”.

Así, con cada sílaba, con cada palabra, Ángela selló con altura, su trascendencia: “El tiempo que me lleva de la mano, /me suelta en la memoria/ y nado en ella,/ con brazadas que van de orilla a orilla”, plasmó, alguna vez, con esa remembranza que la devuelve hoy a la escena literaria, como protagonista, en un  claro acto de justicia.