«Descubrí a Betsabé Espinal una cálida noche de Julio en mi amada Cartagena de Indias –dice la escritora colombiana Ángela Becerra para explicar el origen de su última novela, Algún día, hoy–.Desvelada frente al televisor, iba cambiando canales cuando, de repente, me detuve en los últimos minutos de un documental que relataba hechos de una extraordinaria trascendencia: el primer movimiento real y activo de Latinoamérica en pro de la libertad y la dignidad de las mujeres. (…) Los días siguientes me sumergí en investigar su vida y sus hechos. Necesitaba saber más, porque intuía que en su pensamiento y su acción estaba el germen de lo que hoy es el más trascendente movimiento social de la humanidad: la igualdad ética y moral entre mujeres y hombres, una obviedad que aún sigue sin admitirse en lamentables realidades políticas, religiosas y sociales».
Betsabé Espinal, que encabezó la primera huelga de mujeres de Colombia, nació en 1896, murió en 1932 y mira desde la fotografía que, al igual que la explicación precedente, figura al final de la novela. Tiene una mirada dulce y un poco triste. La foto atestigua que Betsabé existió. Pero a su vida real se suma ahora la vida literaria que le dio Becerra, en cuya novela conviven la realidad de los hechos y la realidad de la imaginación. Salvador Dalí, Luis Buñuel, Frida Kahlo, Marc Chagall, Simone Weil, la pintora colombiana Débora Arango «a la que Franco le prohibió la entrada a España y hoy su cara está en un billete de Colombia» hacen caso omiso del tiempo histórico para generar el entorno en que se desarrolla la historia de la mujer que a los 23 años lideró una huelga.
Con, Algún día, hoy, la autora ganó el Premio de Novela Fernando de Lara 2019.
–Tu novela parece surgida del empoderamiento femenino de este momento. Sin embargo, la comenzaste mucho antes, ¿no es así?
–Sí, me llevó seis años. Cuando en 2013 me encuentro con el rostro de esta niña, Bestsabé Espinal, siento que me llama, que se da una conexión muy extraña entre su mirada y yo. Me digo que por justicia tiene que volver a tener voz para contar su historia. En ese momento no había surgido el movimiento MeToo, Emma Watson no había dado el discurso en Naciones Unidas. Yo me encuentro con una historia que me reta a contarla y que es una de esas cosas un poco mágicas que te suceden en la vida. Me decidí a escribirla por un compromiso conmigo misma como mujer. Tuve que construirle a Betsabé una niñez, una adolescencia y referirme a lo que pasó después de la huelga. Me metía a trabajar con un hecho histórico, aunque tampoco quería que fuera una novela histórica, entre otras cosas porque no tenía los elementos suficientes. Tuve que remontarme a los años 20 e investigar mucho.
–¿Y cómo fue ese proceso?
–En un primer momento hice un documento de 300 páginas en el que abordé por secciones todo lo que es la época, los momentos por los que va a atravesar la novela, las costumbres, la comida, las características del Medellín de ese momento, que hoy casi ha desaparecido, porque el río con quebradas donde iban a nadar las niñas ricas quedó metido debajo de una avenida. De Medellín conozco muy poco porque soy de Cali, de modo que me sumerjo en el túnel del tiempo y comienzo a investigar, lo que me apasiona. Siempre he admirado a la filósofa Simone Weil que nace después que Betsabé, pero a la que me permito adelantar en el tiempo. Cuando estás atento, te van llegando cosas que te sirven para lo que estás haciendo. Me encontré, por ejemplo con un libro de ella, La condición obrera, que leí con avidez. En él cuenta que para conocer a los obreros se pone a trabajar en una fábrica. Ese relato me sirvió muchísimo. Después encuentro un pequeño libro que editó en la región de Bello una persona que admira mucho a Betsabé, que es sindicalista y que hizo día por día un itinerario de lo que fue la huelga.
–¿Y luego te lanzaste al vacío de la escritura?
–Sí, no sabía cuál iba a ser el tono de la novela, pero el primer capítulo me salió fluido y de un tirón. Ahí me di cuenta de que iba a tener un tono épico. Eso me tranquilizó mucho, porque a partir de ese momento me imaginé a una Betsabé parecida a la figura del cuadro de Delacroix La libertad guía al pueblo. Cuando llevaba más de 200 páginas, sale lo de Emma Watson y comienza el movimiento MeToo. Sacar la novela en ese momento hubiera sido maravilloso, pero el texto seguía creciendo y creciendo y dejé que acabara cuando tuviera que acabar. Creo que es mi novela más madura, más trabajada y la que en más me he implicado emocionalmente. Cómo Betsabé no tenía pasado, el personaje me regaló la posibilidad de recordar mi infancia.
–¿Cómo fue tu niñez?
–Muy vegetal. Éramos muy pobres. Mi madre nos mandaba al monte para deshacerse un rato de nosotros y para mí el monte era el bosque encantado porque allí estaban los charcos, los renacuajos, los pájaros, la corteza de los árboles. Regresaba a casa llena de piedras que luego mi madre tiraba. Si hoy visitan mi estudio, lo verán lleno de piedras porque tengo todas las que he ido recogiendo a lo largo de mi vida igual que las arenas y las caracolas de distintos lugares, porque ese es mi universo. La relación que establecí con Betsabé fue muy rica porque con el tiempo los recuerdos se hacen tan claros que desaparecen y ella volvió a pintarlos. Me gustó poder compartir ese asombro de mi infancia.
–¿Y qué otras sorpresas te deparó?
–La investigación me permitió ver las bestiales diferencias sociales, la hipocresía que se vive en las altas esferas, el contubernio que se crea entre el poder político, económico, clerical y social frente al cual los pobres están absolutamente desprotegidos. Luego de la Guerra de los Mil Días, quedan muchas viudas y niños huérfanos que el empresario de la fábrica en cuestión recluta para crear un nuevo Manchester.
–En la novela aparecen personajes como Fermina Daza y Juvenal Urbino de El amor en los tiempos del cólera. ¿Es un homenaje a García Márquez?
–Sí, absolutamente, es un homenaje. Siempre hago cameos.
–Dijiste alguna vez que ser escritora es más difícil para las mujeres lindas. ¿Cómo fue para vos, que sos linda?
–(Se ríe) Muy duro. Ahora tengo 62 años y me importa un carajo. Eso es lo bueno de la edad, que una se empodera y siempre lleva un chubasquero por el que resbala todo. Mi problema comenzó antes de escribir profesionalmente, cuando empecé a trabajar en publicidad. El hecho de que hiciera campañas exitosas ya chocaba entre compañeros y compañeras. A veces las mujeres eran incluso más duras que los hombres. Me tocó vivir por ejemplo, que el jefe me dijera que cuando fuera a presentar campañas me pusiera minifalda para que las campañas se aprobaran más rápido. Por supuesto, me negué. Luego hubo clientes que trataban de chantajearme: decían que aprobaban la campaña si íbamos a tomar un trago o a bailar.
–¿Y qué pasó cuando decidiste dedicarte a la literatura?
–Yo siempre había escrito, pero tenía que mantener a una hija porque estaba separada y mi exmarido no me pasaba un peso. La manera de hacerlo era trabajar en publicidad, que en esa época se pagaba bien. Hubo muchos escritores y críticos que se consideran de culto que no me perdonaron haber tenido éxito en publicidad y que luego hubiera decidido, a mis 40 años, dedicarme a la literatura. Entonces comenzaron a meterse con mi físico, a decir que mi marido, que tenía dinero, compraba todos mis libros y eso hacía que se agotaran. En el año en que Gabo cumplía los 85 y se hacía el primer Hay Festival me dieron un premio como la mejor escritora de Colombia. Entonces un crítico literario comenzó a meterse con mi cuerpo. Me llamaba «la ricitos de oro». Si eres mujer y eres guapa, dicen que tus libros son malos o te los escribe alguien o que escribes porque no tienes en qué ocuparte. Sé que si hubiera tenido un físico menos vistoso no hubieran juzgado tanto lo que escribía. Ya pasé esa barrera y llevo 20 años escribiendo y publicando. Pero los primeros años fueron muy duros, sobre todo en Colombia, cuando mi primera novela figuró en la lista de los libros más vendidos. Me atacaron por todas partes.
–Además, fuiste modelo
–Sí, fui modelo a los 14 años. Era la peor del mundo porque posando era paquidérmica, tiesa, muy vergonzosa.
–¿Y por qué decidiste dedicarte a eso?
–No lo decidí. Un fotógrafo fue a fotografiar a mi hermana, que es seis años mayor. Me preguntó si quería que me hiciera unas fotos y yo me entusiasmé porque era hacer lo que hacía mi hermana. Él decidió mandar mis fotos con mi nombre pero los datos de edad de mi hermana. Resulté seleccionada para el concurso «La modelo del año». Mi madre me acompañó en todo el concurso y mi padre no quería saber nada. Me hicieron un contrato por un año y cuando el año se cumplió, no quise seguir. Me fui de mi casa porque mi padre era muy machista y no me dejaba salir. Me casé a los 16 años y fue como meterme en otra cárcel. De ese matrimonio tuve una hija. Hice la carrera de Comunicación, me volví a casar, llevo 32 años de matrimonio y tuve una segunda hija. La vida es una maravilla, te enseña con los errores. Como se dice, los tropezones levantan los dedos.
–¿Te considerás feminista?
–Sí, si hablamos de este nuevo feminismo que exalta la feminidad, que lucha por la equidad de género, que respeta al hombre.
–¿Qué opinás acerca de la legalización del aborto?
–Estoy a favor. La mujer tiene derecho a decidir sobre su cuerpo. «