Maestra de la forma Ana María Shua, se previene desde el título de su último libro, No son haikus, de posibles señalamientos de que sus brevísimos poemas no respetan al pie de la letra la fórmula oriental. Pero, al breve mismo tiempo, en una doble operación, también marca cercanías tan estrechas en la forma despojada, en la brevedad y en la síntesis que, de  alguna manera, podrían ser confundidos con ellos.

Sin embargo, en el prólogo del libro, explicó por qué los poemas que escribió no son haikus. “Cada vez que un poeta, en cualquier lugar del mundo publica un libro de supuesto haikus, se alzan voces airadas denunciando la impostura: esos no son haikus. Si consideramos las características de los poemas clásicos japoneses, las voces tienen razón”.

Y agrega: “Hoy la palabra haiku se ha extendido en el mundo para nombrar casi cualquier composición breve de tres versos, olvidando la cuestión de los tópicos y las 17 sílabas”.

Dice más adelante: “Por ser autora y, sobre todo, lectora de microrrelatos sé que la brevedad extrema del significante puede ser un atajo hacia el máximo significado”.

Sus microrrelatos  son una prueba fehaciente de lo que sostiene Shua. Y, por supuesto, también lo son sus no haikus capaces de construir mundos enormes con unas pocas palabras.

Haikus por Ana María Shua

–¿De dónde viene tu gusto por la brevedad?

–Trabajé 15 años en una agencia de publicidad como redactora creativa, más o menos entre los 19 y los 35  años. Era muy buena redactora creativa y creo que eso tenía que ver con mi natural tendencia a la brevedad. Después me di cuenta de que cuando alguien nuevo que nunca había trabajado en el medio entraba en la agencia y se le pedía un guión de 30 segundos, escribía un guión de 3 minutos.

Desde el primero que me pidieron no tuve dificultad en hacerlo. Aunque nunca había escrito para cine ni tenía la menor idea de cómo se hacía eso. Me daba mucho placer jugar dentro de un  límite y pescarles el ritmo a las diez, 15 o 20 palabras  que me pedían. Las frases ya me salían de una, directamente. No tenía que agregarles ninguna muletilla de las que se usan para completar. En publicidad aprendí lo productivo que pueden ser los límites.

En literatura, la página en blanco es perturbadora porque no hay límites y las posibilidades son infinitas. En publicidad, cuando teníamos un producto del que no había gran cosa que decir porque era parecido a otros productos de la competencia, no tenía ninguna clara cualidad diferencial, podíamos hacer  cualquier cosa porque lo que había que hacer era buscarle una imagen a ese producto, eso era difícil. Y en cambio, cuanto más límites teníamos en lo que llamamos el brief, resultaba más fácil. Fueron muchos los escritores que trabajaron en publicidad, como Fogwill o Guillermo Saccomanno.

Sin embargo, aún sigue vivo el mito de que el escritor se puede “contaminar” con lo publicitario o la escritura periodística. Y para mí sin embargo, es un gran ejercicio.

–Es un gran ejercicio y como antes no existía la carrera de publicidad, cuando yo empecé a trabajar, las agencias estaban llenas de escritores,  en particular de poetas, porque la poesía y la publicidad tienen mucho en común, entre otras cosas, la brevedad y también muchas herramientas como la metáfora y la metonimia que se usan para obtener resultados opuestos.

En publicidad, para vender. La poesía, en cambio, no se vende, pero las herramientas son parecidas. En las agencias conocí redactores creativos como Marcelo Pichón Riviere, Fernando Sánchez Sorondo, Guillermo Saccomanno, Héctor Libertella.  Éramos todos compañeros de trabajo, estaba también un escritor del que hoy no se habla, pero que en su momento tuvo su lugar que era Ramón Plaza. Era un ambiente muy lindo.

–¿Tenés algún contacto con la cultura japonesa? Los haikus parecen confirmar que sí.

–No, no mucho.

–No digo que te hayas puesto a investigar sobre ella, pero parece que ejerce sobre vos cierta atracción.

–Sí, sí, por supuesto, porque es para nosotros tan extraña, tan diferente de nuestra cultura que es casi lo contrario. La contención japonesa es extrema. Leí a varios autores como Junichiro Tanizaki, Kobe Abe, Banana Yoshimoto, Kenzaburō Ōe que es una maravilla.

–Están reeditando a Kawabata…

Hay como una moda de escritores japoneses.

–¿Durante cuánto tiempo estuviste escribiendo estos «no haikus»?

-Empecé en 2006 y terminé en 2023.

–¿Era algo que convivía con el resto de tu escritura?

–Sí, porque, en general, los haikus no aparecían cuando me sentaba a escribir, sino más bien, cuando salía a caminar. Era como algo separado de mi trabajo y los escribí con esa libertad inmensa que da no pensar en la publicación, porque no pensaba publicarlos, simplemente iba acumulando haikus. Tengo  muchos más, por supuesto, que los que hay en el libro. Debe de haber, como mínimo, otro tanto de los que publiqué que fui acumulando a lo largo de todos esos años. Los fui escribiendo  de vez en cuando. Había meses enteros en que no pensaba en los poemas y después volvían, otra vez las 17 sílabas.

Foto: Mariano Martino

–¿Y qué desafíos te planteaba la escritura de los haikus?

–Uno de los grandes desafíos es el hecho de no plantearse metáforas, cosa que ni siquiera intenté. Lo que pasa es que los haijines, los poetas caminantes tradicionales, era como si llevaran con ellos una videograbadora, una cámara. Hoy se podría hacer con un teléfono. De pronto veían algo que tenía sentido, algo que escondía un sentido.

Los haikus tradicionales son, de alguna manera, eso: brevísimos videos artísticos, con imagen y sonido. La reflexión es lo que puede deducir el espectador, pero no está en el haiku mismo. El haiku muestra lo que poeta vio, lo que le hizo sentir algo y está tratando de transmitir.

–Mientras leía tus haikus, que advertís que nos haikussentía que estaba leyendo instantáneas de tus estados de ánimo. 

–Sí, de algún modo lo son, que no es lo que corresponde al haiku tradicional. Esa es una de las razones por las que mis haikus no son haikus.

–Es una escritura que salva del naufragio lo que uno piensa en determinado momento y luego se volatiliza.

–Exacto, es poner en palabras, como lo hace la poesía en general, lo que no se puede decir. Eso es lo  que hace la poesía que es, precisamente,  usar las palabras para decir lo que no se puede decir, para lo que no tiene nombre.

–En el prólogo hablás de las moras que no sabés si son exactamente sílabas.

–Sí, me estuvieron  explicando qué son las moras y no son sílabas, sino fragmentos de escritura. No tienen que ver con la pronunciación, sino con la escritura. Pueden ser más o menos que 17 sílabas. Las moras son fragmentos de escritura. No tiene que ver con la pronunciación, sino que tienen que ver con la escritura, entonces 17 moras pueden ser de más o menos de 17 sílabas. Son pequeñas unidades de escritura en japonés.

–¿Tienen una equivalencia en castellano?

–No, no  tienen una equivalencia en castellano. Me dieron un ejemplo con la palabra bonsai en que bo es una mora y a e i son oras moras. Pero así como esas moras son particularmente breves, hay otras moras que son más largas. Yo no conozco el japonés y mucho menos la escritura del japonés, pero bueno, la idea es que las moras no son unidades de sentido, sino formas de la escritura, unidades del significante.

–Cómo te decidiste a publicar lo que no pensabas publicar?

–Creo  que tuvo que ver Mercedes Guiraldes, mi editora de Planeta, que en algún momento me dijo si tenía algo para publicar y yo dije que no, que tenía poesía pero que la editorial no iba a publicar poesía. Me dijo “por qué no, sí tenemos una colección de poesía”. Cuando le conté lo que tenía se interesó muchísimo y cuando vio el material se puso realmente muy contenta y me dio mucho empuje para publicarlo, porque yo tenía muchas dudas sobre si meterme o no en este charco de la poesía. Me gustó mucho la edición y la verdad es que estoy muy feliz con el libro.

–La edición es muy linda porque le dejó todo el aire de la página a estos pequeños poemas de tres líneas y eso le agrega mucho, destaca cada uno.

–Eso es casi un must para publicar haikus. Así es, por ejemplo, ese libro emblemático de Benedetti que se llama Rincón de haikus. Creo que él fue el único de los autores reconocidos que se atrevió a llamar haikus a esos poemas que, en realidad, tampoco son haikus, si uno se atiene rigurosamente a las características de la tradición japonesa.  Ni Octavio Paz ni Borges se atrevieron a llamar haikus a sus poemas de 17 sílabas.

–¿Pero son haikus en alguna medida?

–Son haikus latinoamericanos. Tienen que ver con temas más relacionados con estados de ánimo y asuntos humanos, con la brevedad de la vida más que con la naturaleza.

–¿Luego de la publicación del libro seguís produciendo  haikus?

–Este año no escribí haikus, pero no sé qué va a pasar más adelante. Es una forma breve que me atrae mucho.

Sobre la novela y las formas breves

–Hoy la industria editorial pone el foco en la novela, quizá porque la novela es más hospitalaria, podés pasar varios días dentro de ella, mientras que la forma breve te obliga a entrar y salir a cada rato. ¿Vos qué pensás?

–Creo que es al revés, no es que la industria editorial ponga el foco en la novela, sino que va corriendo tras el gusto de los lectores. Al lector de hoy le interesa más la novela que el cuento, el cuento más que el microrrelato y más el microrrelato que la poesía. Hoy la poesía es el último orejón del tarro. No siempre fue así, Cuando yo era chica todavía había muchos lectores de poesía y se estilaba la declamación. Recuerdo que alguna vez me llevaron a ver a Berta Singerman. Nunca me voy a olvidar cómo temblaban las butacas con la voz de Berta Singerman. Fue una gran experiencia. Creo que, de alguna manera la poesía se alejó de la gente.

–¿Por qué?

–Porque se volvió más difícil, más intelectual.

–Pero es difícil saber si fue primero el huevo o la gallina. Es como la moda: ¿la gente la usa porque le gusta o le gusta porque está de moda? (risas)

–Lo cierto es que la poesía se vende muy poquito. Como dije, es el último orejón del tarro.

El proceso de elección del material

–¿Cómo fue la selección de los haikus?

–Fue difícil pero no tanto porque a lo largo de los muchos años que los fui escribiendo, los releía constantemente y entonces me iba dando cuenta de cuáles eran los que más me gustaban y los que me gustaban menos. Por lo tanto, cuando llegó el momento de elegir, no tenía tantas dudas. Ya sabía cuáles eran los mejores o, por lo menos, mis preferidos. Los haikus están ordenados más o menos en el orden en que fueron apareciendo. Creo que los primeros son mejores y temía mucho que eso se notara.

–Pero tienen una calidad muy pareja.

–Sí, por suerte, nadie me dice que los primeros son mejores. Lo que sí se nota por haberlos puesto en ese orden es que yo iba aprendiendo más sobre el haiku a medida que iba escribiendo, estudiando e investigando. Al principio creí que eran poemas breves de 17 sílabas. Después fui descubriendo esa suerte de necesidad poética de transmitir una imagen. Entonces comencé a trabajar de otra manera y ahí creo que aparece el paisaje urbano, el paisaje de la ciudad.