Ana Castellani, flamante secretaria de Gestión y Empleo Público, se encuentra en plena tarea de análisis de la situación del Estado que dejó el macrismo y da cuenta de la «la falsa idea de ahorro y austeridad» que se impuso cuando en realidad lo que hubo, según asegura, fue un «reemplazo de trabajadores de programas sociales por asesores caros y coordinadores sin tareas, que generó una ‘ampliación por arriba’ en todos los estamentos directivos».
En medio de la discusión sobre el gasto de la política, la doctora en Ciencias Sociales e investigadora del Conicet devela mecanismos de designación y encarecimiento de cargos altos, describe la crueldad con la que Cambiemos trató a los trabajadores públicos, y llama a «recuperar la dignidad de la tarea pública».
–¿Qué resabios neoliberales dejó el macrismo en la estructura del Estado?
–El ex Ministerio de Modernización hizo un análisis de lo que llamaron «dotaciones óptimas» para ver cuánta cantidad de gente trabajaba en algún lugar, cuánta se necesitaba, cuánta «sobraba» y procedía a despedir. En Cambiemos hay todo un discurso tramposo sobre austeridad y achique del Estado, que estaba ‘sobredimensionado’ durante el kirchnerismo. Es cierto que creció el empleo público durante el kirchnerismo porque eso vino de la mano de un Estado que hacía más cosas, implementaba programas educativos, sociales, previsionales, lo que demanda mayor cantidad de personal. Pero el Estado no se puede analizar como en una empresa. Depende de qué objetivo tiene el Estado, que durante el kirchnerismo ocupó cada vez más espacios de intervención en la vida social y económica de la Argentina.
Cambiemos se ocupó de poner la tijera y la lupa en esa dotación «excesiva» a la que, de entrada, denominó como grasa militante. Se arrancó con el prejuicio de que el Estado estaba lleno de kirchneristas pagos y que no quieren ser disciplinados, no quieren laburar y están acá porque son militantes rentados. Esa idea tiene que ver con una idea mayor, prejuiciosa de lo que es el Estado como el lugar de la ineficiencia, de la burocracia donde vienen los peores, en contraposición a la empresa es la moderna, eficiente, dinámica. Por eso quisieron «modernizar el Estado», porque «lo moderno» para ellos está afuera del Estado. Pero se encontraron con que en el Estado no está el personaje de Gasalla, un estereotipo de otra época, sino que está lleno de personal profesional y técnico que produce datos, recopila, analiza, y toma decisiones. Hay equipos técnicos absolutamente valiosos, un montón de gente comprometida con su labor, que es necesaria para que la administración pública funcione. Ese prejuicio tan fuerte lo tradujeron en un conjunto de acciones muy maltratadoras, de destrato y ninguneo, que en algunas áreas fue peor que en otras, pero siempre el empleado estuvo bajo sospecha. Hubo programas enteros que se barrieron y a esas personas se las dejó sin funciones y se las obligó a venir a trabajar ocho horas sin asignación de tareas. Hubo un maltrato feroz en un primer momento que llevó a muchas renuncias. Todo ese discurso que terminó en 41 mil bajas en todo el sector público. Cambiemos se ufana de eso porque lo coloca en su informe final de gestión.
–¿Y cuál fue el modelo que impuso Cambiemos?
–Todo esto vino de la mano de la ampliación por arriba con los cargos directivos, desde la alta dirección pública, como ministros, hasta directores nacionales, generales, coordinadores. Es un fenómeno que venía estudiando. Designaron staff de asesores para los funcionarios con salarios que van de entre 150 a 300 mil brutos. El precio de diez o 15 empleados que se sacan de programas sociales, con salarios de menos de 30 mil pesos, lo reemplazaron con un asesor a 300 mil pesos. O sea, el Estado no terminó ahorrando nada. Hay un montón de mecanismos para agrandar los cargos políticos y de asesoramiento. Inventaron muchos coordinadores, con función ejecutiva por el ejercicio de la dirección que les aumentaba el salario original de 35 mil a 150 mil pesos, porque el criterio de reclutamiento que tuvo Cambiemos fue proximidad sociológica, gente que viene de la élite social y del sector privado a la que no podían traer a trabajar por menos de 150 mil pesos para cargos de asesoramiento. Todo ese discurso de austeridad se tradujo en los despidos masivos, en renuncias masivas por la no asignación de tareas, en profundo maltrato, en amenazas, en revisión de las redes sociales y en despidos en función de la militancia política. Se buscaron todos esos mecanismos para limpiar por abajo el Estado y el contrapeso fue llenarlo por arriba de coordinadores, directores, funciones ejecutivas y de nombramientos transitorios de las categorías más altas que, como no tenían los requisitos, los terminaban designando por excepción. De hecho, a ellos mismos les saltó el tablero cuando se les fueron de las manos todas las designaciones.
–¿Cómo se expresa el cambio de paradigma de la función pública y la trabajadora o trabajador público?
–El nuevo gobierno ha decidido hacer un cuidado riguroso de los recursos públicos porque los necesita a todos para ponerlos al servicio de los que menos tienen. La prioridad del presidente se expresa en la Ley de Solidaridad, hay que empezar por los de abajo, la tarjeta alimentaria para las madres de niños menores de 6 años se traduce en dinero para comprar alimentos. No voy a entrar en la discusión de lo marginal que es el gasto de la administración pública en el presupuesto nacional. No representa ni el 5% del gasto, pero eso no importa, porque en el imaginario colectivo está claro que si se está pidiendo un esfuerzo hay que tener gesto de esfuerzo desde la dirigencia política. Aunque después el todo no represente un gran gasto, sí estoy de acuerdo con el cuidado riguroso para jerarquizar el uso de los recursos. No vamos a estar nombrando a cualquiera con cualquier sueldo, eso no va a pasar. Pero desde Cambiemos no pueden hacer un discurso de eso. Dejaron una falsa idea de la austeridad. El número de asesores que tenían nombrados no bajaba de los 15 por cada una de las autoridades máximas, y los sueldos promedio de ese staff eran de 250 mil pesos, ganaban como el ministro. Traían a todos sus conocidos del decil más alto de la pirámide. Los testimonios son terribles. No se saludaba, no se miraba a la gente a la cara, no se dejaba entrar en las oficinas ni a los que sirven el café. Había secretarios que entraban diciendo «a ver hoy a quién echo». Ese es el ambiente laboral que se padeció durante cuatro años. Fue una cruzada evangelizadora contra los herejes. Su hipótesis es que toda la masa de trabajadores estaba en contra de ellos y entraban a cara de perro a poner orden porque suponían que no los iban a tener nunca de su lado y eso lo contrarrestaban trayendo un montón de gente propia.
–Ante esta nueva etapa, ¿cómo se cambia esa una cultura del maltrato al trabajador público?
–Ahora hay que reorientar la capacitación para que haya más participación de los trabajadores y recuperar el conocimiento que traen. Y que esos resultados después se apliquen a la gestión cotidiana y no dar cursos de yoga y meditación o de bussines no sé qué. Eso habla de la impronta de la gestión gubernamental. Encontré «Coordinaciones de la coordinación interministerial coordinada» que no voy a mantener porque no tiene funcionalidad, porque fue creada para pagarle a alguien un sueldo de coordinador y no porque se necesitara. Esos «coordinadores» asumieron con condiciones de acceso mucho más laxas que la categoría más alta y se los colocó «por excepción» para que ganen más. Hay que recuperar el orgullo y la identidad del trabajador y la trabajadora pública, que cumple un rol fundamental en el proceso de desarrollo de un país. Nos propusimos recuperar el compromiso con la tarea y la respuesta ha sido excelente. No los tenían haciendo nada, los hacinaban de a cuatro en oficinas chicas. Hubo políticas muy crueles con lógica de administración de recursos humanos. Nosotros no tenemos esa lógica porque no somos una empresa. Las personas no son recursos humanos, acá está lleno de humanos con muchos recursos, y los queremos aprovechar para implementar las políticas de desarrollo nacional. «