Mientras termina su libro número 31 «Los nombres de la madre», un ensayo personal sobre la Gioconda que también será un homenaje o femenaje a la propia -según sus propias palabras- Alicia Dujovne Ortiz se apresta a los últimos preparativos de la exposición de sus pinturas en el Musée d’Arts Naifs et Singuliers de Laval, que durará tres meses.

En simultáneo, el director artístico de la Galería de arte de la Embajada Argentina en Paris, Eduardo Carballido, realizará un documental sobre su vida y milagros, y una profesora de la Universidad de Oviedo, Laura Bak, está recuperando de sus obras las principales tesis universitarias sobre “el exilio”, bajo el nombre de «Andariega». 

A fines del 2024 la visité en su departamento parisino. Quería dejarle mi último libro (Padrenuestro, Bueno Aires, Ediciones Desde el Pie), que  generosamente había prologado y proponerle una entrevista.

Aceptó encantada.

El encuentro con Alicia Dujovne Ortiz

Me recibió con su amplia y afable sonrisa y empezamos a charlar: “Apenas conversamos y siento como si nos conociéramos de siempre”, dijo, como para abrir una segunda puerta. Misterios de la literatura, pensé. (Es cierto que cuando escribí Padrenuestro le envié el manuscrito de la novela. Estaba bastante ocupada con su primera muestra de pinturas en la Galería de la Embajada Argentina en París, pero tuvo la grandeza de hacerse un tiempo para leerla y mandarme una devolución que fue para mí un gran aliciente, y terminó prologándola.  Así es Alicia de grande y de generosa, además de brillante).

Más allá de la anécdota y retomando el hilo de sus palabras, es posible que las vivencias compartidas -familiares y políticas- creen lazos invisibles, aunque los caminos de unos y de otros padres hayan sido diferentes. Los suyos, Alicia Ortiz y Carlos Dujovne, reinan en su vida y en su pequeño living, desde el retrato que ella misma les pintara. Miro su pintura y la interrogo: tiene inocencia, pero también agudeza y profundidad, y la sinceridad de un color sin atenuantes.

En la biblioteca, a mi izquierda y en seguidilla puedo ver las obras de sus progenitores, cuyo archivo fuera confiado íntegramente a la Biblioteca Nacional, en Buenos Aires. Me cuenta entonces que su papá de origen ucraniano creció en la provincia de Entre Ríos, que vivió en la Unión Soviética y que en 1928 fue nombrado “responsable de agitación sindical en el cono sur”. Que fue director de una Editorial del Partido Comunista Argentino con el premonitorio nombre de “Problemas”, y que abandonó la organización en 1945.

Me confía que su madre, en cambio, venía de una familia tradicional española, y que contra todo lo esperado, decidió abandonar su acomodado medio social para seguir al “judío comunista” del que se enamorara tanto, al punto de seguirlo también a la cárcel de Neuquén, donde lo visitaba acompañada de Alicia niña.

Exilios

Nacida entonces en una familia mixta judeo-cristiana, que renunció al PCA y sus múltiples entornos culturales, Alicia había vivido ya junto a sus padres un primer exilio en Argentina. Su instalación en Francia en 1978 a causa de la dictadura, marca un antes y un después y la posibilidad certera de sentirse por primera vez ella misma: “Solo al encontrarme en un exilio real me sentí yo misma”.

Paradójicamente, fue en el país extranjero que comenzaron a interesarle temas que en el suyo no sabe si hubiera investigado: el peronismo (Eva Perón.  La biografía y La Procesión va por dentro), el futbol (Maradona soy yo) y el tango (Mireya). Cartas de identidad recobradas bajo la luz de otros cielos.

¿Y hoy cómo te definirías? me animo a preguntarle. De todas las definiciones, la de “gitana” es la que dice sentarle mejor, y no es para menos: por lo extensivo de sus territorios (geográficos, pero también espirituales) y por su capacidad de supervivencia, inscripta quizás en su ADN: “Comencé a llamarme gitana porque entendí -llegando a Francia con una niña de 13 años-  lo que era el mundo de la marginalidad y de vivir al día por día”.

A diferencia de algunos colegas de su generación, Alicia Dujovne Ortiz recuerda el camino transitado sin grandes impostaciones, y guarda para los buenos amigos de la profesión una gratitud manifiesta: Menciona a Héctor Bianciotti,  (Héctor Bianciotti (1930-2012). El escritor y crítico literario argentino vivió desde 1961 hasta su muerte en París, donde trabajó en la revista Le Nouvel Observateur y en la editorial Gallimard. Desde 1996 fue miembro de la Academia Francesa), una especie de “hada madrina” en su aterrizaje en Paris, quien le propuso escribir la biografía de Eva Perón (traducida a 22 idiomas) después de haber leído la de Maradona que ella había escrito por iniciativa propia.

Me cuenta que vivió 11 años en la campiña francesa en una aldea de 8 casas, y que en medio de la nada, bajo el amparo de un sauce pacificador escribió una buena parte de sus obras. Que la naturaleza la interpela desde entonces: Los animales, las plantas, los pájaros, todo aquello de lo que el exilio parisino la había privado, y que hoy revisita en la pintura.

Respecto a su bilingüismo, Dujovne dice necesitar escribir en su lengua materna, “que es la que amo y con la que gozo y me divierto; la que heredó de su madre escritora y del habla entrerriana de sus familiares. Únicas excepciones hechas a Eva Perón y a algún ensayo o novela para adolescentes y niños.

 Me cuenta de sus dos intentos fallidos de volver a radicarse en Buenos Aires, del feminismo de su madre y del suyo, amplificado por la dificultad -de alguna de sus varias parejas- para no vivir el éxito profesional de las mujeres como una castración personal insostenible.  Me dice que comprender ese funcionamiento patriarcal fue crucial para ella, y que en la madurez el placer se desplaza mucho hacia el goce de la escritura.

A sus 86 años Alicia Dujovne Ortiz continúa regalándonos sus imágenes del mundo. Dice que al periodismo le debe su interés por las historias de la gente, aunque ya todos sepamos que es ella y sólo ella, el alma que fogonea desde la pluma sus variadísimas escrituras.