Alfonsina Storni era una fotógrafa de la escritura. Todavía hay quienes se acuerdan lo que era tomar una cámara muy pesada, cerrar un ojo, mirar incómodamente por un cuadradito y pensar demasiado antes de apretar un obturador para sacar una foto.
Se parecía mucho a tener el impulso de parar el mundo y guardar para siempre un instante que ya no iba a volver —o iba a cambiar— en menos de un segundo. A robarle un fragmento al tiempo, a crear un instante entre todos los instantes que luego viviría para siempre en un álbum junto a otros instantes.
La ilusión de los fotógrafos: darle al mundo recuerdos. ¿No es también la ilusión de los periodistas? ¿Y la de los poetas? Esa guerra apasionada cotidianamente perdida de la escritura contra el tiempo, el registro desesperado de lo que sucedió o está sucediendo.
La posibilidad del acontecimiento. La escena de una crónica periodística no es más que otra consagración del instante, su captación en pleno movimiento. “La poesía es una metafísica instantánea”, según el escritor y filósofo francés Gaston Bachelard. En un poema “se pueden encontrar los elementos de un tiempo detenido”.
Alfonsina, el lado B
En el siglo XX la conocida poeta periodista argentina Alfonsina Storni mezclaba procedimientos de la fotografía con la poesía en notas y poemas en verso o prosa como si llevara, en sus caminatas por los barrios porteños o sus viajes a Europa y Uruguay, una cámara con el sentimiento certero de que un instante iba a suceder y tuviera que estar lista para atraparlo.
El nuevo libro editado por Fondo de Cultura Económica, Instantáneas de mundo, reúne y rescata con un hermoso trabajo de archivo sus poemas, entrevistas, artículos periodísticos, fotografías y cartas que siguen el hilo conductor de la consagración del instante.
La selección de textos que propuso la investigadora y profesora de Literatura Argentina, Alejandra Laera, es original e inédita: seis secciones, rápidas y breves, como si fueran una secuencia misma de imágenes, nos presentan el lado b de Alfonsina. No la conocida escritora enamorada del mar cuyos poemas hablan de desamor, abandono y muerte, la de las personificaciones y la de “tú me quieres blanca”, sino la Alfonsina andariega y fotógrafa de la escritura.
En “Carnet de ventanilla”, una tirada de versos para La Nación que aparece en la sección “Postales argentinas” del libro, la mirada viajera de la cronista capta a toda velocidad en el soporte de un carnet el movimiento que ve y siente a través del vidrio de un tren. El instante se captura en pleno andar y el resultado es un punteo poético de oraciones, 41 fragmentos separados formalmente en la página por un asterisco.
Storni está por detrás de ellos. Quizás sentada en su vagón con lápiz en mano intentando ganarle a lo fugaz, siendo más fugaz aún: “Viaje. Esperanzas. Un camarote de cuatro personas. Una sola. Más vacío el vacío; más deseado lo deseado” escribe en el camino de Buenos Aires a Bariloche. A las largas horas de viaje las convierte en instantáneas de mundo y se pregunta: “¿Toda flor está de acuerdo con su paisaje?”, “¿Para qué miras el cielo? Está allí en el agua , detallado nube a nube”.
Las sacudidas del tren marcan el ritmo de sus frases, que se agrupan como una foto al lado de la otra. La escritura es eso quieto que, como una cámara, inmoviliza tanto desplazamiento. El encuadre es la ventanilla de ese tren que hace que la viajera no lea un libro, no mire al resto de los pasajeros, no pueda hacer ninguna otra cosa.
“Film marplatense” y “Kodak pampeano” dan cuenta de un género literario muy interesante que nace de esa mezcla entre periodismo, poesía y fotografía. Según el prólogo a la edición de Laera, las notas de Storni compartían página con las publicidades de Kodak de la década del ‘30 que instaban al público lector: “Lleve una Kodak consigo”. Y explicaban: “recoge gráficamente todas esas escenas y las convierte en recuerdos permanentes”.
Los nombres de estos textos estaban alineados con otros espacios del suplemento de los domingos de La Nación. Había, por ejemplo, secciones fijas llamadas “Kodak teatral”, “Film social”, “Instantáneas”, de todas maneras más parecidas a un collage turístico de verano con fotos de los diferentes lugares.
El film sobre Mar del Plata de Alfonsina proyecta más bien retratos fugaces de algunos personajes de la ciudad de la costa Argentina: están los enamorados, “que bailan aparentemente siguiendo la música de la orquesta, pero, en realidad, siguen un ritmo interior que los ojos transparentan. Parecen hechos de substancia distinta al resto de la masa y aclaran el aire por donde pasan”; los niños que gritan; las familias que invaden las confiterías; las inglesas; un estudiante porteño, una mano; los afortunados y un empleado.
“No he venido a descubrir Mar del Plata. A vuela de pluma estas crónicas. Se abre y se cierra el objetivo y apresa un color, un gesto, una línea”. Así de rápido el ojo obturador de la cronista. La nacida para mirar.
Retrato de una poeta
Las entrevistas que reúne Instantáneas de mundo terminan de armar el retrato de la poeta: fabricante de gorras, obrera, maestra, migrante, feminista, aficionada de las fotos. La que “Piensa como los hombres y resuelve todos sus problemas, por complicados que sean, con la entereza de los representantes de los sexos fuertes”, “la arquitecta de su propio destino”, “libre por su propia voluntad, sin violencia pero sí con energía, hace lo que se le da la gana dentro de lo lógico de las cosas”.
“La Alfonsina en su casa; la Alfonsina leyendo, sentada sobre una mesa; la Alfonsina coqueta que asoma por la enrejada ventana su cabeza de colegial, toda gris antes de tiempo; la Alfonsina que tira al blanco”.
Cada línea de sus textos es un tiro al blanco, una flecha contra lo inmóvil. ¿No le ganó varias batallas la escritura fotográfica de Storni a la tiranía de lo fugaz? ¿No hizo posible la ilusión de darle recuerdos al mundo? Sus instantáneas vuelven a ser publicadas, como si el tiempo se hubiera detenido para siempre en ellas.