Con una mirada disruptiva y provocadora, Alexandra Kohan abre caminos reflexivos sobre temas como el amor, el cuerpo y el deseo. Psicoanalista de formación, magíster en Estudios Literarios, escritora y docente en la Universidad de Buenos Aires, es también una figura destacada en el campo cultural, con columnas en diversos medios.
En su último libro, El sentido del humor, indaga sobre la manera en que esta capacidad humana, desde la perspectiva freudiana, se convierte en una herramienta inesperada para lidiar con las tensiones de lo humano, en tiempos de solemnidad y crueldad. Sus otros ensayos, Psicoanálisis: por una erótica contra natura (2019), Y sin embargo, el amor (2020) y Un cuerpo al fin (2022) proponen lecturas que desarman certezas y exploran los bordes del discurso amoroso y los vínculos.
–¿Qué es lo que más te desafía de tu trabajo como psicoanalista?
–El desafío es constante, cada vez, en cada sesión. Porque la experiencia de un analista no es una experiencia acumulable. Porque no se trata de una práctica que implique aplicar una técnica. Y sobre todo, porque no tiene que ver con el saber acumulado. Antes de que un paciente empiece a hablar, no hay nada y después, tampoco sabemos qué puede haber. Porque el inconsciente es lo inesperado, la sorpresa. El desafío mayor y más lindo quizá sea ese: suspender lo que uno sabe, olvidarse de la teoría para poder escuchar.
–¿En qué momento descubriste que querías cruzar los universos del psicoanálisis y la literatura?
–Ese cruce existe desde el inicio del psicoanálisis. Está en Freud. No concibo el psicoanálisis sin la literatura. Aunque esa relación es tensa, conflictiva y requiere pensarla cada vez. En todo caso, una zona común que tienen ambas prácticas es la de sostener la pregunta por la lectura. «¿Qué es leer?» podría ser una pregunta común a ambas.
–¿Qué libro sintetiza tu mirada sobre el psicoanálisis?
–Me resulta difícil la idea de “sintetizar”, porque el psicoanálisis es una práctica del despliegue en el tiempo, de la no precipitación. Igual que la lectura. Mi libro preferido es El chiste y su relación con lo inconsciente. Me gustan también las Lecciones de introducción al psicoanálisis, de Oscar Masotta.
–¿Qué te llevó a elegir el humor como eje central de tu nuevo libro, El sentido del humor?
–Estudio el humor desde el psicoanálisis hace muchísimos años, pero no se me había ocurrido escribir un libro. Lo que me llevó a decidirlo es estrictamente un momento particular: estaba leyendo otra cosa y ahí irrumpió la idea. Toda creación, finalmente, viene del inconsciente. Igual que el humor. Y, quizás, porque sí notaba solemnidad y tensiones sociales que nos llevaban a estar demasiado rígidamente serios.
–¿Qué papel juega la conexión emocional y social en el acto de hacer humor?
–Ese es el gran aporte freudiano. Para que haya humor con otros es fundamental, como dice Freud siguiendo a Bergson, que seamos de la misma parroquia. Sin código común -el código que se va a transgredir en el chiste- no hay humor. Puede haber desubicación, hostilidad, etcétera. En ese código (el de la lengua, la cultura) también están la conexión emocional y social. Por eso una de las cosas que más sufren las personas que se van a vivir a otro país es la incomprensión del humor.
–¿Cómo dialoga El sentido del humor con tu obra anterior, Un cuerpo al fin? ¿Qué conexiones establecés entre estos temas aparentemente tan distintos?
–Yo diría que los tres libros dialogan porque no los concibo como “temas” -amor, cuerpo, humor- sino que constituyen una zona común. La de la práctica del psicoanálisis, pero también la de la erótica de la vida. Los tres libros están contaminados de los asuntos de los otros dos.
–Si no te hubieras dedicado al psicoanálisis, ¿en qué otra profesión, oficio o actividad te imaginás?
–Hoy ya no me imagino en ninguna otra disciplina porque el psicoanálisis es lo que más me gusta. Me dedico casi todo el tiempo a la clínica y no podría hacer otra cosa. Pero a los 17, si bien ya sabía que quería dedicarme al psicoanálisis, también estudiaba teatro y dudé de si entrar o no al conservatorio. Me hubiera encantado ser actriz cómica.
–¿Estás viendo alguna serie?
–Últimamente no veo series de muchas temporadas porque me agobia un poco la idea de tener que quedar pendiente de eso. Es algo de ahora, antes podía. Así que trato de ver series que empiecen y terminen en un tiempo no demasiado largo. Como Ripley, por ejemplo. La última que vi fue Disclaimer, de Alfonso Cuarón, con Cate Blanchett. Y también vi Bad sisters, la primera temporada. Por mí podría terminar ahí mismo.
–¿Cómo es tu relación con la música?
–Tengo bastante relación con la música, pero mucho menos que cuando era más joven. Hoy en día disfruto mucho del silencio. Me gustan mucho Nick Cave y Leonard Cohen. No me canso nunca de escucharlos. Y Charly Gacía en todas sus versiones. De hoy me gusta lo que hace Chita. Y también Victoria Birchner. También trato de ir a algunos recitales, no muchos.
–¿Cómo ves el impacto de las redes sociales en los debates sobre salud mental y psicoanálisis?
–Las redes sociales lo cambiaron todo. Seamos o no usuarios de ellas. Transformaron las maneras de relacionarnos con la imagen, los modos de hablar, las formas de estar en lugares y, sobre todo, las nuevas formas de leer. Quizá se trate de las llamadas nuevas subjetividades. Aún estamos metidos ahí y no es tan sencillo de pensar. Pero sin dudas, además de lo que pueden tener de positivo, han producido también nuevos sufrimientos, ansiedades y malestares. Cambió la división entre público y privado. Como todo cambio tecnológico, inaugura nuevos miedos y nuevos modos de relacionarnos.
–¿Qué te inspiran más, las preguntas o las respuestas?
–Sin dudas las preguntas. Pensar es hacer preguntas. «