De Lionel Scaloni creemos que sabemos todo pero pocos podrían nombrar los clubes en los que jugó en su carrera de futbolista. Ya convertido en una referencia del periodismo deportivo actual, Alejandro Wall lo volvió a hacer con su nueva obra, Revolución Scaloni, un viaje por la formación del entrenador campeón del mundo. Nadie conocerá a Scaloni hasta que termine de leer este libro.

–Argentina ganó una Copa América, un Mundial y está en semis de otra Copa. Sólo España de 2008 a 2012 logró ese trilogía, pero con entrenadores distintos. ¿En qué lugar de grandes técnicos está Scaloni?

–Es una de las preguntas con las que parto. Sobre todo cómo se puede mirar Scaloni en los espejos de Bilardo y Menotti, los otros campeones del mundo con la Argentina. Es cierto que además Scaloni le agrega la Copa América y la Finalissima con Italia, y además un funcionamiento de alto nivel durante tres años, algo difícil encontrar en selecciones anteriores. Que está sentado a la mesa de los grandes no hay dudas. Quizá nos cuesta ahora tomar dimensión no sólo porque nos falta perspectiva, sino porque es un técnico que empezó su carrera al revés de todos, por arriba, en una selección, ganando un Mundial. Con todo eso encima, Scaloni es un entrenador joven, que recién comienza, que todavía tiene un largo recorrido por delante. Después está el otro factor, cuál será su influencia sobre los demás. Bielsa y Pekerman no ganaron los títulos que él ganó pero hicieron escuela, formaron entrenadores. Los años pondrán a Scaloni en un lugar de referencia.

–¿Cómo nace la definición de Scaloni como líder ecológico?

–El primero que me lo describió así fue Jorge Valdano. Me habló de liderazgo ambiental. También Matías Manna, miembro del cuerpo técnico, se refirió con ese concepto a la clase de liderazgo de Scaloni. Por cómo escucha, por cómo habla, por cómo se vincula. Y me pareció interesante porque lo que hizo Scaloni apenas asumió fue desintoxicar el ambiente en el que habitaba la selección después de Rusia 2018. Se había convertido en un lugar hostil. Y él insistía en trabajar para cambiar el clima. Jugadores de las primeras convocatorias me contaron sobre esas pequeñas decisiones, desde tener momentos libres hasta construir espacios para la convivencia. Cuando Messi se sumó lo hizo en un ámbito que ya era más agradable, con jugadores nuevos, a los que no conocía o conocía poco. Ya cuando el propio Scaloni era jugador de la selección tenía esa idea, la de que el plantel sea una hermandad. 

No hay DT más revolucionario que Guardiola pero Scaloni no cayó en la tentación de imitarlo y se refirió a Ancelotti como su referente. ¿Qué nos dice esa doble elección?

–Puede resultar contracultural pero tiene una lógica. Ya cuando Scaloni llegó a la selección tenía una idea de un fútbol más directo. No era un adorador de las posesiones largas. Había visto a la Francia de Rusia 2018 y entendía que el fútbol iba hacia ahí. Y fue lo que intentó en los primeros partidos, hasta la Copa América 2019. Después entendió que los jugadores que tenía Argentina requería cambiar, tocar otra música, acercarse a la idea de tener la pelota, de acumular pases para generar situaciones. Ahí tenés un primer costado de Scaloni como entrenador, que es su pragmatismo, su plasticidad en las ideas, no es un dogmático. Y eso lo lleva más a tener como referente a Ancelotti. Además él se despertó como entrenador cuando jugaba en el fútbol italiano, y si bien no lo tuvo a Ancelotti como DT, sólo lo enfrentó, es lógico que se mire en él. Y lo que tiene en común con Ancelotti es, como dice Valdano, la capacidad de simplificar. El liderazgo tranquilo, como se llama un libro de Ancelotti, se replica en Scaloni. También ejerce un liderazgo tranquilo.

–De la carrera de Scaloni como jugador se sabe poco. Su salida de Newell’s incluso se rodea de versiones contrapuestas. ¿Qué pasó?

–Lo que más claro queda es que tuvo que ver con que Mauro, el hermano mayor de Scaloni, no jugaba. Y Chiche, el padre, reclamaba por él. Eso derivó en una pelea con el entrenador de la Reserva y ahí decidió pedir los pases de ambos. Otra versión dice que fue el club el que decidió dejarlos libres. Lo que sí habla de la personalidad de Chiche es que no se enfrentó a cualquier dirigente sino a Eduardo López, un tipo pesado que se apoyaba en la barra. Chiche, que era un tipo del fútbol, dirigente y entrenador de Sportivo Matienzo, el club de Pujato en el que empezó Scaloni, actuaba como padre representante. Marcó la carrera de Lionel. De Newell’s lo llevó a Estudiantes, y ahí también fue Mauro, y tampoco debutó. Aún así cuando Lionel pasó al Deportivo La Coruña fue también junto a su hermano. Los presentaron juntos como refuerzos pero Mauro sólo jugó en el Fabril, el filial del Depor.

–En el libro queda claro que Scaloni, sin ser un bufón, ya cuidaba la salud humana de los grupos en su época de jugador. Antes del Mundial 2006 presta atención especial en un Messi de 18 años y lesionado.

–Ea el animador de cada plantel, el que encabezaba las jodas, el que hacía chistes. Quizá muy distinto al perfil que le vemos como entrenador. Pero entendía el fútbol y cómo administrar la convivencia. Decía que transmitía alegría para que las concentraciones largas sean más llevaderas. O acompañaba a los jugadores que quizá tenían algún bajón. “A mí nunca me van a ver triste”, decía. Los técnicos, entre ellos Pekerman, le valoraban ese rol. Su diagnóstico de cómo había que llevar a Messi en su primer Mundial, el único que jugaría Scaloni con la selección, es interesante. Sabía todo, que Messi venía de una lesión, que no debía adelantar su maduración, y que tenía que divertirse en la cancha. Hablaba mucho con Messi en ese tiempo. Es impactante saber cómo pensaba Scaloni en ese momento porque ves mucho de lo que después aplicó como técnico.

–Una de sus decisiones iniciales fue darles aire a los jugadores. Lo que había visto en 2018 como ayudante de Sampaoli ¿pudo ser el fracaso que la selección necesitaba para que el nuevo cuerpo técnico tuviera pistas para encontrar el rumbo?

–No sé si se trató sólo de lo que produjo el resultado de ese Mundial. Más allá de las conclusiones sobre la gestión de Sampaoli, lo que pasó en Rusia 2018 fue esa idea de que lo nuevo no terminaba de nacer y lo viejo no terminaba de morir. Había que llevar adelante un recambio que se frenaba. Scaloni se encontró con una selección que tenía el campo abierto para buscar nuevos jugadores. Y así aparecieron los Cuti, De Paul, Lautaro, ni hablar después Enzo y Alexis. Mascherano, que era el líder natural, se había retirado. Y eso erigió también a Messi, que hasta ese momento no terminaba de encontrarse ancho como capitán. Pero también Scaloni, dentro del cuerpo técnico de Sampaoli, registró muy bien lo que pasa con la selección, la mala comunicación, las mesas separadas de los jugadores, y luego trabaja sobre eso. Entiende lo que no hay que hacer. Y se remonta también a lo que él como Aimar o Samuel habían aprendido de Pekerman en la selección. En las primeras conferencias de prensa repite que quieren transmitir el sentido de pertenencia que ellos habían mamado en su etapa de jugadores.

–¿Te sorprendió su amago de renuncia? Fue extraño porque, si suele ser un DT al costado de la foto, esa noche eclipsó un triunfo histórico.

–Fue sorpresivo para todos, incluso para los jugadores. Una lectura puede ser que con esa salida colocó su situación por encima de todo, pero a la vez, y por cómo se sucedieron los hechos después, él tenía que hacer ruido, generar una advertencia. Porque más allá de las hipótesis sobre lo que pasó, la cuestión salarial o la organizativa, termina quedando claro por lo que él mismo fue contando que necesitaba sostener la llama de los jugadores encendida, transmitir que la vara estaba alta y nadie se podía relajar. Scaloni lo graficó con la imagen de parar la pelota, pero fue también un golpe en la mesa.

–¿Cómo gestionará Scaloni al Messi actual, de 37 años y en una liga de menos competitividad, acaso más proclive a las lesiones?

–Por lo que se vio con Ecuador, sigue con la misma línea. Hablar con él y que sea Messi el que decida si puede jugar o si tiene que salir. Es un consenso pero Messi tiene la medida de lo que da su cuerpo. Con Ecuador no pareció estar pleno. Scaloni lo notó porque varias veces le preguntó si estaba bien. Messi dijo que sí y siguió. Es el único jugador que tiene esa potestad. Lo que siga va a depender mucho de lo que quiera Messi y de cómo administra sus minutos. Scaloni sabe que eso es parte del diálogo con el jugador.