Hace más o menos diez años, Cicco dejó atrás su desaforada carrera como cronista border –rama criolla del periodismo gonzo de Hunter S. Thompson- y dio sus primeros pasos en el sufismo, la veta más mística del islam. Desde entonces, su vida dio un giro espiritual de 180 grados. Quedó mirando a La Meca. Se hizo musulmán.
Entonces vendió la casa que tenía en los arrabales de Barracas, se mandó a mudar a un pueblito del interior bonaerense y construyó una mezquita en su nuevo hogar en Lobos. En el medio peregrinó un par de veces al Lejano Oriente, emprendió la lectura en árabe del Corán –el libro sagrado de 77.449 palabras y más 240 mil significados ocultos en cada verso que escribió el profeta Muhammad- y hasta cambió su nombre por el de Abdul Wakil. El “Servidor del Guardián”.
“Me inicié al islam un día de noviembre de 2009 como hice tantas otras cosas en mi vida: sin pensar a dónde me metía. A decir verdad, la mayoría de los sufíes en Occidente no saben a dónde se meten ni qué es lo que implica. Una cosa es asumirse en sociedad como sufí: tiene aire poético, místico, volado. Y otra es presentarse como musulmán. Todo el mundo tiene una idea acerca de lo que implica ser musulmán. Esa idea es un bajón. Pero el riesgo, el viento en contra y el camino de espinas valen la pena. Al fin de cuentas, ¿qué mejor ocupación que hacerse místico y dedicarse a probar si la vida es esto nomás o hay otra cosa?, reflexiona Cicco en el inicio de Rock and Roll Islam. La conversión menos pensada, su tercer libro.
Antes había publicado Rodrigo Superstar y Yo fui un porno star. Sus artículos, a veces irreverentes, siempre de buena pluma para retratar la vivencia en carne propia del cronista, aparecieron en la Rolling Stone, Noticias, Soho, Crítica de la Argentina y otros satélites del periodismo de largo aliento. Su tercer libro es una obra transgénero, un enredo fascinante entre el periodismo y la teología. En Rock and Roll Islam, Cicco suma retazos del diario íntimo de una conversión religiosa y construye una antología con mil y una crónicas sobre el pasado, presente y futuro del sufismo en la Argentina. Pero también escribe un manual de supervivencia teológico, un ensayo espiritual y, sobre todo, un texto que derriba pila de clichés y prejuicios sobre el islam y sus fieles.
Lejos del estereotipo del místico sufí de kilométrica barba blanca y túnicas curtidas, también del terrorista demente y cargado de explosivos, los musulmanes que habitan en el libro de Cicco son vecinos de La Plata, La Boca, Colegiales y varios pueblos de la Patagonia y Cuyo. Se ganan el pan suyo de cada día como artesanos, empleados bancarios y comerciantes del abigarrado Mercado Central. Hay tacheros copados, hippies mala onda, veteranos maratonistas del Cuarto Camino de Gurdjieff y hasta karatecas duchos en el arte de la defensa personal. Hombres y mujeres que “eligieron el camino espiritual más incorrecto de Occidente, el más incómodo y el del marketing más tremebundo. Y se dijeron: ‘A cagar con el marketing y a cagar con Occidente’”.
Más allá de que el título del libro es algo engañoso –Cicco confiesa al inició que la génesis de esta historia es un engaño de su infancia-, se puede apreciar cierto espíritu rockero entre las diversas tribus del barrio musulmán. Incluso Miguel Abuelo, Miguel Cantilo y Spinetta tuvieron sus idas y venidas con los sufíes porteños. Es lógico: “Aunque nadie lo dice, el rock es el tataranieto del islam –arriesga el cronista-, pues su origen se remonta al blues, y el blues se remonta a los esclavos africanos, y el 30% de esos esclavos africanos que llegaban a Estados Unidos eran musulmanes y cantaban con el mismo lamento con el cual recitaban el Corán en las mezquitas de su África natal”.
Las andanzas y desandanzas del milenario pelo nómade de la barba del profeta Muhammad que se conserva cerca de El Bolsón, la leyenda del artesano platense que memorizó el Corán entero –la normalidad en Pakistán, un milagro para los argentinos- y las aventuras de un sheikh que se exilió con sus seguidores en un bosque del Sur, a la espera del fin del mundo que nunca llegó. Alá es grande también en Argentina. Si les queda alguna duda, lean el libro de Cicco.