Hebe, Choni, Sara, Norita, Lita, Pocha… Sus sonrisas, sus miradas, su descomunal energía vital. Ellas se van reencontrando con sus hijos. Nosotros, con nuestra soledad, la tristeza, el recuerdo. Y el legado. La memoria, dónde arde, las trae con sus gestos contagiosos, el dolor indomable de la desaparición, una ternura revolucionaria que no seca las lágrimas pero infunde un inconmensurable bagaje de respeto y ejemplo.

Tuvo que ser un jueves. El anterior lloramos a Norita. Una semana después, el 6 de junio, a Lita y a Pocha. No hace falta profesar ninguna superstición diabólica. Mañana lacerante, una tras otra, las noticias anuncian muerte. Luisa Torres de Toledo, la Pocha, madre riojana de puesto de Tama, estaba por cumplir 99 y jamás dejó de buscar al Chusquí (Oscar Alfredo), su único hijo, chupado en el 75 en Tucumán. Ángela Catalina Paolín de Boitano hizo último festejo, el de los 92, en La Bombonera, tan bostera como peronista. Lita, la Tana, la de una risa inigualable, la que se iluminaba cada vez que entonaba Bella Ciao, la que tenía un último recuerdo de su hija antes de ser secuestrada, una vez largó una punzante confesión: “A lo único que le tengo miedo es al dolor”.

Se están yendo. Esa sensación de soledad que se internaliza como un fin de época.

Tal vez ya no queden excusas, ya no sea el tiempo del mero tránsito por el camino que enseñaron las viejas. Su legado impone mantener la llama encendida. Tiempo de acción, con ellas como bandera. La historia no nos perdonaría haber desperdiciado la dote inmensa de esas tipas gigantes que dibujaron cada una de sus arrugas peleando mano a mano con los monstruos. Las que enfrentaron los fusiles con sus pañuelos, las que esquivaron a la muerte con su pasión, sus derechos, su alma. 

Su legado encuentra a una sociedad que, incluso ante el negacionismo oficial y un discurso terraplanista que prende en cierto sector lastimosamente amplio, continúa consustanciada con las políticas de Estado en materia de delitos de lesa humanidad iniciadas en el alfonsinismo, retomadas y reafirmadas en el kirchnerismo.

¿Y ahora? Esas Madres que se fueron pudieron llevarse la desbordante energía desplegada el último 24 de marzo por una marea popular impactante. Será que a pesar del mileísmo, «este pueblo no cambia de idea…». Al mismo tiempo, surgen informes que alimentan una veta optimista. Una encuesta de la Universidad de San Andrés arrojó respuestas significativas sobre conceptos como el de femicidio o, por caso,una alta valoración sobre políticas sociales relativas a la Educación Sexual Integral, a las decisiones públicas desde perspectivas de género, y ante campañas de vacunaciones. También que se sigue apreciando decididamente a la ciencia y la educación, a la vez que se marca la urgencia de tratar el cambio climático desde el Estado. Tampoco se duda que durante la dictadura se cometieron delitos de lesa humanidad. Por si acaso.

Probablemente también empujen, como incentivo a seguir en la lucha, hechos más que simbólicos, como los últimos fallos condenatorios en causas de lesa. Por ejemplo, en los juicios de Save, Acindar, Veloz del Norte II, que Gerardo Aranguren suele dar cuenta en estas páginas. Avances por Memoria, Verdad y Justicia, a pesar del feroz contrataque reaccionario con Victoria Villarruel como nave insignia y de las domiciliarias para mayores de 70, junto a la dificultad para controlar el cumplimiento, el ardid legal de quienes defienden a los represores, lo que deja un regusto amargo.

Por eso, ante ellos, ante todos: son 30 mil. Ahora y siempre.

Aunque la realidad nos exija más de la cuenta. Como el jueves 6: casi al mismo tiempo que las Madres, partió Tito Cossa. En noviembre hubiera cumplido los 90. Aun así, ese jueves de miércoles, por la noche hubiera reestrenado Un guapo del 900, con su adaptación genial del original de Samuel Eichelbaum. Tito, un extraordinario periodista que será más recordado como prolífico dramaturgo y escritor; furioso defensor de la cultura y de la vida; factótum de Teatro Abierto, esa experiencia estética inolvidable para quienes transitamos los ‘80, hurgando por las luces y los aires que proveen las artes.

Y, encima, a los pocos segundos, en el mismo noticiero se confirmó una noticia que acabó de erizar la piel: el gobierno eliminó el registro que garantizaba el suministro de energía a electrodependientes. ¿Qué puede esperarse del mismo Ejecutivo que comete el homicidio solapado de haber interrumpido el abastecimiento de remedios oncológicos?

Al rato se supo que en Ituzaingó un energúmeno se brotó ante un pibe que en un semáforo pedía para comer y corrió a apuñalarlo. La noche anterior, cuatro lacras amparadas en la platita y el poder de papá, salieron a meterle tiros a pobres que no tienen ni dónde caerse muertos. ¿Se puede ser tan hijo de puta? Se dicen libertarios que descreen de la policía. ¿Cómo evitar que el estómago sea un revoltijo ante semejante realidad? Gentes sin escrúpulos, consecuentes con los cachivaches que hoy habitan la Rosada: violentos que no dudan en fabricar realidades y justificaciones alocadas, sin miramientos, sin límites, sin tapujos. ¿Qué se puede aguardar de quienes permiten que se echen a perder alimentos mientras a miles y miles les duelen las tripas por el hambre?

Antítesis atroz entre esta juventud que así aplica su pseudo rebeldía y cómo la aplicaban, con la piel y el alma, los hijos de esas madres, los que en los ‘70 se jugaron el pellejo por un mundo mejor. Con errores pero con coraje y convicciones colectivistas, solidarias, fraternales.

Medio siglo después. Tiempos de temible descomposición social, miseria estructural, derrumbe de la solidaridad. Signos altamente destructivos que claman por un freno, más temprano que tarde.

En ese menjunje repugnante están, asimismo, las heridas del pasado reciente, al que también habría que aplicarle un «ni olvido ni perdón».

Para hacer honor al legado. Ahora y siempre.   «