La tríada Patricia Bullrich, Elisa Carrió y Paula Olivetto sobrevolaba al falso abogado Marcelo D’Alessio como las moscas al estiércol. Veían en él un atractivo hoy difícil de explicar, pero en su apogeo les resultaba cuanto menos útil. Ese vínculo quedó descripto con conocimiento de causa por el periodista Rolando Graña en una declaración testimonial de más de cinco horas ante el juez federal de Dolores, Alejo Ramos Padilla.
«Él tenía contacto con Paula Oliveto y me contó con lujo de detalles cómo se había reunido con Elisa Carrió en Exaltación de la Cruz. Que Paula Oliveto lo lleva a ver a Elisa Carrió, que él habló sobre temas de narcotráfico largamente y que había venido desilusionado porque Carrió varias veces se quedó dormida. Y que Carrió le había dicho que tenían que hablar con María Eugenia Vidal de cuestiones de narcotráfico en la provincia. Él tenía trato con Patricia Bullrich, varias veces me mostró chats con Patricia Bullrich.»
Graña introdujo a D’Alessio en la TV. Durante mucho tiempo fue una excelente fuente de información: D’Alessio tenía los vínculos que decía tener y nadie dudaba de su relación con la Embajada de los Estados Unidos. Antes de ser detenido, le dijo a Graña: «La embajada me dejó tirado. Me cortaron todas las claves».
«Con Oliveto tenía relación de investigaciones. Con Carrió no sé si la relación era directa o a través de (el periodista Daniel) Santoro. (…) La relación con Bullrich era más fluida que con Carrió porque me habló más veces de ella. La relación con Bullrich era vinculada con información, que discutía con funcionarios de línea sobre cuestiones de política, que le llevaba datos. Digo esto porque las primeras declaraciones de la ministro eran que D’Alessio era un psiquiátrico», declaró Graña. También introdujo un nombre que hasta ahora venía recibiendo aisladas esquirlas: el juez federal Claudio Bonadio. «D’Alessio nunca me habló de su relación con Stornelli sino más bien me habló de la relación con Bonadio, sobre todo por la causa de gas natural licuado. Él nunca me blanqueó llegada o contacto con ningún juez o fiscal, salvo Bidone y Bonadio.» Bidone es el fiscal que investigó el triple crimen de General Rodríguez, a quien su colega de Dolores, Juan Pablo Curi, rechazó como arrepentido. Declarará en indagatoria el próximo miércoles y contará todo lo que ya contó pero para Curi fue insuficiente.
Ramos Padilla procesó a los expolicías Ricardo Bogoliuk y Aníbal Degastaldi, al exespía Rolando Barreiro y amplió el procesamiento de D’Alessio en una resolución llena de mensajes cifrados –y no tanto–. «Estos elementos probatorios podrían dar cuenta de la existencia de maniobras de espionaje ilegal con finalidades políticas y/o de inteligencia criminal, sin autorización legal ni ejercicio alguno de funciones públicas.»
Un «investigador» realizando trabajo sucio pero tácitamente consentido, por un lado, y una pata en tribunales dispuesta a llevar adelante causas contra el kirchnerismo. ¿Qué falta en el medio para vincularlos? Alguien que lleve las denuncias a Comodoro Py. El rol más saliente en la vida política de Carrió y Oliveto son, justamente, las denuncias. «La utilización paralela de una organización de espionaje para el ‘éxito’ en causas judiciales y las relaciones estrechas y de mutua colaboración que se han comprobado entre magistrados de los ministerios públicos fiscales con miembros de esta organización pueden generar una afectación muy grave al Estado de Derecho», escribió Ramos Padilla. «Ningún fin, por más estimable que pudiera parecer, justifica la utilización de información y de acciones relacionadas con el espionaje ilegal o con fuente en mecanismos de investigación también ilícitos.»
Por Dolores revolotean nuevos nombres. Uno de ellos es el de un camarista federal a quien se le atribuye la filtración de un fallo clave en la causa de las fotocopias de los cuadernos. En el teléfono de D’Alessio apareció un documento que anticipaba previo al fallo de Cámara qué iba a pasar. Hubo una investigación interna, informal por cierto, sobre el origen de la filtración y dos funcionarios de segundo orden estuvieron cerca de perder sus trabajos. Hasta que el camarista desactivó el conflicto reconociendo que la responsabilidad era suya. No se habló más del tema, pero quedaron relaciones rotas. «