“Cómo armar tu propia jubilación estatal”, “Agenda de Cristina para derrocar al gobierno”, “Tu gobierno entró en crisis”. Estos son algunos de los títulos de las columnas humorísticas que Adrián Stoppelman hace en La Mañana, el programa radial de Víctor Hugo y su equipo que se emite por la AM 750 y que ocupa el horario de 9 a 12. Stoppelman, que se autodefine como periohumorista, reunió esas columnas en Noticias de Macrilandia (Colihue) que se presenta este miércoles 20 a las 19:00 en el Centro Cultural Padre Mugica, Piedras 720, CABA, con entrada libre y gratuita.
El autor tiene una larga trayectoria en el camino del humor. Hizo con Hugo Guichet Gira Mágica y Misteriosa en Radio Nacional, un programa mítico de rock. También participó del último año de La noticia rebelde y, en el ´92, trabajó con Víctor Hugo en deporte. Además de su labor radial, hace shows de humor con Bibiana Tonnelier.
El suyo es, sin duda, un trabajo difícil, ya que consiste en hacernos reír de nuestras frustraciones y conflictos cotidianos, de nuestros malabares para llegar a fin de mes, de nuestro esfuerzo denodado por mantenernos a flote pese a todo. Es que, tal como lo dice el autor en el prólogo del libro, el humor es también una forma de resistencia.
-¿Cuál es la función del humor, sobre todo en tiempos de crisis como el que estamos viviendo?
-Para mí es permitir hacer una catarsis de lo que sucede. Esa catarsis puede ser personal o colectiva. En un show, en la televisión en la radico es una catarsis colectiva. La empleada pública que hacía Antonio Gasalla, por ejemplo, permitía una catarsis colectiva respecto de cómo nos trataba una empleada pública. Sucedía lo mismo con Tato Bores y con Canal K, todos los programas que hacen periohumorismo, es decir, que basan su humor en la realidad hacen catarsis colectivas. Hay otro tipo de humor que es más de divertimento, de entrenamiento. No juzgo, no digo que uno está bien y otro está mal. Los dos son diferentes vertientes del humor. Cada cual hace lo que le sale de adentro.
– Según señalás en tu libro, además de la catarsis, el humor permite hacer más manejable el monstruo que tenemos dentro, desarmarlo un poco. ¿Cómo es eso?
-Sí, el humor tiene esa facultad. Por eso cito a Harry Potter, que tenía el hechizo de reírse del enemigo porque eso lo debilitaba y le sacaba el poder. A los políticos no les gusta que se rían de lo que hacen. No le gusta ni a Macri ni a Cristina y tampoco nos gustaría ni a mí ni a vos.
-Pero me parece que en el humor político la sátira o la burla no está dirigida tanto a la persona como a lo que esa persona representa, va más allá de ella.
-Pero también se puede hacer humor con personas que no representan a nadie más que a sí mismas.
-¿Quién, por ejemplo?
-Por ejemplo, Fernando Iglesias. ¿A quién representa?
-Bueno, digamos que a la Coalición Cívica…
-Pero también se puede hacer humor con personas que no tienen nada que ver con la política. Sólo a modo de ejemplo puedo mencionar a Zulma Lobato o a Gisela Barreto. Podés hacer humor con Mirtha Legrand, aunque en los últimos tiempos tiene un perfil político. Podés hacer humor con la televisión, con los noticieros, con algo que pasa. Si se te ocurre cómo, podés hacer humor con cualquier cosa. Eso depende de cada uno, no hay un límite.
-¿No hay realmente un límite en el humor? No recuerdo haber escuchado un chiste de desaparecidos o un chiste sobre Santiago Maldonado.
-Con Santiago estoy seguro de que sí los hubo. Creo que debemos tener en cuenta dos niveles. Una cosa es el humorismo que hacemos los humoristas profesionales y otra lo que hace la gente no profesional, lo que se hace en Internet. A la gente que no se dedica al humor se le ocurre un chiste cada tanto. Yo estoy obligado a que se me ocurra todos los días. Una cosa es que alguien suba pavadas a Internet donde no tiene filtro, donde puede expresar su odio sin ningún condicionamiento. En mi caso es distinto, porque a mí me pagan para hacer reír. Si hago un show, la gente paga su entrada. En un humorista el filtro es su sensibilidad. Peña, por ejemplo, tenía muy poco filtro respecto de todo. Pero, en general, uno tiene un pudor. Excepto uno que todos conocemos y que nik quiero nombrar, en general nos mantenemos dentro de ciertos límites. Hay gente que hace humor negro, que a mí me encanta, pero si uno lo practica hay que avisar que va a hacer humor negro, porque hay gente a la que no le gusta.
-Es decir que habría que indicar cómo debe ser recibido lo que ese humorista hace.
-Exactamente. Hay que establecer un marco, porque hay cosas que si las sacás de contexto, la gente puede pensar “ese tipo está loco”. El contexto es decisivo: quién lo dice, por qué lo dice y cómo lo dice. Por ejemplo, yo trabajé en un programa radial que tenía un léxico privado: los oyentes sabían de qué se trataba, había un código común. El oyente sabía que si el conductor decía yegua –y esto sucedió añares antes de Cristina- estaba diciendo mujer y no quería agredir a nadie. Ya sé que hoy suena horrible, pero en ese contexto humorístico no era así, era algo compartido por hombres y mujeres. Cuando íbamos, por ejemplo, a hacer un show a un boliche con gente que se quedaba del espectáculo anterior y no sabía bien qué era lo que hacíamos, cuando el conductor decía “que pase al frente esa yegua” refiriéndose a una mujer del público, he presenciado trompadas, he visto volar botellas. La gente no conocía el código. Al público de Jorge Corona nada de lo que él diga lo va a ofender porque él generó su público, un público que va a buscar eso. Yo aprendí mucho de él, porque tiene mucho dominio en el escenario. Pasa como con los grupos de rock: al que le gusta La renga seguramente no le gusta Soda Stéreo, Los Pericos son distintos de Los Redondos y cada uno tiene su grupo de seguidores. Víctor Hugo dice y yo estoy de acuerdo, que cada uno genera sus oyentes. Nosotros generamos los nuestros y Baby Etchecopar genera los suyos.
-Sí y resulta difícil entender que haya gente a la que le guste un maltratador de quienes lo siguen.
-Es que hay gente a la que le gusta el maltrato y aquí debo decir algo políticamente incorrecto sobre Baby Etchecopar: creo que nadie tiene derecho a censurarlo mientras no diga nada que vaya contra la ley. Detesto a Baby Etchecopar, pero no dejarlo hacer funciones me parece censura previa. Repito que lo detesto, pero que tiene todo el derecho del mundo a decir lo que quiera.
-Sí, pero también hay límites éticos y morales que quien tiene un micrófono a su disposición no debería traspasar. Tener un micrófono también es tener una responsabilidad.
-Pero esos límites son éticos y morales para vos, pero no para todo el mundo. Vivimos en una sociedad en que los límites éticos no siempre se respetan.
-Bueno, hay una figura que se llama incitación a la violencia. Si alguien, como lo hizo Lucho Avilés en su momento, dice que para acabar con los cartoneros lo mejor sería poner una bomba en las bolsas de basura para que vuelen por el aire al abrirlas, creo que es algo que ninguna sociedad debería aceptar. Y el hecho de aceptarlo, habla de esa sociedad.
– Estoy de acuerdo. Nadie de nosotros va a aceptar eso, pero hay gente que sí lo acepta. Feinmann dice “uno menos” cuando matan a un ladrón y tiene audiencia y esa audiencia aplaude cuando lo dice. El mundo no es como nosotros creemos que es, no es un mundo ideal. No todos están con el pañuelo verde. Muchos están con el celeste y uno se pregunta cómo puede ser. Hay gente que en Jujuy defiende que prosiga con su embarazo una nena violada. “¿Dónde está el bien, debajo de quién. Dónde hay un ejemplo que nos sirva de ley” decían Pedro y Pablo en La gente del futuro. Creo que se han perdido valores y se ha abierto una grieta entre gente que piensa de una manera y otra que piensa diferente. Y son posiciones inconciliables. El límite está en la sensibilidad de cada uno. Alfredo Casero le habla a un público en particular, TN le habla a un público específico y lo mismo hace C5N. Hoy hay una segmentación total. Hay gente a la que le gusta Les Luthiers y a otra, Midachi. Posiblemente haya gente a la que le gusten las dos cosas.
-Lo veo difícil.
-Pero puede pasar.
-Hablemos específicamente de tu humor. ¿Qué es lo que te interesa ridiculizar de la política? ¿Y cuáles son tus límites?
-A mí me interesa ridiculizar lo estúpido, lo injusto, lo que creo que le hace mal a la mayoría de la gente. Y mis límites son muy claros: siempre hay que ridiculizar hacia arriba, hacia el que tiene el poder. El humor que ridiculiza hacia abajo no es humor, sino denigración. No te podés reír del pobre, de la víctima. ¿Quién va a hacer un chiste con un recluso de Auschwitz o con un armenio asesinado por los turcos? Creo que nadie en su sano juicio. El humor debe ir del oprimido al opresor y cuando no es así, no funciona porque la gente lo recibe muy mal.
-En tu libro hay un hermoso supuesto poema de Macri con el que pretende conquistar el corazón de Christine Lagarde que me produjo mucha gracia. ¿Eso sería hacer humor hacia arriba?
-Claro, ¿cómo me voy a enamorar de Christine Lagarde que es el epítome de todo lo malo del mundo vestida con trajecito de seda. Strauss-Kahn era aún peor, porque andaba violando mucamas por el mundo. Que enganchen a un poderoso en una situación tan vergonzosa es tragicómico. Pero si me río de la mujer violada y no del violador, eso ya no es humor. Lo mismo sucede con los chistes raciales. Si te reís de los negros o los judíos, eso no es humor, sino degradación.
-¿El humor político tiene carácter editorial?
-Sí, con herramientas distintas del editorialista. El chiste de Rudy y Paz en Página es un editorial. La tira de Tiempo Argentino «Conmigo no, varones», es un artículo editorial.
-¿Qué nació primero en vos, el periodista o el humorista?
-La vida te lleva a lugares inesperados. Comencé haciendo teatro. Me gustaba escribir comedias y tragicomedias. Siempre me gustó el humor. La vida me llevó por ese lado y lo hago con mucho placer. Si no, sería un castigo de Dios. La hoja en blanco para un humorista es terrible.
-¿Y vos alguna vez sentís la angustia de no poder llenar la hoja en blanco?
-Sí, todos los días y en varios momentos del día. Hago esto con Víctor Hugo desde 2007. Escribo todas las semanas del año. No soy un personaje como lo era Tato Bores, sino un editorialista y en política los temas se repiten. Por ejemplo, vengo hablando de los jubilados desde los 90. Por eso, lo que tengo que buscar son nuevas estructuras del relato, formas nuevas de presentar lo que digo. Por supuesto, jamás me voy a reír del jubilado, sino de quien lo hace sufrir. Además, en todos los temas de los que hablo, estoy involucrado, porque la plata no le alcanza a nadie. Por eso, no hablo desde la mansión de Bruno Díaz, sino desde lo que también me pasa a mí.