«De fines de 1919 a mediados de 1923 viajé por Europa. Residí más de dos años en Italia, donde desposé una mujer y algunas ideas», así expresa José Carlos Mariátegui (1894-1930) su experiencia europea en una semblanza autobiográfica. Es que la actividad política y periodística que tenía en Lima le valió ejercer una corresponsalía becada por el gobierno de entonces, que buscaba alejarlo del Perú.
Así contamos con una visión de primera mano de lo que fue el asalto al poder del fascismo italiano, que no fue escrita por ninguna pluma europea, por más diestra que sea, sino por una inteligencia sudamericana que sorprende aún en nuestros días. Mariátegui señala los factores culturales que originaron al fascismo, como el culto de la máquina del movimiento futurista de Marinetti; el culto del héroe expresado por el romanticismo reaccionario de D’Annunzio; la frustración por la «victoria mutilada» de 1918, difundida por la prensa dominante. Veamos.
«La clase media es peculiarmente accesible a los más exaltados mitos patrióticos. Y la clase media italiana, además, se sentía distante y adversaria de la clase proletaria socialista (…) No le perdonaba los altos salarios, los subsidios del Estado, las leyes sociales que durante la guerra y después de ella había conseguido del miedo a la revolución. (…) Estos malos humores de la clase media encontraron un hogar en el fascismo».
Mariátegui presenció los acontecimientos. «Italia entró en un período de guerra civil. Asustada por las chances de la revolución, la burguesía armó, abasteció y estimuló solícitamente al fascismo. Y lo empujó a la persecución truculenta del socialismo, a la destrucción de los sindicatos y cooperativas revolucionarias, al quebrantamiento de huelgas e insurrecciones. El fascismo se convirtió así en una milicia numerosa y aguerrida». «El fascismo tomó posición en la lucha de clases», concluye.
Frente a esa situación, Mariátegui señala cómo los partidos políticos, sean liberales, populares o socialistas estuvieron demasiado preocupados en obtener ventajas coyunturales o en ejercer disputas internas y externas. Mussolini, dice, «extrajo de un estado de ánimo un movimiento político cuyo fundamento fue dejar el Estado capitalista y empresario: tienden a restaurar el tipo clásico de Estado recaudador y gendarme». Mariátegui entendió que en determinadas condiciones históricas, la preservación de un determinado modelo económico precisa del fascismo para disciplinar a los trabajadores, callar a los intelectuales y destruir las organizaciones populares. Poco importa la política o las instituciones, llega el tiempo de la violencia.
Hoy la camisa negra no está de moda. Ni Meloni en Italia, ni Bolsanaro en Brasil las lucen. Ni tantos vocacionales que dan vuelta por aquí o allá. Es que el fascismo realmente existente hoy es atlantista, xenófobo y antiderechos. Privatiza, flexibiliza, precariza. Medios dominantes y redes sociales llaman a detener al comunismo (aunque ya no exista); el algoritmo es el motor del capital digital que permite la masificación de individuos en base a la frustración de cada uno; la subjetividad neoliberal ocupa almas y cuerpos.
Mariátegui supo lo que pasaba en Italia mientras sucedían los acontecimientos que analizó. Darse cuenta de lo que sucede mientras sucede es una definición de lucidez. Una lucidez tan excepcional entonces como necesaria ahora para los líderes que nos gobiernan, que tratan a los lobos como si fueran perros. «