“Abran las ventanas a los nuevos sueños

Muchachas bellas, enamoradas

Y tal vez, el más bello sueño

Que sueñen

Será mañana la felicidad”

(Canción Lírica de Virgilio Panzuti, interpretada por Franca Raimondi)

El lunes se cumplen 9 años de una marca indeleble en el derrotero de las movilizaciones populares en Argentina: el primer Ni Una Menos. Cristina Fernández de Kirchner transitaba su último año de gobierno desde el 2007 y no podía ser reelecta. La pobreza oscilaba el 30 % y la indigencia el 6%, según distintas fuentes oficiales y extraoficiales. 

En la Biblioteca Nacional días antes de ese aniversario, dirigida por el sociólogo Horacio Gonzalez, se producía la primera convocatoria del colectivo NUM. De múltiples autoras, sin patentamiento intelectual, ni patrullaje de “orgas”. Sin propietarias, un coro de feligresas acertadas en la época, sin tal vez, predicción exacta de la piedra basal que comenzaban a tallar para ellas, y las generaciones futuras, dan comienzo a un laberinto que les pertenecía tanto, como las superaba y antecedía. Laicas y libres. Creyentes y punzantes, bordadoras entre la academia y la plebe, la internacional feminista y la cooperativa con el rostro de Evita cimentada desde los planes de jefas de Chiche, hasta la asignación universal y el Argentina Trabaja de más de una década atrás. Recuerdo en una misma imagen en ronda a la Directora del Museo del Libro, a poetas feministas, y al padre de Wanda Taddei, oriundo de Mataderos, como faros, todos, de la misma convocatoria. Hacía pocos días, en Rufino, provincia de Santa Fe, Manuel Ignacio Mansilla Gallegos, había asesinado brutalmente a Chiara Paez, de 14 años, embarazada de algunas semanas.

Ni Una Menos nacía del vientre y de una Argentina bien adentro. La marca criolla de las niñas y mujeres despedazadas, desde muy atrás. En esos años que precedieron a ese hito, de alto valor agregado, exportado mundialmente, las chicas de mi generación que hoy rondamos los últimos 30 conocimos tantos otros femicidios, cientos de historias de noviazgos violentos- propias y ajenas-, varones violadores y padrastros de mierda, por mencionar lo que más la aterroriza a una: lo más cercano. También ajustes de cuentas entre bandas delictivas que recaían en la vida (y la muerte) de pibas. La constelación que agrupó, condensó y se expresó ese 3 de junio se maceró a partir de los femicidios que conocimos entre el otoño del 2014 y el otoño del 2015. Melina Romero, había desaparecido en agosto del 2014 en San Martín, provincia de Buenos Aires y un mes después fue hallada asesinada en un arroyo del Ceamse en José León Suarez. Pasaba algo: en varios casos muchas conocíamos a alguien que conocía a las pibas asesinadas. O alguien que conocía a alguien que las conocía; porque la mayoría de ellas eran pibas de los barrios con algún tipo de vínculo con las organizaciones comunitarias de algún tipo. Y esto permitía rápidamente el armado de la red: para la búsqueda de cuerpos desaparecidos, para interceder frente a la impunidad, para exigirle al poder judicial, y lo más clave: para sostener a sus madres, familias y entorno afectivo destrozadas frente al horror.  

La historia hasta llegar a hoy es conocida para quienes fuimos protagonistas, activistas, para aquellas a las cuáles las redes feministas nos volvieron a armar subjetiva y femeninamente hablando; observadores fervientes o neutrales, y hasta padecedores rabiosos o deprimidos. Tiene registros, cupos en casi todas las instancias, leyes a favor de reclamos históricos, miles de mitines y encuentros por doquier con ese sello. Combates callejeros, y palaciegos. Ministerios, estructuras estatales, discursos y prácticas que reconfiguraron relaciones afectivas, familiares. Auges jacobinos, escraches justos o injustos a varones, desplazamientos, expulsiones de hombres determinados en ámbitos diversos; emplazamientos de mujeres en instancias de algún tipo de “poder”, en razón del bendito cupo o del cuestionado (¿?) mérito- dos cuestiones bien diferentes-. Varones desconcertados y “aliados”. Varones enojados. Varones silenciados. Mujeres reivindicadas, reparadas. Mujeres vengadoras. Personas todas, al fin. También siguieron ocurriendo los femicidios, y las teñidas y tinturas diferentes de políticas públicas. La integración y la desintegración de personas en el boom feminista merece ser re pensada una y otra vez, tantas como sea necesario, para poder situarnos en cómo y dónde estamos hoy con la agenda de la igualdad y la libertad de las mujeres y de quienes así se sienten, en nuestro país, la Argentina. ¿O acaso de en serio creemos que la revancha antifeminista empieza cuando Milei gana las elecciones o antes se asoma a la pantalla? ¿O acaso creemos que el que habilita ciertos intentos de clausura del boom es ese hombre? ¿ Qué habilitó a Milei a faltar tanto el respeto a las mujeres? ¿ Cuánto de lo ahora oficial se respiraba en el poro social como reacción al boom?

El retorno a la televisión y la nuevas plataformas de cierto formato de “polémica en el bar”, donde los tipos se miden para ver quién es más macho defendiendo( o destruyendo) que es lo que hay que hacer en términos políticos y económicos en el país, está a la orden del día para ser examinado, como radiografía de un estado de situación evidente: la habilitación sin límites de viejas, remañidas, pajeras y actualizadas formas de misoginia que producen un efecto inmediato: las mujeres vuelven a estar menos presente en el discurso político, en la agenda económica de gobernantes oficialistas y opositores, candidatos de internas e internillas. También perdieron presencia en las primeras líneas de movilizaciones, actos y eventos de tinte social y político de ambos lados de esa “grieta” que aburre a muchos, pero sigue ahí, vivita y coleando. Cierta sensación nos recorre a algunas: nos callamos más que antes, y sentimos cierto desplazamiento en manos de varones en las relaciones más cotidianas de trabajo y vínculos. Vamos a espacios de debate político y hay más varones que hablan que mujeres. Nos achicamos. Tal vez sea una estrategia, defensiva y necesaria en este tiempo. Preventiva. ¿De qué tenemos que volver a cuidarnos cuando el péndulo se invierte de dirección?

La semana pasada en una audiencia de un Juicio Abreviado por el delito de abuso sexual agravado, como abogada patrocinante de una joven que siendo niña denunció a su abusador y logro llevarlo a juicio, el Tribunal a cargo me silenciaba el micrófono cuando yo intentaba exponer la perspectiva de mi patrocinada, solicitando una serie de medidas de protección hasta que se haga efectiva la condena. Días anteriores una militante me comentaba que empezaba a percibir que sus compañeros de organización – super progresista y desarrolladores de la agenda de género en la última década- sentían como una especie de alivio ahora que cumplir o no con el “cupo de género” en actos sociales e intervenciones públicas daba lo mismo, ni que hablar que ahora se genera mucho menos ruido que antes si las decisiones la toman solo ellos. ¿Cuándo el gobernador de la provincia de Buenos Aires, la esperanza para muchos de nosotros- y nosotras-, probado hombre honesto y trabajador, se toma una foto con un intendente procesado el día anterior por abuso sexual, en qué está pensando y qué está midiendo? Que dé lo mismo nuestra presencia en algunos ámbitos, o que importe menos la violencia sexual, es un signo de un tiempo, en el que debemos cuidarnos más, una vez más en la historia. El crimen de odio de barracas es la muestra del botón del pánico más alarmante de este tiempo.  

Frente a lo incierto, relajarse, no es una opción segura. Pasarse tres pueblos con la paranoia y las teorías conspirativas, tampoco. Pero preguntarse qué políticas- prácticas y referencias- dejamos integradas en las instituciones cuando estábamos en avanzada ante la contraofensiva actual, para que nos defiendan mejor, también es oportuno. En este nuevo 3 de junio, nuevas tácticas de cuidado pueden alumbrar la larga marcha por la libertad femenina. Delia, la protagonista de “Siempre habrá un mañana”-film italiano que hace pedagogía feminista sin golpes bajos ni repeticiones comunes- que en sus labios apretados y su aparente silencio, nos enseña una táctica sottoterra que disuade y despista a los jetones de la revancha. Táctica y estrategia para retomar el envión aprendido en el camino de la educación sexual y profesional, la participación política en búsqueda de la libertad, contra todas las formas groseras y sutiles, explícitas y tácitas, de sumisión y humillación habilitadas hoy y sin límites claros, por ahora. Esas que nunca se fueron de una vez y para siempre, y resisten como plagas en cada temporada, entre nosotras. ¡Viva la Libertad compañeras! ¡Ni una Menos!