Quizá como Cortázar, residió la mayor parte de su vida fuera del país sin dejar nunca de ser argentina, a pesar de que, según lo señalaba ella misma, vivió entre lenguas. “Vivir entre lenguas” fue, precisamente, el título de su libro publicado en 2016.
Nació el 19 de agosto de 1938 en la ciudad de Buenos Aires. Obtuvo su doctorado en Literaturas Comparadas en 1967 y fue becaria de diversas instituciones: la Fundación Guggenheim, el Fondo Nacional para las Humanidades, el Social Science Reserch Council y la Fundación Civitella Ranieri. Obtuvo el título de doctora Honoris Causa y de profesora emérita de la Universidad de Nueva York.
Presidió la Modern Language Association of America y el Instituto Nacional de Literatura Iberoamericana.
Fue, además, catedrática de literatura latinoamericana y comparada en la Universidad de Princeton, la de Yale –fue la primera mujer en conseguir allí un puesto como profesora titual- y en la universidad de New York. En esta última ocupó la cátedra Albert Schweitzer de Humanidades y fundó la maestría de Escritura Creativa en Español, la primera de Estados Unidos.
Sobre su relación con la enseñanza le decía en 2016 a Télam: “»Me importa que los estudiantes tomen conciencia de la tradición literaria y de que lo que escriben necesariamente dialogue con algún otro texto, con recuerdos de lecturas. Aunque escribir es algo muy solitario, ermitaño, en la cabeza suenan ecos que afectan lo escrito».
A su largo currículum académico, sumó una importante obra en el campo de la narración y de la crítica literaria.
A pesar de ser trilingüe porque dominaba, además del castellano, el inglés y el francés desde muy chica, su amor por su lengua de origen se hace evidente en su escritura. Recientemente, Eterna Cadencia reeditó uno de sus libros originalmente publicado en 2006, Varia imaginación. En él enumera con delectación palabras que le llegan desde su pasado argentino y del ámbito de la costura: “Plumetí, broderie, tafea, falla, gro, sarga, piqué, paño lenci, casimir, fil a fil, brin, organza, organza, organdí…”
“Recuerdo estas palabras mi infancia –dice- en tardes en que hacía los deberes y oía hablar a mi madre y a mi tía que cosían en el cuarto contiguo. Reproduzco este desorden costurero en su memoria.” En el último tiempo se dedicó a traducir este libro al inglés. «No quería que un traductor –señaló- se sintiera en la obligación de traducir literalmente esos vaivenes lingüísticos. Solo yo puedo darme el lujo de traducir el texto. Cuando estoy metida en un proyecto en lo general no leo mucho, uso recuerdos de lecturas, los uso tal como aparecen en mi mente».
La ficción llegó a ella más tarde que la escritura crítica y académica. A su ensayo Las letras de Borges (1979), se agregan Acto de presencia, La escritura autobiográfica en Hispanoamérica (1996), Poses de fin de siglo. Desbordes del género en la diversidad (2012).
Promotora del cruce de géneros y de disciplinas, nunca sintió una división entre su escritura ensayística y académica y su escritura ficcional.
Su primera novela En breve cárcel, escrita en 1981, se publicó primero en España y tardó en llegar a nuestro país aún atravesado por la dictadura militar. En ella puso en escena una relación homosexual y se convirtió en un emblema de la literatura queer, término que, según expresó, le resultaba cómodo. Dijo en una entrevista “Si pensás de donde viene la palabra queer, significa torcido, desubicado, raro y si creen que mis textos toman desvíos, tanto mejor. Me interesan textos que van por lados insólitos, incluso el ir de una lengua a otra. Tengo ese conflicto lingüístico desde un comienzo, ya que escribo en castellano pero me resuenan frases en otros idiomas».
En ella pone en práctica su teoría sobre la autobiografía, a la que consideró un género tan ficcional como cualquier otro. Por eso, narra hechos de su propia vida en tercera persona. Ricardo Piglia dijo de ella: “La novela de Sylvia Molloy, sabiamente narrada en presente y en tercera persona, produce un efecto de intimidad que es único e inolvidable. La historia se construye tan de cerca que nos da la sensación de estar espiando una escena prohibida, y el efecto de verdad –la certeza de que la historia es cierta y ha sucedido tal cual se cuenta- es tán nítido que leemos En breve cárcel como si fuera una autobiografía.”
Retomó la temática homosexual en su segunda novela, El común olvido. Sobre ella dice María Moreno en una nota aparecida en Página Doce en 2002: “El protagonista de El común olvido es gay. ¿Será leída la novela como un relato de emigrado? ¿Cómo una historia gay entre dos ciudades? Para Molloy, tanto los textos que aborda como los que produce encuentran su correlato crítico en los Estudios Queer, donde la herramienta del género adquiere resonancias más complejas que en la década del ‘70.”
Pionera en las distintas facetas literarias, también lo fue respecto de la inclusión de la cultura LGBTTIQ+ en sus ficciones.
Su muerte deja un enorme vacío en el campo cultural porque su producción y su implacable lucidez teórica y ficcional –si es que marcar esta división no es traicionar sus propias certezas- trascendió las fronteras del espacio y de la lengua.