Fabián Madorrán agarra un palo y corre en busca del agresor del árbitro. Tiene 12 años. Es un chico nacido en Remedios de Escalada. Frecuenta torneos en campitos de la zona sur del conurbano. En esa corrida justiciera, sabe lo que quiere ser: árbitro de fútbol. A los 16 ya dirige en la Liga Interprofesional de Fútbol Amateur (LIFA) y se le planta a grandulones bravucones. A los 22 egresa del Colegio de Árbitros de la AFA. A los 29 debuta como árbitro principal en un partido de la D: expulsa a tres jugadores de Barracas Central y a uno de Sacachispas (será una marca de conducción). Su ascenso es vertiginoso. En 1997, a los 32, se presenta en Primera. “Árbitro modelo: Javier Castrilli. Virtudes: condición física. Defectos: por correr tanto, molesto a los jugadores”, le responde en un ping pong a Clarín. “Pichón de Castrilli”, lo perfila La Nación. Al año siguiente se convierte en internacional: en un partido de un torneo Sub 20, cuatro rojas a juveniles de Brasil. Es un árbitro promisorio.

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El 28 de septiembre próximo se cumplirán 20 años del último partido que dirigió Madorrán. Fue su “primera muerte”, en 2003, porque la AFA lo echaría del fútbol, no le renovaría el contrato por dos años (la relación laboral cambió en 2005: hoy son empleados en relación de dependencia). La “segunda muerte” ocurrió el 30 de julio de 2004, diez meses después: cerca de las 10:30, sentado en un banco de la pérgola del Parque Sarmiento de Córdoba capital, se mató de un disparo en la boca con una pistola Beretta 9mm. Tenía 39 años. El fútbol dio vuelta la página tan rápido como el policía que lo reconoció y le puso diarios sobre la cabeza. Se sentía solo, había perdido un dinero, era el sostén de su madre y de un hermano enfermo, se había peleado con su pareja. Pero, sobre todo, ya no tenía al fútbol: canchas, viajes, atención. Atrás había quedado también haber negado ser homosexual ante los embates periodísticos: haberse “defendido” de una “calumnia”.

Entre 1997 y 2003, Madorrán dirigió 166 partidos en Primera, con 153 expulsiones -casi una por partido, sí-, 794 amarillas y 80 penales. La tarjeta como exaltación de la autoridad. Un árbitro “protagonista”, línea “Sheriff” Castrilli, irritante para futbolistas, entrenadores, hinchas. Una carrera afecta a las polémicas y los escándalos, frenética como su irrupción. En 1998 amonestó a Hugo Morales después de que se sacara la camiseta en un gol de Lanús en el último minuto: Huguito volvía a jugar tras superar un cáncer. En 1999 fue suspendido por primera vez. Y El Gráfico publicó una entrevista: “Lloro por mi fama de homosexual”. Madorrán se presentó en el programa “Fútbol Virtual” (ATC) a “defenderse”. En 2000 le expulsó dos jugadores a Rosario Central, y Ezequiel “Equi” González dijo en el vestuario: “Madorrán se pone histérica”. La hinchada de Central le colgó una bandera: “Maldita histérica”. En 2001, una cámara de la TV lo captó entonando una canción de la hinchada de Boca: “Cada vez te quiero más…”. En la Promoción de ese año, la anuló mal dos goles a Argentinos y le expulsó dos jugadores, ante Instituto. Casi se agarra a piñas con el Checho Batista, entrenador de Argentinos. Suspensión por tres partidos. “Madorrán -dijo el entrenador de Belgrano Carlos Ramacciotti tras un partido- se tendría que haber dedicado al cine”. En 2002 le mostró la primera roja a Riquelme: golpeó a un jugador de Banfield que le había metido un dedo en la cola. “Disculpá, Román, no lo vi”. En la Promoción 2003 le dio un gol en offside a Talleres de Córdoba que evitó el descenso de San Martín de Mendoza. En la primera fecha del Apertura 2003 pitó un penal a favor de River, ante Chicago. “Sos hombre muerto”, le pintaron en su casa, mientras recibía amenazas de muerte en llamadas telefónicas anónimas.

Pero la AFA no lo cortó por sus desempeños irregulares. Un grupo de colegas le soltó la mano, cansados de su estilo “mediático”. Y hasta su propio sindicato. La AFA comunicó que la decisión se amparaba en “optimizar los recursos humanos”: “Las desvinculaciones se fundan en aspectos referidos a la aptitud física y evaluaciones técnicas”. La verdad era otra. La Nación cita una fuente del Colegio de Árbitros: “No lo soportan y le van a tirar a matar”. Guillermo Marconi, secretario del Sindicato de Árbitros Deportivos de la República Argentina (SADRA), dice: “No lo vamos a respaldar ante la AFA. Le pediremos la renuncia a nuestro gremio”. “A Grondona -contraataca Madorrán- varios dirigentes le llenaron la cabeza para que me echara”. Julio Grondona moriría el 30 de julio de 2014, a exactos diez años del suicidio de Madorrán.

“Fabián no se adaptada a las normas, era medio rebelde. Tal vez hoy, con otra cultura, se hubiese sentido un poco más saludable. Era mi amigo y me importaba un comino: hace 20, 30 años, no era tan fácil ser amigo de un homosexual, no era fácil su vida”, dice Pablo Lunati, ex árbitro y socio comercial de Madorrán. Lunati debutó en Primera el 25 de mayo de 2004, dos meses antes de la muerte de Madorrán. Dirigió hasta 2016. “No veo que en el fútbol se acepte mucho porque hay montones de homosexuales y no conozco a ninguno en Argentina que lo haya dicho -agrega-. A esta altura no debería acarrear nada. Pero hoy ni en pedo un jugador diría lo que dijo el Equi González. Fabián era un fierrero, era más castrillista”.

Madorrán cayó en un vacío existencial. Abandonado, en depresión. “Siento lo mismo que Diego: me cortaron las piernas”, dijo. Entró en juicio con la AFA. Y decidió escaparse del bullicio porteño, mudarse a Córdoba. Pensaba abrir un cyber, un negocio de principios de los 2000. Días antes de su muerte había viajado a Buenos Aires a retirar un crédito. Alrededor de 18.000 pesos. En su carta suicida, escribió que le habían robado el dinero. Otros indicaron que la noche anterior lo vieron en el Casino Buenos Aires. Otros, que simplemente la gastó en disfrutar. “Levantaba los brazos más de la cuenta, miraba demasiado hacia las cámaras, usaba anillos y pulseras de oro, además de vistosas muñequeras negras. Cuando cobraba una falta, le gustaba estirar el brazo donde llevaba todo ese aparataje decorativo -escribe el periodista chileno Juan Pablo Meneses en la crónica ‘El árbitro que se expulsó a sí mismo’-. Cuando terminaban los partidos, se daba tiempo para hablar con la prensa y mientras se repasaba el peinado disfrutaba dando nombres, acusando a jugadores, yendo al choque. Haciendo noticia y eso, Fabián lo sabía o lo debió saber, es lo peor que le puede suceder a un árbitro: querer ser noticia, salir del bajo perfil. En el fondo, como en toda organización de estas, de una mafia, no es bueno tener un integrante que guste en exceso de llamar la atención”.

Madorrán fue obra de teatro (en 2017 se estrenó Madorrán, escrita y dirigida por Jorge Luis Drechsler) y este año será libro. En 2020, un hincha de Boca fue a un partido en la Bombonera con una camiseta de árbitro de Madorrán en su reconocimiento. El árbitro español Jesús Tomillero (2015), el noruego Tom Harald Hagen (2020) y el brasileño Igor Benevenuto (2022) dijeron públicamente en los últimos años que son gays, para, apuntó Benevenuto, liberarse de “una carga emocional” y “servir de ejemplo y de lección en el fútbol”.

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-¿Por qué tantas polémicas, Fabián? -le pregunta el periodista Andrés Burgo, entonces en Clarín, a Madorrán, 1 de diciembre de 2001, tres años antes del suicidio.

-¿Sabés qué es lo que molesta? Que no me callo y peleo, le peleo a mis enemigos.

-¿Quiénes son sus enemigos?

-Están afuera de la cancha. Remitite a julio.

-Entonces trascendió que lo echarían del arbitraje. ¿Creyó esa posibilidad?

-Para que no dirija más deberán sacarme en un cajón con los pies para adelante. Los enemigos me fortalecen. Significa que soy importante. Si me debilito, me ganan.

Al velorio de Fabián Madorrán no acudió nadie de la AFA, tampoco ningún árbitro en actividad.

Línea de Prevención del Suicidio: 135 (línea gratuita desde Capital y Gran Buenos Aires); (011)-5275-1135 o 0800-345-1435 (desde todo el país).