El 14 de septiembre de 1920 nacía en Paso de los Toros, Uruguay, Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia. El nombre larquísimo es un sello uruguayo pero, también, una semilla narrativo-poética que cuenta a través de él cinco generaciones de la historia familiar que tienen alusiones literarias, desde el poema épico de Ludovico Ariosto al emblemático personaje de Shakespeare. Estos apelativos fueron un homenaje a antepasados de la familia, pero si es cierto, como se afirma, que el nombre influye en el destino de quien lo lleva, el de Mario Benedetti, de cuyo nacimiento se cumple un siglo, es probable que haya influido en su condición de escritor, sobre todo si se tiene en cuenta que, para poder dedicarse a la literatura, antes debió hacer trabajos muy diversos con los que ganarse la vida. Fue vendedor, empleado administrativo, cajero, funcionario público y también taquígrafo. Como periodista desfiló, entre otras, por las redacciones de Marginalia, La Mañana, El Diario, Tribuna Popular y el semanario Marcha.
Hizo la escuela primaria en el Colegio Alemán de Montevideo, ciudad a la que se había mudado su familia cuando él tenía 4 años de edad. Pero su u padre lo sacó de la institución cuando en sus aulas comenzó a irrumpir el nazismo. Aprender alemán tuvo consecuencias que seguramente nunca imaginó: fue el primer traductor de Kafka en su país.
Del colegio secundario cursó regularmente solo el primer año en el Liceo Miranda, porque a los 14, dada la situación económica familiar, tuvo que dedicarse a trabajar como si fuera un adulto. Pero las 8 horas diarias que le insumía su empleo en la casa de repuestos para automóviles Will L.Smith S.A no le impidió completar sus estudios en condición de alumno libre. Tampoco le impidió ser un creador prolífico que escribió más de 80 libros y que incursionó en casi todos los géneros: cuento, novela, poesía, teatro, ensayo y periodismo. A pesar de abordar diversas ramas de la escritura, siempre se consideró a sí mismo como poeta.
Quizá por eso, cuando en 1939 viajó a Buenos Aires por motivos de trabajo y conoció la poesía de Baldomero Fernández Moreno despojada de boatos lingüísticos y amante de los temas cotidianos que cierta literatura engolada dejaba de lado, se deslumbró con el “sencillismo”, corriente dentro de la que se encuadra la poesía del autor de Setenta ventanas y ninguna flor, se sintió identificado con esa concepción poética que ponía en un primer plano las cosas aparentemente más insignificantes de la vida transformándolas en las más trascendentes. Podría decirse que toda a obra de Benedetti y no solo su poesía está teñida de este sencillismo de la lengua a la que, sobre todo en su poesía, él le añadió una épica política que se manifestó en la lucha diaria sin tender nunca al monumentalismo literario. Permaneció en Buenos Aires hasta 1941.
Mucho más tarde, en 1971, con algunos miembros del Movimiento de Liberación Tupamaros, fundó el Movimiento de Independientes 26 de marzo. Como buen escritor latinoamericano, su ideología política le valió el exilio cuando en el 73 se produjo el golpe de Estado que encabezó Jorge Pacheco Areco. Volvió a Montevideo en 1983 luego de haber recalado en Argentina, Perú, Cuba y España.
Montevideo, la ciudad en la que no nació, pero en la que vivió la mayor parte de su vida estuvo presente siempre en su literatura y se hizo explícita en el libro de cuentos Montevideanos, publicado en 1959. En una entrevista televisiva que le hicieran en febrero de 2012 dijo: “En mi generación todos los montevideanos nacíamos en el interior. Ahora les ha dado por nacer en Montevideo. La mayor parte de los escritores de mi generación nacieron en el interior, pero la actividad final la hicieron en Montevideo. Siempre ha tenido un atractivo muy especial, aun hoy, pese al deterioro que no es solo montevideano, sino nacional, para la gente de Europa tiene un atractivo especial porque es una ciudad un poco provinciana, pero una ciudad provinciana que no tiene capital a la que referirse. Pero tiene un estilo de vida provinciano y eso siempre atrae. (…) La gente, los extranjeros nos encuentran muy amables. Los españoles nos encuentran muy amables, lo cual me hace pensar, porque cuando yo volví de mi largo exilio encontré que la gente era mucho menos amables que antes, pero parece que todavía seguimos siendo más amables que otros países.”
La rutina de la oficina que termina marchitando la vida, la existencia gris de la clase media uruguaya fueron tópicos recurrentes en su literatura. Publicó su primer libro de poemas, La víspera indeleble, en 1945. El último fue Testigo de uno mismo (2008). Entre uno y otro editó unos cuarenta libros del mismo género.
Su prosa, sobre todo su novelística, está teñida del mismo tono melancólico que su poesía. Publicó las novelas Quién de nosotros (1953), La tregua (1960), Gracias por el fuego (1965), El cumpleaños de Juan Ángel (1971), Primavera con una equina rota (1982), La borra del café (1992), Andamios (1996).
Entre sus numerosos libros de cuentos figuran Esta mañana (1949), Montevideanos (1959), La muerte y otras sorpresas (1968) y El porvenir de mi pasado (2003).
No menos numerosos que sus cuentos y poemas fueron sus ensayos, entre los que se destacan Marcel Proust y otros ensayos (1951), Letras del continente mestizo (1967) y El escritor latinoamericano y la revolución posible (1974).
En 1979 publicó la obra teatral Pedro y el Capitán.
Dos de sus novelas fueron llevadas al cine por Sergio Renán. Una es La tregua, filmada en 1974, y la otra, Gracias por el fuego, en 1984.
Su novela La tregua, sin duda, consagró a Benedetti de manera definitiva y se convirtió en la primera película argentina nominada al Oscar como mejor película extranjera. Sin embargo, produjo un alejamiento entre Benedetti y Renán.
Previamente, se había hecho una versión televisiva de La tregua. Cuenta Sergio Renán en la larga entrevista que le hizo Claudio D. Minghetti (Capital Intelectual). Como sucedía en la versión televisiva, la película transcurría en Buenos Aires en 1972, mientras que Benedetti quería que transcurriera en 1958. “Y fue una diferencia muy conflictiva para mí –dice Renán- porque, desde luego, tenía mucho respeto por Benedetti, y hubiera querido estar de acuerdo con su planteo y satisfacerlo. Pero no lo estaba. El conflicto fue endureciéndose hasta el punto en que sentí la necesidad de decirle que si la historia no podía transcurrir en Buenos Aires y en la época actual, no me interesaba hacerla. Su visión era que luego de la Revolución Cubana, los personajes, especialmente el de Santomé, hubieran tenido una relación diferente con la realidad circundante. Pero esa no era la película que a me interesaba hacer. Tuvimos un intercambio de cartas en las que él ratificaba su punto de vista desde su condición de escritor y militante.”
La tregua fue filmada en las condiciones en que deseaba Renán y la repercusión fue inmensa. No obtuvo el Oscar, pero la ganadora en el rubro película extranjera fue nada menos que Amarcord de Federico Fellini. Renán no dejó de considerar un honor perder frente a semejante contendiente.
En Benedetti, la condición de escritor siempre fue de la mano de su condición de militante. En los 70, las dictaduras militares que interrumpían los procesos constitucionales parecían ser un rasgo endémico de América Latina. Paralelamente, a pesar de las terribles condiciones que imponían en estas latitudes, existía un optimismo histórico del que también participó Benedetti. Aun se escuchaban los ecos de la Revolución Cubana y existía por parte de la militancia de izquierda una fe inquebrantable en el nacimiento del “hombre nuevo”. Eran épocas en que se perseguían utopías y el presente más sombrío recibía algo de luz de la creencia en un futuro mejor.
Sobre todo en su poesía, se enrolaba entre los que soñaban con un mundo en que las diferencias sociales quedarían abolidas. Su esperanza fue cantada por Joan Manuel Serrat, por Nacha Guevara y por muchos otros. Sus poemas se multiplicaron en posters que adolescentes y jóvenes colocaban en las paredes de sus cuartos en señal de rebeldía contra el sistema. Quizá por eso su poesía, concebida posiblemente como un hecho más militante que estético, hoy no tiene la repercusión que tuvo en su momento. La caída de la Unión Soviética sepultó bajo sus escombros gran parte de la fe en un futuro igualitario.En tiempos de la posverdad, la pandemia y el escepticismo generalizado queda poco lugar para el optimismo histórico de Benedetti.
Sin embargo, es uno de los escritores latinoamericanos más recordado tanto dentro de su “paisito” como fuera de él. Su lucha por los Derechos Humanos y su batalla inclaudicable por las causas sociales justas lo transformaron en un referente ético. A través de su obra él hizo suya la frase de Gabriel Celaya “la poesía es una arma cargada de futuro”.