Un posible control de calidad para una alegoría consiste en comprobar su capacidad para resistir al paso del tiempo, para resignificarse con el devenir de las épocas y los contextos, manteniendo intacto su potencial metafórico. Justo eso es lo que ocurre con la novela 1984, del escritor británico George Orwell, que viene funcionando como un espejo del mundo desde el día de su publicación, apenas unos años después del final de la Segunda Guerra Mundial.
Si bien Orwell la ambientó en un régimen totalitario inspirado en el stalinismo soviético, ofreciendo de paso una de las primeras fantasías distópicas de la literatura, los detalles permiten encontrar en su historia elementos que también pueden ser entendidos como críticas a los sistemas políticos que se encuentran en el extremo opuesto. Ese carácter de metáfora polimorfa vuelve a quedar expuesto en una nueva adaptación gráfica de la novela, realizada por la dupla francesa que integran el guionista Jean-Christope Derrien y el ilustrador Rémi Torregrossa, que acaba de ser publicada por el sello Planeta Cómic.
¿Una entidad omnipresente y de control absoluto, capaz de intervenir sobre los individuos incluso en los ámbitos de mayor intimidad? ¿La reescritura de la historia para negar lo que ocurrió, cubriéndolo con un relato moldeado a conveniencia del poder? ¿Utilizar la fuerza del Estado para amedrentar a sus ciudadanos, humillándolos con el fin de reprimir las expresiones críticas? ¿El mismo Estado que disfraza a la violencia como el camino hacia la paz, que utiliza una retórica confusa para que nunca se sepa bien cuál es la diferencia entre la libertad y el sometimiento, y que convierte a la ignorancia en una virtud?
Estas acusaciones vuelan como piedrazos cruzados desde ambos lados de nuestra grieta, unos y otros convencidos de que 1984 es la representación profética y cabal del horror político que defienden los de enfrente. En esa capacidad especular, que le permite a cada quien ver en ella el reflejo del otro rechazado, reside el enorme poder de la obra de Orwell. Una ubicuidad de sentidos que tal vez sea única en la historia de la literatura universal.
Una versión gráfica de 1984
La labor realizada por Derrien y Torregrossa en la adaptación de la novela al formato gráfico resulta estupenda. Por un lado, porque guarda una estricta fidelidad al sentido y la cronología del original, respetando no solo las características de sus principales personajes y los detalles que definen el universo en el que transcurre la acción, sino también los puntos de giro y el clímax que van jalonando la estructura del relato.
Por el otro, las ilustraciones consiguen fundir de forma satisfactoria elementos propios de la ciencia ficción con otros de clara intención retro, inspirados en las tecnologías de las década de 1940 y 1950, en especial las vinculadas a la cultura soviética. Una confluencia estética en la que el art decó se cruza con el brutalismo para desaguar en el steampunk, un imaginario siempre eficaz a la hora de ambientar escenarios distópicos. Lo confirman películas como Blade Runner (Ridley Scott, 1982) o Brazil (Terry Gilliam, 1985), en las que la influencia orwelliana es notoria.
Pero además, los autores combinan el uso del blanco y negro y del color con el fin de hacer explícitos los cambios emocionales del protagonista. Un recurso expresionista muy útil para demarcar con claridad un elemento que resulta fundamental dentro de los giros dramáticos de la novela. Todo ello convierte a esta versión gráfica de 1984 en una grata aproximación a una obra que, sin dudas, parece destinada a seguir funcionando como avatar de las versiones más desencantadas de los mundos por venir.