Edgardo Esteban es periodista, ex combatiente y director del Museo Malvinas. “El 30 de octubre de 1983 es una fecha imborrable, marcó mi vida por lo que significó esa transición. Esa noche previa no dormí. Era fiscal de mesa además de votar por primera vez”. Cuando volvió de la guerra lo hizo en el barco Canberra, que la prensa argentina había dado por hundido. Para luchar contra ese tipo de hipocresías empezó a estudiar periodismo. Cuando se cerraron las urnas lo llamaron a colaborar para la cobertura de Radio del Plata en el centro de cómputos de Luder. Los guarismos aún se anotaban con tiza en pizarras inmensas. A pesar de la derrota de su candidato recuerda que fue una fiesta, la fiesta de la democracia. A 40 años de esa epopeya y con su libro “Iluminados por el fuego” (una crónica de su experiencia en la guerra) llevado al cine, dice que sólo sabe contar historias de dos minutos que duran 24hs.
Monica Penelo es psicoanalista y educadora popular. Participa en la Universidad Popular de Somos Barrios de pPie. Votó y fiscalizó en 1983. En la década del 70 militaba en los barrios humildes organizada en el Peronismo de Base. Tendría que haber votado en el 73 pero no salió empadronada. Sus padres eran del Partido Socialista. Había un aire de fiesta muy grande, ese día me llevé mi vianda había mucha camaradería, estuvo muy lindo. "Fueron años de mucho miedo donde te despedías de la gente en las esquinas y no sabías si los volvías a ver. Fuimos dándonos cuenta de a poco que podíamos vivir sin miedo".
Marcelino Sulca es maestro y profesor jubilado. Llegó a cursar 3 años de universidad pública. Quiso ser parte del Tercer Malón de la Paz porque considera que es un hecho histórico, como lo fue en 1946. Acampa frente a la Corte Suprema para reclamar la nulidad de la reforma constitucional provincial de Jujuy y hace más de 100 días que no está en la Comunidad Pan de Azúcar de Abra Pampa. Cuenta que cuando votó por primera vez lo hizo en una escuela privada de San Salvador de Jujuy vestido con ropa de jean. Había ido a los 18 años solo, para trabajar en la caña, luego recordó que había sido abanderado y decidió estudiar. Piensa que “es muy buena la democracia, nosotros la conocemos teóricamente, todavía no hemos llegado a verla en forma práctica, porque las clases dominantes no dejan que crezca, no nos educan para la democracia, nos hacen creer que es mala”.
Beatriz Zuloaga es coreógrafa, bailarina y consteladora. Para ella la democracia es la mejor manera de vivir en comunidad. “El horror que vivimos durante la dictadura se iluminó con el triunfo de la democracia. Fue la primera y la última vez que voté con tanta convicción”. En el 81 nació Danza Abierta, continuando el camino iniciado por Teatro Abierto. Fueron 1000 coreógrafos y más de 500 bailarines reunidos para decir “estamos vivos”, para recuperar el sentido de comunidad. Ese mismo año bailó en el Teatro Picadero antes de que un comando militar lo incendiara. Esto sucedió en su barrio, a metros de su escuela, donde aún estudiaba. Con 15 años ya era autora de sus obras. Cuenta que fue una experiencia profunda y maravillosa en la que pudo participar por el compromiso del colectivo de artistas que se puso en movimiento para defender los derechos humanos. En sus tres ediciones recorrieron Buenos Aires, Misiones y Rosario, ciudad donde nació, entre el 81 y el 83 (ya en democracia). De la última edición recuerda la emoción de poder bailar en la calle y contagiar a la gente para que también lo haga. “Había un peso que ya no estaba más”.
Gustavo Orazi es abogado y comenzó a militar en la Facultad de Derecho de la UBA en 1982 con la juventud del partido Alianza Federal. Viajaba cada día desde Bella Vista, y a veces se quedaba a dormir en la estación de tren si se hacía tarde. Siempre trabajó. Cree que la profesionalización de la política tal vez es lo que la ha deteriorado. Tiene presente el fervor democrático de la época y la esperanza de encontrar un nuevo gobierno para el país que salía de la noche. Una anécdota en particular aún lo emociona: “Un día cae un chico que no sabía nada de política, pero quería participar. Tenía el pelo muy raro porque estaba enfermo de cáncer. Se juntaba a pintar y se cansaba a los 50 metros, pero seguía. Daniel Manrique se llamaba. Militó hasta el último día, pero no llegó vivo a las elecciones”.
Maria Eugenia Lanfranco es actriz y fue parte de la Conadep. Vive en La Boca. Es coautora de "Una tarde en el delta", una obra protagonizada por tres amigas que relata los hechos históricos vividos durante los 9 meses de la investigación del organismo. Conserva sus anotaciones en cuadernos manuscritos como tesoros. Votó en Ituzaingó. Se vivió como una fiesta, tenía 20 años. El 24 de marzo del 76 estaba en primer año del secundario y esa mañana no la despertaron para ir a la escuela. Su papá, radical, la miró y le dijo "Se viene la noche". Fue un evento muy deseado volver a votar. "La vuelta de la democracia me cambió la vida. Toda mi secundaria fue durante el golpe de estado. Cuando voté empecé una nueva etapa de mi vida y esa vitalidad me llevó a trabajar en la Conadep. Soy lo que soy gracias a esa experiencia".
Jorge Rodríguez es profesor de Educación Física de nivel inicial. Dedicó su práctica docente a trabajar con niños y niñas para ayudarlos a acercarse al deporte desde el respeto por la diversidad de los cuerpos con el juego como herramienta fundamental. En el 83 entró al Servicio Militar Obligatorio en el sur patagónico. Recuerda que todo el cuerpo militar hostigaba a los colimbas diciéndoles que por cobardes como ellos se perdió en la guerra de Malvinas. El 30 de octubre del 83 custodiaron las urnas en una estafeta postal de Puerto Madryn, donde votaron un poco más de 200 personas. Al fin de la jornada recibieron la orden de parapetarse y soltar el seguro del arma cuando se acercaba un grupo de manifestantes al camión que transportaría las urnas. "Estaba muerto de miedo de que den la orden de fuego. ¿Cómo íbamos a dispararle a las gente en la calle?". En democracia hizo el profesorado de educación física. Cuenta que cuando él estudió, toda la preparación era castrense. En la práctica fue humanizando esos aprendizajes y buscando recursos para empatizar con los chicos. Reflexiona: “Si no hubiese democracia, no habría ESI".
Viviana Miño comenzó como enfermera y luego ejerció como trabajadora social en el Hospital Paroissien de Isidro Casanova. Hoy está jubilada y sigue colaborando desde el sindicato CICOP. Comenzó a militar en el MAS a los 17 años por una amiga de la escuela que le daba a escondidas los periódicos el partido. Enseguida se entusiasmó con la lucha trabajadora y la solidaridad internacional. De la reapertura democrática recuerda: “Me encuentro a una compañera en el vestuario del hospital que había conocido en una peña del partido pero no me saluda. Nos cruzamos en un pasillo unas semanas después y me pide disculpas, dice que tenía miedo. Le habían desaparecido compañeros y familiares, no estaba segura de quién era yo todavía. Aprendí mucho de ella más adelante”.
María del Carmen Verdú es una militante fundamental de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI). Votó por primera vez a los 23 años, acababa de ser mamá y fue con su bebé. Siente que aquel 30 de octubre fue la culminación de un proceso. Por esa época era maestra de grado de inglés y le faltaban siete materias para recibirse de abogada. En la facultad impulsaba movilizaciones junto a otros estudiantes. Su novio y sus amigos le enseñaron cómo identificar a los servicios infiltrados en las aulas, el bar y la biblioteca. A pesar de creer que con la democracia no se come, se cura y se educa, que no lo es todo, confía en “laburar más allá de las diferencias en la construcción de alternativas a partir de los pisos mínimos de acuerdo que se puedan establecer. Entre el 76 y el 83 éramos nosotras y nosotros contra ellos. Podíamos llevar acciones en conjunto. No importaba de qué partido era cada uno. El sectarismo es lo que más te asegura la derrota”.
Fernando Alonso es profesor de historia y cree que su vocación nació justamente en 1983, cuando aprendió a interpretar lo que estaba ocurriendo. Fue a votar a Alfonsín emocionado, acompañado de su madre y su padre que lo habían enviado a un colegio religioso donde se hablaba bien de la dictadura. “Estábamos saliendo, fue como una apertura muy fuerte. Había "kapos” en todas partes: en las escuelas, en las oficinas había una onda autoritaria que se fue cambiando con el tiempo”. Entonces se animó a participar del centro de estudiantes del profesorado, donde habían desaparecido integrantes unos años atrás, una generación más grande que la suya. Piensa que el resurgimiento de discursos negacionistas obedecen a que no se terminó de desmantelar la complicidad civil y empresarial de la dictadura, así que cada tanto vuelven a envalentonarse.
Gladys Flores es activista afro-guaraní y participó de la UMA, primera organización feminista de Argentina. Continúa con dedicación trabajando en la Dirección General de la Mujer de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Votó con 28 años por primera vez porque no llegó a estar en el padrón en el 73 y se postuló como la primera candidata mujer a concejala de Lomas de Zamora, por el Partido Comunista. Recuerda que durante la dictadura la denunciaron muchas veces y tuvo que mudarse con sus tres hijos a cuestas: “Alguna gente que no sabía mucho te veía sospechosa por ser zurda”. Sin embargo, cuando volvió la democracia salió a la calle organizando teatro comunitario en una esquina de su barrio como forma de ocupar el espacio público con alegría.
Marcela Vidal es Licenciada en Trabajo Social y cuando era joven vivía en Punta Alta, a pasos de la Base Naval Puerto Belgrano desde donde salían los vuelos de la muerte. Eso lo supo después, cuando volvió la democracia. Desde entonces definió su compromiso con los organismos de derechos humanos, llegando a ser concejala de la ciudad de Bahía Blanca. Cuenta que “durante la dictadura cívico militar hicieron desaparecer la carrera, así que con un grupo de colegas después logramos que la Universidad Nacional del Sur la reabriera como una reparación histórica”.
Este año electoral develó campañas reaccionarias con un discurso negacionista que creíamos saldado. Como fotógrafas sostenemos la importancia de la memoria activa de las y los jóvenes que protagonizaron ese momento de inflexión que, entre octubre y diciembre de 1983, nos sacó de la dictadura. Ese tiempo de transición y la adaptación posterior fue confuso, arduo y contradictorio. El proceso democrático es dinámico y queda reflejado en las experiencias personales que nos compartieron en este ensayo.
Elegimos contar esas historias desde los testimonios de quienes ahora son personas adultas y han continuado en algunos casos esa militancia y en otros han contribuido desde sus familias y trabajos a una participación consciente. Sabemos que seguimos configurando el futuro, en lo cotidiano, para lograr construir la democracia que queremos.
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