En 1979, a Miguel Durán le llegó la carta tan temida: la citación del Ejército para realizar el Servicio Militar Obligatorio. Periodista profesional en el diario Los Principios, de Córdoba, ya tenía 26 años y mediante sucesivas prórrogas venía zafando de la colimba. Pero esta vez no hubo caso, quizás porque ya estaba “marcado” por una nota suya que había llegado a la primera plana y que refería a una masacre de la dictadura en Sierras Chicas. Como fuere, el mendocino -apodado “Tubo”, un referente de aquellas viejas redacciones tapizadas de humo y alcohol- fue destinado “en castigo” al Grupo de Artillería 141 de José de la Quintana.

“Aquellas notas del pozo de Unquillo, cuando encontraron cinco cadáveres fusilados por balas de FAL, tendrían sus consecuencias: salieron en tapa hasta que el general Luciano Benjamín Menéndez dijo ‘no va más’. Después de toda esa odisea me llega la citación a la colimba”, contó años después quien fuera redactor del Nunca Más y marcara época con crónicas policiales de sello distintivo.

Pero ahora estamos en 1979, resuenan los ecos de la posible guerra con Chile y en La Quintana el conscripto-periodista Durán intenta lo que todos los soldados: tratar de pasarla lo mejor posible, ser parte de la primera baja y dar vuelta esa página para siempre. Antes, le tocaría escuchar de primera mano los relatos del horror, que se transformarían en un eco que lo acompañarían el resto de su vida.

Bajo la figura del Beto Alonso

“Ese año había entre 450 y 500 soldados distribuidos en las tres baterías; el 80 por ciento del total eran jujeños y salteños. Eran analfabetos, y les daban clases para enseñarles las primeras letras. La parte más feliz de mi paso por el cuartel fue ser ayudante del maestro y contestar cartas de familiares, seres queridos y de las novias de esos soldados”, relató en 2020 a este cronista.

Aquellas tareas gratificantes serían sólo un respiro en una atmósfera pesada, propia de esa época oscura: cuenta Durán que “los cabos y cabos primeros eran unos bárbaros, vivían con el ‘cuerpo a tierra, carrera mar'», y que “encima conmigo se ensañaban y se cagaban de risa porque tenían un poder que, en realidad era aparente”.

“Me convertí en furriel y protegido del jefe de Batería, teniente primero Quinteros. Con los meses, suboficiales superiores tuvieron confianza conmigo y Quinteros me dejaba salir los fines de semana con tal de que le llevara fotos de los jugadores de River Plate” rememoró.

La oficina del militar era más bien despojada: ni títulos ni diplomas, el despacho lo presidía una foto grande, en blanco y negro, de Norberto Alonso. Bajo la estampa del exquisito zurdo campeón del mundo, Durán escuchó un relato que lo marcó de por vida. “En ese oficio de supervivencia y a la vez de periodista, pude enterarme de las atrocidades que habían ocurrido en esa base militar: al menos 110 personas fueron fusiladas y sepultadas en tres pozos alejados de las Baterías, para que los soldados no escucharan lo que sucedía en esas noches tenebrosas”.

El pacto de silencio

Veterano entre pibes de 18 años llegados de distintas provincias argentinas, en La Quintana Durán pudo saber que “los fusilamientos habrían sido ordenados por el entonces ministro del Interior, general Harguindeguy” y que “de las ejecuciones participaron desde el último cabo hasta el jefe”. “Era el pacto de silencio para que nadie hablara: todos eran asesinos. Había tres pozos; las víctimas se paraban frente a los mismos y todos disparaban. A medida que caían a las fosas, los cadáveres se rociaban con gasoil y se prendían fuego. Después, la cal haría desaparecer todo rastro”, escuchó.

Meses más tarde, el 28 de septiembre, “se produjo el levantamiento de Benjamín Menéndez contra el presidente de facto Viola, y el genocida se acuarteló en Jesús María. Esa misma noche, en el cuartel de José de la Quintana nos entregaron FAL a todos los soldados, y muchos pensaron que era la guerra con Chile”, rememoró Durán.

“A las 3:20 Quinteros levantó a la Batería y comenzó a esbozar una paternal pero terrible arenga: aseguró que a Menéndez se le habían dado vuelta varias fuerzas militares de distintas provincias y que el único apoyo que tenía el ‘Cachorro’ era el Gada de San Luis. ‘No hay nada más sublime para un jefe militar que mandar a sus tropas a la guerra; prepárense, vamos a parar a los puntanos’, dijo. De rodillas, todos rompieron en llanto. Jamás vi llorar a tantos chicos juntos”, completó.

Una búsqueda pendiente

Engranaje de la represión ilegal del Tercer Cuerpo de Ejército, el ex GA 141 es hoy un sitio de Memoria recuperado parcialmente de manera material y simbólica para la vida digna, en clave de Tierra, Techo y Trabajo. Ya desde los primeros 80 se sospechaba de la existencia de fosas comunes con cuerpos de desaparecidos, que en años posteriores fue ratificada en sede judicial por ex soldados, ex suboficiales y civiles que transitaban el campo de 880 hectáreas dependiente de la Fábrica Militar de Río Tercero.

En la causa “Enterramientos” que instruye el juez federal Miguel Hugo Vaca Narvaja constan esos testimonios, en los que se refiere a ráfagas de FAL, remate de secuestrados con armas cortas y excavación de fosas para depositar los restos. La zona señalada es un Polígono mal cercado con alambres caídos y carteles oxidados que dan cuenta de una antigua medida de no innovar, que sigue vigente.

En 2022 sobrevoló la zona una aeronave con tecnología Lidar, un escaneo que marca posibles puntos de interés vinculados a remociones en el terreno, cualquiera fuera su antigüedad. Con esos puntos marcados, siguen pendientes en el predio los trabajos de búsqueda del Equipo Argentino de Antropología Forense, que meses atrás desarrolló tareas similares en La Perla.

Esos mismos fondos del predio señalados como escenario de fusilamientos y fosas comunes registran por estas semanas un inusitado movimiento de tropas del Ejército, con vuelos rasantes, nocturnos y con luces apagadas que han generado preocupación en vecinos de la zona. En 2022 se registró una situación similar, con daños patrimoniales y ambientales en un predio que integra el área de amortiguación de la Reserva Paravachasca y que a corto plazo tendrá su propio plan de ordenamiento territorial.

Poesía en un calabozo de 2×1

Durán, que murió este 1 de julio, se fue de baja en diciembre de aquel 1979, para construir a partir del año siguiente una trayectoria periodística sin par en la sección Policiales del diario La Voz del Interior. En Quintana quedó el poeta Vicente Luy, que encerrado en los calabozos de guardia, a pasos de aquel despacho austero presidido por la foto del Beto Alonso, escribiría:

Vuelve el dolor.

Sé muy bien que pronto estaré dormido.

Cerré la ventana, y estoy sentado; pero no para siempre.

Cada tanto me levanto y vomito.

Una mariposa da vueltas por la habitación, como buscando.

No, no es aquí, le digo.

Son ciertos el frío y el hedor

y la pared, ansiosa y brutal; pero no es aquí.

Me despido.

Estoy entumecido, hecho una caja.

No obstante, no se me ve tan mal, me explican.

Y me dan unas pastillitas, por si las moscas.

La mariposa se ha ido.

Vuelve el dolor.

La pared se mueve.

Me miro las manos y cuento hasta 10 muchas veces.

Si no es la vida será la vida. «