Cien días pasaron desde aquella medianoche del 20 de marzo en que comenzó el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, la medida que permitió, según sostuvo este viernes el presidente Alberto Fernández, que no hubiera diez mil muertes por coronavirus en el país. Esa es la ominosa cifra de víctimas que, extrapolando los crudos datos de la pandemia en países vecinos, como Brasil, habría que lamentar si no se hubiera implementado la cuarentena.
Son muchas las muertes: 1184 de acuerdo al último informe del Ministerio de Salud. Pero son muchas más las que se evitaron, evidencia demoledora que los militantes anticuarentena se niegan a ver, quizás porque están convencidos –erróneamente, también- de que los muertos no los ponen ellos.
Unas horas antes, la noche anterior, Alberto había explicado los pormenores del DNU N°297/2020. La vida ya había cambiado para los argentinos, pero esa noche cambió más. El aislamiento se prorrogó siete veces desde entonces, con flexibilizaciones progresivas en el resto del país y menos laxas en el Área Metropolitana, la región que hoy aglutina más del 90% de los casos.
“El tiempo que se considere necesario en atención a la situación epidemiológica”, dice ese decreto. Y la situación no ha dado respiro. La curva epidemiológica, que se disparaba en los primeros días de la pandemia, con una tasa de duplicación de casos de poco más de 3 días, pasó luego a 10, a 15, y la expansión del virus pareció ralentizarse, pero nunca declinó su aumento exponencial. R nunca fue menor a 1.
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El día del anuncio de la cuarentena había 128 casos confirmados. El primero se había conocido el martes 3 de marzo. Hoy son más de 55 mil los positivos de Covid-19. Achatar la curva no fue suficiente, los epidemiólogos apuntaban a aplastarla. Eso no pasó en el AMBA. El constante aumento de la movilidad, según todos los especialistas, ha conspirado contra la contención del virus.
Las cinco fases que el 25 de abril, en la tercera extensión de la cuarentena, presentaron Alberto Fernández y sus ministros, quedaron desdibujadas por la forzada marcha atrás anunciada ayer. Buena parte del país pasó del aislamiento “estricto” al aislamiento “administrado” y de ahí a la etapa de la “segmentación geográfica” por criterio epidemiológico. Hoy está claro que la Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano no estaban preparadas para la fase siguiente, la de la “reapertura progresiva”, y que temerarias escenas como la de los runners porteños, apiñados en parques y plazas la noche del lunes 8 de junio, más allá de su real impacto en los contagios, que sigue en discusión, han colaborado en la última disparada de los indicadores.
En cien días, el foco migró de los viajeros prósperos que volvían de Europa a los geriátricos, de los barrios acomodados del cordón norte a las postergadas villas porteñas, y de éstas a las del Conurbano. Hoy, que la transmisión comunitaria superó a los contagios confirmados por contactos estrechos, sabemos que la ansiada “nueva normalidad” todavía queda lejos.
En el medio, el Estado ganó tiempo: 11.500 camas de terapia intensiva, cerca de dos mil respiradores, más de 4000 médicos, enfermeros y técnicos sumados al sistema de salud, y 12 nuevos hospitales modulares. La curva se disparó, las camas disponibles empiezan a terminarse, pero la decisión tomada ayer permite entrever una luz de esperanza frente a lo que unas horas antes era la certeza del colapso.