Era de esperar. La respuesta de la oposición consiste en caer con todo el peso de los prejuicios contra el ingreso de la Argentina en los BRICS. Lo que es mucho. Aunque también dejaron al descubierto los intereses que defienden, lo que es demasiado.
Los prejuicios son previsibles, porque repetidos a saciedad desde los inicios de la Patria e incluso antes, aunque en diferentes tonalidades. Ahora asistimos a una versión muy degradada del Sarmiento en «Civilización y Barbarie», cuando el sanjuanino establecía en 1845 el abismo entre la culta Europa y las salvajes pampas con sus caudillos federales y populares. Al menos con estilo.
Esta vez la amenaza es mundial. ¿Estar en un acuerdo comercial con China, Rusia, Sudáfrica, India, Brasil y además Egipto, Etiopía, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Arabia Saudita?… Son amarillos, marrones y negros ¡y son miles de millones! Además son budistas, musulmanes, animistas, hinduistas, cristianos ortodoxos, ateos… ¿Qué hará la blanca Argentina en ese rejunte?
Aunque lo escuchado en el Council of the Americas, un organismo coordinado por Susan Segal con la presencia del Embajador Marc Stanley puede ir más allá. Hubo políticos y empresarios que defendieron la pertenencia occidental de la Argentina contra… el peligro comunista.
Según El Cronista Comercial, «Mario Grinman, presidente de la Cámara Argentina de Comercio y Servicios (CAC) y anfitrión del evento (…)» afirmó que «debemos reafirmar nuestra pertenencia al mundo occidental, siendo consecuentes con nuestra historia de defensa de la libertad y de la democracia, que para nosotros tiene que ser fundamental e innegociable». Esa ideología de la guerra fría recuerda otra cita: «la Argentina es occidental y cristiana porque viene de su historia», como dijo Jorge Rafael Videla el 8 de diciembre de 1977. Son la voz de la «Argentina blanca». Y esos son los intereses que defienden.
Es que la articulación externa que adopta nuestro país tiene que ver con la formación y predominio de las élites gobernantes locales. Lo vimos en la generación del ochenta, en total dependencia del imperio británico, como en la inserción en el mundo financiero comenzada en 1976 bajo la advocación de los Estados Unidos, origen del industricidio argentino. Esa inserción internacional marca quién apropia el excedente económico, y cómo lo fuga. A cambio, deuda externa, préstamos del FMI, condicionalidades, extraterritorialidad legal…
De allí que la alternativa BRICS sea percibida como una amenaza al sector dominante local y a sus socios internacionales. Para la Argentina, significa formalizar la apertura del juego a países con los que ya comercia, pero que además puede ampliar el intercambio con el conjunto, tanto en cantidad como en calidad (manufacturas)… ¡Sin pasar por el dólar! Además de las capacidades de financiamiento e inversión real sin condicionalidades.
No significa tanto cuestionar el orden existente, pero sí ofrece más alternativas en un contexto complejo. En la reunión reservada de los empresarios norteamericanos del COA con los referentes diplomáticos de los tres candidatos, el massista Gustavo Martínez Pandiani dijo «amigos con todos, satélites de nadie». Buena idea.
La oposición reclama el tratamiento parlamentario del ingreso a los BRICS 11, un argumento que carece de sustento habida cuenta que no existe prórroga de jurisdicción, tal lo establece la Constitución Nacional. Por el contrario, sí deberían votarse los Tratados Bilaterales de Inversión, firmados antes de la reforma de 1994, que ya caducaron y precisan ahora de la aprobación del Congreso. Allí sí hay prórroga de jurisdicción: son los que nos llevan al CIADI, como verdugos a la guillotina. Habrá que rever esas extraterritorialidades jurídicas por parte del Estado, que nos condenan a los tribunales de Manhattan.
El Parlamento también debería interesarse en la cuestión de la deuda externa, en particular en la que tomó Macri con el FMI, cuya legalidad luce floja de papeles. Digo, si vamos a votar, votemos lo que corresponde.
También levantan argumentos morales. La oposición denuncia a los países gobernados por dictaduras, autocracias o populistas, que no respetan el derecho internacional, la libertad de prensa y los derechos humanos, con los que nada ha de arreglarse en nombre de la virtud republicana. Entonces ¿qué hacemos con Estados Unidos y los crímenes de Abu Ghraib, Guantánamo, la destrucción de Afganistán, Libia y Siria? ¿Qué hacemos con el Reino Unido, que ocupa parte de nuestro territorio nacional y encarcela a Assange por delito de opinión? ¿Y Francia con África? Es lo que tiene la virtud selectiva: sólo ejemplos.
Una vez le preguntaron a Gandhi qué opinaba de la civilización occidental. «Sería una excelente idea», contestó. No ha perdido vigencia. «