“Las condenas llegan para visibilizar y reparar uno de los crímenes de lesa humanidad más invisibilizados: la violencia sexual, el terrorismo sexual contra las mujeres”. La que habla es Miriam Lewin, sobreviviente del centro clandestino que funcionó en la Escuela de Mecánica de la Armada durante la última dictadura cívico-militar. Este viernes fueron condenados por primera vez dos represores de la ESMA por violaciones y abusos cometidos contra las mujeres que estaban secuestradas en ese centro clandestino de la Armada. Jorge “El Tigre” Acosta, jefe de Inteligencia del Grupo de Tareas, y Alberto “Gato” González recibieron 24 y 20 años de prisión respectivamente por delitos sexuales contra tres sobrevivientes.
El fallo histórico dejó en evidencia que aún queda por reconstruir en la Justicia la verdadera dimensión de estos hechos y responsabilidades reflejadas en las decenas de testimonios que se conocieron en los juicios previos, donde quedó probado que ingresar al circuito represivo de la ESMA para muchas significó el sometimiento a agresiones sexuales por guardias y oficiales del grupo de tareas 3.3.2 como un mecanismo más del terror.
Lewin, periodista y hoy titular de la Defensoría del Público, hace años que trabaja y discute sobre la especificidad de la represión a las mujeres durante la última dictadura. “Los padecimientos de las mujeres secuestradas fueron diferentes. Se intentó disciplinarlas, someterlas, encuadrarlas en el modelo de mujer que los represores consideraban aceptable”, explica.
Los delitos de índole sexual que se cometieron durante la dictadura en todo el país fueron denunciados hace ya casi 40 años. Tanto en la Conadep como en el Juicio a las Juntas hay testimonios sobre abusos y ataques contra la integridad sexual. Sin embargo, hasta 2010 quedaron ocultos dentro de la figura de tormentos. Recién ese año se produjo la primera sentencia que condenó por violación a un militar de Mar del Plata. Desde ese momento, más de 120 represores, civiles y militares, fueron responsabilizados por delitos sexuales, según cálculos de la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad.
En la causa ESMA tuvieron que pasar once años desde ese primer antecedente para lograr una condena. En el debate se trataron solo tres casos que surgieron durante el juicio ESMA II de 2011 y el Tribunal Oral Federal 5 los envió a instrucción para que se investigaran. En 2015 fue elevado a juicio y recién comenzó en 2020.
En los juicios ESMA III y IV volvieron a aparecer decenas de testimonios que relataban violaciones y abusos. Tanto la fiscalía como las querellas intentaron ampliar la acusación para que se los incluyera en la sentencia y así evitar la revictimización de esas mujeres, pero el Tribunal siguió el mismo mecanismo que en ESMA II, no hubo condenas por esos delitos y se los envió a instrucción.
Para Ana Testa, también sobreviviente de la ESMA, donde estuvo secuestrada entre 1979 y 1980, la importancia del juicio radicó en haber logrado una condena de delitos sexuales por separado de los otros crímenes. “Esta condena es muy importante, muy simbólica, es un antes y después en la causa. Fue un juicio superdoloroso para las víctimas, pero muy reparador. Hay compañeras que recién lo pudieron hablar hace diez años y otras que aún no lo pudieron hablar”, señala.
Desde la provincia de Santa Fe, donde vive hace años, Testa destaca el rol del movimiento de mujeres para comenzar a revisar con perspectiva de género lo que ocurrió durante el terrorismo de Estado. “Lo que se está esclareciendo hoy día son cosas que no dimensionamos 40 años atrás. Recién ahora hay un avance de esa marea hermosa de jóvenes que empuja esos conceptos porque hace unos años atrás estas cosas no estaban. La condena sirve para tomar noción de que (los abusos, las violaciones) no son algo nuevo, sino que tienen mucho tiempo y que en el marco de los delitos de lesa humanidad esto se pueda debatir y seguir diciendo y que las generaciones nuevas lo escuchen. La violación sin ser cuestionada es algo viejo como la humanidad, pero recién ahora las nuevas generaciones le ponen un freno y piensan en colectivo”, consideró.
Para Lewin, la vergüenza, la culpa, la condena social y la revictimización pesan sobre todas las víctimas de violación aún hoy. Sostiene que algunas de las sobrevivientes todavía no son conscientes de que fueron víctimas de violaciones. “A nosotras, como dice Ana Longoni en su libro Traiciones, se nos acusaba de putas y de traidoras. Cuando salimos del campo, incluso desde las organizaciones de familiares o de organismos de Derechos Humanos se sospechaba que habíamos sobrevivido porque «nos habíamos acostado con los milicos». Y que lo habíamos hecho por propia voluntad, porque queríamos. Hay muchas compañeras que aun hoy no pueden hablar de lo que les hicieron, de lo que les pasó”, concluye. «