“Yo fui secuestrado el 10 de agosto de 1979 y antes del traslado hubo toda una información, que yo tengo en pedazos, de que íbamos a ir a la isla porque venía la Comisión Interamericana de Derechos Humanos”, recuerda Víctor Basterra. Su memoria lo lleva a septiembre de ese año cuando la Comisión de la OEA visitó el país y él junto a un grupo de detenidos desaparecidos que estaban en el centro clandestino de detención que funcionó en la ESMA fueron trasladados a la Quinta El Silencio, una isla del delta de San Fernando, para ocultarlos de los veedores internacionales. El lugar será señalizado este sábado en coincidencia con el 40 aniversario de aquella visita de la CIDH durante la dictadura cívico militar y que marcó un quiebre en la difusión y la comprensión de lo que estaba sucediendo en Argentina.
La señalización será a las 11 de la mañana del sábado en la quinta “El Silencio”, que está ubicada en el Arroyo Tuyuparé (3er sección de islas), a 900 metros del Río Paraná Miní, en el partido de San Fernando. Terminará a las 16 con un acto frente a la estación fluvial de Tigre.
“Ya se llamaba el Silencio cuando fuimos y había un cartel que decía eso y que lo vieron algunos compañeros, pero yo no lo ví. Es un lugar silencioso, queda en un riacho en el delta de San Fernando”, explica Basterra que este sábado será parte de la comitiva que viajará a la isla para la señalización.
Basterra es uno de los sobrevivientes de la Esma que fueron trasladados a la quinta El Silencio en septiembre de 1979. Hacía poco que había sido secuestrado cuando en plena noche fue trasladado hacia ese páramo silencioso. “Cuando llegó el día salimos en dos tandas: primero salió una de Capucha (como llamaban al sector del Casino de Oficiales donde estaban encerrados) y al otro día salió la otra tanda en la que iba yo. Estábamos encapuchados a la orilla del río, y lo que yo pensaba era: ‘ahora nos pegan un tiro en la cabeza’. Era lo más seguro. Sentíamos la proximidad del agua, no se oía nada, solo las voces de los milicos que hablaban entre ellos”, narra Basterra.
Pero no los mataron sino que los subieron a una lancha y los taparon con una lona. Iban apiñados a merced de los golpes que les asestaban los guardias. Tres horas y pico de viaje en lancha hasta llegar. “Subimos un muelle, sin ver, encapuchados. Íbamos en fila, tomando distancia y con un guardia que guiaba al primero de la fila. Llegamos a un lugar que tenía una entrada bajita: era una habitación bastante rara. Resulta que era una casa elevada con palafitos, que había sido cegada con mampostería así que quedaba una habitación debajo de la casa que estaba habitada por los guardias”.
Durante un mes estuvieron encerrados en los bajos de la casa de los guardias de la isla. Eran entre 12 y 15 personas, hacinadas en un cuadrado bajo y con el piso humedecido por las crecidas del río. Un encierro en lo que lo único de valor era el bife que cocinaban otras dos detenidas desaparecidas: Telma Jara de Cabezas y Blanca Firpo. Pero ellas estaban en otra casa. “La isla es una superficie bastante grande que tiene de un lado la casa chica, que es donde estábamos nosotros, y del otro separada 500 o 600 metros tiene una casa grande, que es donde estaban los compañeros que realizaban tareas de mano de obra esclava”, recuerda Basterra.
El cambio de lugar de encierro cambió también a los guardias, que ahora eran los de la isla. “Casi no tuvieron trato con nosotros”, recuerda Basterra y lo adjudica al olor que el calor del hacinamiento y de un septiembre caluroso había generado dentro de ese pozo donde los habían arrojado. Y el trato era menos hostil. “No había un verdugueo permanente como en la Esma, porque estar ahí en esas condiciones era un verdugueo en sí. Hubo momentos en que compañeros casi se desmayan por el calor. Estábamos apiñados, y el calor corporal… era un asco eso”, cuenta.
-¿Ese lugar de encierro sigue existiendo?
-Si. Cuando volvimos, nosotros fuimos y estuvimos mirando abajo. Es un lugar pequeño, no es una construcción grande.
La de este sábado será la tercera vez en la que Víctor Basterra vuelva a la quinta El Silencio en libertad. Las dos veces anteriores repitieron el recorrido que hicieron a merced de los marinos que los llevaron a la isla desde la estación de Prefectura Naval, ubicada en San Fernando.
En septiembre de 1979 fueron trasladados alrededor de 35 prisioneros a la isla. El grupo de tareas de la Esma buscaba ocultarlos de la misión de la CIDH que encabezó el venezolano Andrés Aguilar y que se entrevistó con familiares y presos políticos, y que visitó cárceles en La Plata, Trelew, Córdoba y Tucumán y la Escuela de Mecánica de la Armada.
Pero cuando fueron a la Esma los marinos habían tomado la precaución de esconder los rastros: “A principios del 79 hicieron modificaciones por las denuncias que habían hecho en el exterior, que habían dado muchos datos. Entonces para refutar eso hicieron modificaciones: eliminaron la escalera, eliminaron el ascensor. El lugar era distinto al de las denuncias”, explicó Basterra.
-¿Cambió algo en la detención con la llegada de la CIDH?
-No. Simplemente ese traslado para sacarnos del lugar. Pero a ese traslado no fueron dos compañeros que fueron eliminados ahí: el Topo Saenz y uno que le decían “tachito” que habían capturado en Nicaragua. A ellos no los trasladaron o en realidad los trasladaron de otra forma.
La misión de la CIDH estuvo en el país desde el 6 al 20 de septiembre de 1979. A principios de 1980 emitió un informe que decía: «La comisión ha llegado a la conclusión de que por acción u omisión de las autoridades públicas y sus agentes, en la República Argentina se cometieron numerosas y graves violaciones de fundamentales Derechos Humanos».
En ese momento, Víctor Basterra continuó desaparecido en el centro clandestino hasta una semana antes la asunción de Raúl Alfonsín. Fue liberado el 3 de diciembre de 1983. Cuando la comisión emitió su informe, él ya había sido incorporado para tareas esclavas por el Grupo de Tareas.
“Me bajaron a hacer tareas como mano de obra esclava en la confección de documentación falsa porque yo era especializado en valores bancarios y tenía conocimiento de las técnicas de impresión de las tintas fluorescentes y las tintas magnéticas porque había trabajado en Ciccone mucho tiempo y en el momento de ser secuestrado trabajaba en una fábrica de valores bancarios. Como ese año se modificó el sistema de documentación en Argentina, se necesitaba alguien con ese conocimiento”, explicó.
Producto de esa tarea Basterra obtuvo fotografías de los represores y se las ingenió para sacarlas del centro clandestino cuando fue liberado. Con esa información elaboró un informe que presentó primero en la Conadep, apenas cinco meses después de ser liberado y estando aún bajo vigilancia, y después junto con el CELS en la Justicia.
“Había tendido puentes para hacer la conferencia en el CELS, en el que estaba Jorge Baños, Luis Zamora, Alicia Oliveira y Marcelo Parrilli entre otros, armamos una buena carpeta que presentamos en el Juzgado N°30 y en simultáneo hicimos la conferencia. El único medio que estaba era el diario La Voz, que vendió tres ediciones en un día con las fotos de la ESMA. Y ahí se armó el quilombo”.