Cristina Kirchner tenía un impermeable 35% de intención de voto y buenos números (ajustados, pero buenos) en los diferentes escenarios de balotaje. Ella podía ser Presidenta nuevamente. Pero decidió otra cosa: ser la presidenta del Senado en una presidencia de Alberto Fernández. La líder del peronismo definió una fórmula innovadora para gobernar una Argentina en crisis financiera.
Antes que nada hay que despejar dudas y confusiones. ¿Alberto Fernández será un «Cámpora de Cristina»? No. ¿Y un Dimitri Medvédev, el político ruso que se alternó con Vladimir Putin? Tampoco. Alberto Fernández no ocupa la candidatura en reemplazo de una Cristina inhabilitada. Pero además hay al menos dos características de la historia y la identidad política de Alberto Fernández que conviene recordar. La primera es que Alberto Fernández es un armador de gobernabilidad. Él fue uno de los constructores de la Concertación Plural, la coalición política que llevó la fórmula CFK-Cobos al gobierno en 2007. Y antes había sido un impulsor de la llamada «transversalidad» con los progresistas Aníbal Ibarra, Hermes Binner y Luis Juez). Hoy, desde 2019 y «grieta» mediante, aquellas alternativas de consenso lucen fracasadas. Pero la metodología del acuerdo despierta esperanzas.
La segunda característica que constituye la personalidad política de Alberto Fernández es que le renunció a Néstor y Cristina Kirchner en plena crisis del campo. Más allá de la trama secreta de aquella renuncia, y de la anécdota sobre quien pegó el primer portazo, marcó una disidencia de valores: no estaba de acuerdo con lo que sus jefes estaban haciendo en aquél momento. E hizo uso de la principal herramienta que tienen a disposición las personas libres a la hora de disentir. Estuvo distanciado de CFK cuando ella estaba en su mejor momento electoral, y se acercó cuando estaba en el peor momento. Todo ese trayecto define una autonomía.
En este plano de lo valórico, es interesante lo que dijo CFK de Alberto Fernández durante la presentación de Sinceramente. Según ella, palabras más o menos, Alberto Fernández le propuso una reivindicación. Cristina fue muy vapuleada durante estos años, aún por miembros de su propio partido. Para cerrar esa herida y unir al peronismo, hacía falta un reconocimiento. Una reparación. Eso es, visto así, el libro. Si este proceso de curación interna del justicialismo comenzó en un diálogo entre sendos Fernández, no es menor que hoy estemos hablando de fórmula presidencial. La fórmula Fernández – Fernández ya logró la adhesión de la mayoría de los gobernadores peronistas; la tarea de Alberto Fernández para la semana que comienza será llamar al resto y concretar la unidad. Pero en pocos días, no muchos, tendrá que ocuparse de otra cosa. El círculo rojo. Se venía repitiendo como un mantra que el FMI, el principal acreedor de la Argentina y con una silla asegurada en la futura gobernabilidad de la Argentina, apoyaba la reelección de Mauricio Macri. Se interpretaba que todas sus decisiones estaban motivadas por el objetivo de darle aire al Presidente: contener al dólar, evitar brotes inflacionarios, tranquilizar a los mercados. Costaba explicar por qué querría eso. Pero según este mantra instalado en el Círculo Rojo, la respuesta era Donald Trump. Un Trump jugado por su amigo Mauricio a punto tal de estar dispuesto a depositar 57 mil millones de dólares para ayudarlo a ganar. Pero la hipótesis tenía un problema: faltaban las razones. ¿Por qué el presidente de EE.UU estaría tan interesado en nuestra política interna, si aquí no se juega nada que lo afecte realmente? Alberto Fernández ahora tiene las credenciales para sentarse, y averiguar qué es lo que estaría sucediendo.
Días atrás, la representación del FMI instalada en Buenos Aires se reunió con cinco líderes sindicales. Fue un encuentro diferente a otros realizados con economistas o líderes políticos presidenciables. La reunión empezó con una pregunta a los gremialistas: el FMI quería saber por qué hay inflación en Argentina. El FMI no puede explicar que los precios suban después del ajuste y la contracción monetaria. Hay un plan ortodoxo consistente que se está implementando, y Argentina está desafiando a la teoría. Eso es lo más duro para los funcionarios de carrera del FMI. Los sindicalistas se llevaron la impresión de que el FMI comienza a creer que la Argentina necesita otra fórmula económica. Una receta especial para un país especial. Dado que aquí los equilibrios fiscales y monetarios no mueven al mercado ni producen precios entendibles, hace falta un regulador. Alguien que coordine a la economía. Si el FMI realmente se convence de eso, entonces no sería impensable que el organismo crea también que la única forma de lograr el Pacto sea a través de un gobierno amplio peronista. Y los dos Fernández vienen hablando de ello: un «contrato social con metas cuantificables». «