El gobierno sigue preso de su propia inoperancia. La semana que pasó perdió la calle, el Parlamento y el juicio. La calle, por las impresionantes manifestaciones opositoras, tanto la que partió de San Cayetano hasta Plaza de Mayo organizada por los trabajadores de la economía popular y los movimientos sociales tutelados por Francisco, como la que abrazó a las Madres en su marcha 2000; el Parlamento, porque el interbloque Cambiemos aportó un diputado radical para dar quórum y tratar la interpelación al hombre de la Shell en la administración, Juan José Aranguren, por su impopular tarifazo; y el juicio, porque durante el reportaje con un medio extranjero el presidente trató de «desquiciada» a Hebe de Bonafini, dijo no conocer la cifra de desaparecidos, habló de «guerra sucia» y aceptó que las violaciones de los Derechos Humanos no son un tema que lo interese, confirmando que su tránsito por la política no incluye el respeto por las víctimas directas de la historia trágica reciente, mínimo requisito exigible a un estadista argentino del siglo XXI, aunque sea de derecha.
Perder la calle, el Parlamento y el juicio, todo a la vez, es lo más parecido a una deriva gubernamental. En ocho meses, el macrismo no supo, no quiso o no pudo, siquiera, completar el ajuste que tenía en mente, y continuó deteriorando la estabilidad macroeconómica que había heredado. Las internas en el equipo económico, aunque en sordina, crecen semana a semana. Los problemas en el ala política, lo mismo. Sus socios radicales amenazan, por lo bajo, incluso, con abandonar el interbloque, hartos del ninguneo al que son sometidos. El impulso a la obra pública, con una inversión de 25 mil millones de pesos, al que se aferraron los funcionarios como a un tablón en el naufragio, no termina de arrancar; y los efectos de la inflación mezclada con recesión y apertura indiscriminada de las importaciones se hacen sentir, también, al interior del bloque empresario y financiero que lo apoyó en las elecciones, asunto que cada vez gana más espacio en los medios, ahora, recelosamente oficialistas.
Cuando la economía no funciona, surge un clásico de la política: echarle la culpa a la mala comunicación. Donde hay fracaso y desconcierto, el macrismo sólo advierte un trabajo mal hecho de Marcos Peña y su gente. Son injustos. No porque Peña haga mejor las cosas de lo que dicen sus socios detractores. Nada que ver, es un audaz ineficiente. Pero habrá que reconocer que es difícil, casi imposible, comunicar bien lo que está mal. El tarifazo, que se terminó consumiendo buena parte del capital político de la coalición gobernante surgida de un balotaje ganado por ínfima diferencia, se comunicó mal porque está mal. Y cada vez que Mauricio Macri salió a defenderlo, lo hizo de una manera frívola, que es un estilo inherente a su propia mirada de las cosas y el mundo. Carente de grandes palabras, carisma y argumentos, exponer a Macri, el presidente, a defender lo indefendible sólo puede conseguir un efecto: que su figura se vuelva cada vez más impopular. La caída en imagen, que preocupa en la Casa Rosada, obedece a eso. No hay López, ni bolsos, ni monjas truchas que silencien el grito de los bolsillos incapaces de soportar el nuevo cuadro tarifario, que es inviable.
Si a eso se le suma que se pierden 500 puestos de trabajo por día, que las inversiones prometidas no llegan ni van a llegar, que el macrismo no registra los efectos de la crisis mundial en la economía, que el endeudamiento en 47 mil millones de dólares duplicó el endeudamiento existente sin beneficio concreto ni aparente, que las provincias se superendeudaron para liquidar gastos corrientes, que el blanqueo tiene incierto final y que el mal humor social crece de modo cotidiano, hay que decir que el gobierno quedó preso de su incapacidad para manejar con algún acierto aquello que, en teoría, era su fuerte: las finanzas del país.
La grieta entre la expectativa generada desde la comunicación y lo que realmente sucede en la mesa familiar se ensancha irreversiblemente. Buena parte de la base electoral oficial, no el núcleo duro, sino el componente volátil que le permitió un triunfo a lo Pirro en noviembre, ya tomó distancia del gobierno. Se lo confirma en los comentarios de la cola del banco, en la caja del supermercado, en el club, en el sindicato, en todos los lugares donde transcurre la vida misma. Es más que disgusto. Es el cotejo efectivo entre lo que ocurría hace un año y lo que ocurre ahora, con una fenomenal pérdida del poder adquisitivo. Lo que estaba bien, Macri lo arruinó. Y lo que estaba mal, lo empeoró.
Es un lugar común de las sobremesas políticas admitir que Macri no tiene resto para enderezar la situación. Sergio Massa, ladero presentado en Davos como opositor responsable por el presidente, si bien ambivalente y escurridizo, viene tomando distancia de la estrategia oficial. No hay nada que un oportunista perciba mejor que el momento preciso en el que una sociedad deja de rendir dividendos y se convierte en sepultura de su negocio. Es que la campaña para 2017 ya comenzó, y Massa se había comprometido a acompañar a Cambiemos hasta la confitería Imperio, pero cien metros más allá, detrás de los muros, gobiernan los fantasmas del cementerio, y eso lo aleja de su deseo.
También alborotan la escena las incursiones de CFK en Capital Federal. Paulatinas, sorpresivas, pero contundentes, las declaraciones de la ex presidenta le ponen voz a una oposición muda. Cada protesta, de las que crecen en todo el territorio nacional, encuentra en su palabra una explicación inhallable en los diccionarios del colaboracionismo oficialista. El PJ que pretendía alternar con Cambiemos hoy está callado: no saben qué hacer con CFK ni con Macri. Lo segundo es más grave. Porque lo primero, al fin de cuentas, va a quedar saldado el año próximo, cuando se den cuenta de que con los votos del PJ solo no alcanza para sostener gobernaciones y territorios. CFK es una aliada conocida para ellos, además. Macri, en cambio, es un defraudador compulsivo. ¿Si destrata a la UCR, al punto de generar discordias inexplicables en una coalición, qué suponen los pejotistas que obtendrán actuando de laderos low cost de un gobierno en problemas? Por cierto, graves.
El Partido Judicial y los servicios de Inteligencia tampoco ayudan al presidente. El asedio infantil y vengativo sobre figuras como CFK o Hebe o Milagro Sala o la periodista Cynthia García, víctima de un mensaje mafioso fascista, no impactan solamente sobre la militancia kirchnerista. El montaje persecutorio, con basamento mediático, agrede la presunta independencia y la transparencia de trato que vendía el Poder Ejecutivo en relación con la judicatura y el espionaje: se hace muy, pero muy evidente la existencia de sectores oficiales que promueven el acecho con el único fin de tapar las desagradables consecuencias del modelo de ajuste. Y de esto, de esta odiosa estratagema, se están dando cuenta millones de lectores y televidentes que van abandonando el circuito tradicional de medios para refugiarse en otras fuentes informativas, según las planillas del rating. También se nota en el discurso que adoptan referentes mediáticos macristas, que desde el piso de TN o los diarios Clarín y La Nación, se aferran únicamente a los temas de la corrupción K o ya comienzan a deslizar críticas al gobierno, más abiertas o solapadas, siguiendo el humor social en retirada.
Por último, habrá que decir que el reportaje del presidente donde llamó «desquiciada» a Hebe lo desnudó como lo que es: un recién arribado a la gestión nacional, con pasado empresario, deportivo y municipal, a lo sumo, que no comprende las exigencias del cargo que ocupa, ni muestra sensibilidad social alguna frente a ciertos temas relevantes, entre ellos, el genocidio que devoró a una generación completa de argentinos y su resolución judicial. No se puede llamar «guerra sucia» al Terrorismo de Estado. Macri respondió con desconocimiento y desdén, valiéndose de parámetros falaces, impropios de un jefe de Estado.
La historia lo juzgará, muy probablemente, con idéntica vara.