Con el país jaqueado por el naufragio de la economía, la Quinta de Olivos fue durante el fin de semana el escenario de una dramática sucesión de cónclaves para definir el “ajuste” del Gabinete. Era de imaginar entonces al Presidente en medio de ese vértigo. Después se supo –por una revelación del periodista Carlos Pagni– que éste dedicó aquellas horas al paddle y al fútbol, además de presenciar el partido de Boca. Una indolencia que asombró a propios y ajenos.
¿Acaso no es hora de preguntarse quién es Mauricio Macri?
Lo cierto es que la debacle del régimen también ha minado su capacidad de propaganda. Y él así quedó a la intemperie. Para comprender eso sólo bastó su defectuoso histrionismo en el discurso (grabado) que ofreció el lunes. Tal performance lleva a un segundo interrogante: ¿acaso Macri es en realidad un actor que interpreta el papel de estadista por cuenta de terceros?
De hecho, su presente lo asemeja de manera notable con el personaje de la novela Desde el jardín (Jerzy Kozinsky/1971). Un “border” que únicamente se expresa con metáforas botánicas, las cuales son tomadas como reflexiones de profundo significado político, virtud que lo convierte en un líder nacional.
La propensión de Macri por las alegorías climáticas robustece tal parecido.
En este punto bien vale evocar un añejo episodio.
El Banco Extrader, fundado por el financista Marcos Gastaldi, colapsó escandalosamente en enero de 1995. Entre los perjudicados estaba don Franco Macri, quien en aquella ocasión perdió unos 10 millones de dólares. Los había depositado por consejo de Mauricio, amigote del polémico banquero.
Meses después, cuando fue elegido presidente de Boca, Franco lo llamó para expresarle sus congratulaciones. Pero con una ironía no exenta de recelo, le soltó: “Eh, Mauricio, que esto no nos salga tan caro como lo de Gastaldi”.
Nadie entonces imaginaba que ese tarambana de personalidad insípida se convertiría en Presidente de la Nación. Y bajo la bandera de la denominada “nueva política”. Pero en él no hay nada más lejano que la improvisación. Y en su estilo se advierte algo que quizás esté anclado en el modelo hispánico de gestión del siglo XVII.
La endogamia o, directamente, el incesto dejaron su huella en los tres reyes que gobernaron España entre 1598 y 1700 –Felipe III, Felipe IV y Carlos II–, quienes pasaron a la posteridad como los Austrias Menores. Sus características más notorias fueron la fragilidad psicológica y una inteligencia fronteriza con lo subnormal. Eso, junto con la haraganería y falta de formación intelectual, hizo que para cumplir con sus responsabilidades de Estado tuvieran que servirse de consejeros con atribuciones de monarca –como el Conde-Duque de Olivares y el cardenal Luis de Portocarrero–, los cuales supieron ser tan ineptos como sus representados. En consecuencia, esa centuria significó para el país ibérico la vuelta al feudalismo y una crisis económica empeorada por las hambrunas. El momento más estrambótico de dicha etapa transcurrió durante el reinado de Carlos II, al que sus súbditos llamaban El Hechizado.
Es como si su fantasma flotara ahora en el despacho principal de la Casa Rosada. Los resultados ya están a la vista.