Hace once días que las vallas de madera interfieren el paso en la vereda en refacciones. Las levantaron cuando el termómetro hervía como la paciencia de decenas de miles de usuarios a oscuras. Las levantó un tercerizado, de amable diálogo con los afectados. Advirtió: “Va para largo. Este verano va a ser complejo”. El suministro eléctrico regresó tras largas decenas de horas que ablandaron el freezer y curtieron la indignación, alimentada por otras interrupciones más breves. La vereda sigue así. No regresaron aún a concluir el trabajo.
El episodio puede replicarse por cientos, especialmente en el sur de CABA. La web del Ente Nacional Regulador de la Electricidad, hace unas horas, arrojaba que en la última jornada habían sido afectados 51.147 usuarios. Lejos de los registros del último miércoles de 2021, cuando un nuevo récord de demanda de 27.088 MW, nada inesperado (vale la aclaración), hizo volar por los aires el sistema de distribución eléctrica.
Las temperaturas disminuyeron en los últimos días, lo que contribuyó al alivio. Pero se pronostica una nueva furiosa ola de calor, nada imprevisto (vale la reiteración), para estos veranos en los que se advierten con impotencia los desbarajustes ambientales. Cuando se reiteren los cortes de luz masivos, ¿el Enre volverá a sancionar a la empresa Edesur (perteneciente a la italiana Enel) con multas por más de $ 478 millones por la “deficiente calidad de servicio” y la atención brindada a las personas usuarias?
A esa empresa que hace unos ocho meses reconoció que, luego de algún lapso en rojo al principio de la pandemia (leve retracción de la demanda y también leve crecimiento de usuarios), sus ganancias crecieron un 243% en la comparación interanual. A esa empresa cuyas cifras de inversión siempre son confusas y cuya política central es tercerizar cada vez más los servicios. “Sin tarifa, sin subsidio y sin reglas no se pueden hacer milagros”, dijo hace poco uno de sus CEO. Parafraseándolo, subir las tarifas y recibir subsidios es condición sine qua non, la única solución. Es pertinente agregar: la solución para ganar más dinero, no para mejorar la calidad y el rendimiento de la red.
Una verdad de Perogrullo: así es mucho más sencillo dar un mejor servicio. ¿Por qué no lo da el Estado, entonces? ¿Por qué al menos no muestra firmeza de carácter para evitar esta situación? ¿Otra vez caeremos con resignación en aducir factores como las adversas relaciones de fuerzas?
La respuesta de cajón es que absolutamente todos los participantes de esta historia tienen –tenemos– conciencia de que no hay solución si no se da vuelta la taba. No es cosecha propia sino la exclamación de un vecino sin luz pero con muchas luces: “La única manera de que estas empresas iluminen al pueblo será cuando se apaguen definitivamente e intervenga con decisión el Estado”.
Sí, por supuesto que aún es posible un Estado eficiente, ejecutor y solidario a pesar de la perenne prédica de la derecha sobre el carácter elefantiásico, aunque sus personeros se aprovechen de él para realizar los más pingües negociados y los curros más fenomenales.
Claro, probablemente no lo piense así ese imbécil que porque “pago mis impuestos” (siempre quedará la duda) le reclamó a una enfermera de los testeos de Covid, que, si no podía “mantenerse parada más de 24 horas en su servicio”, que se fuera, que renunciara. Se entiende la desesperación, pero no la necedad, y mucho menos la violencia contra los trabajadores de salud, que obviamente, también son el Estado. ¿Qué nos pasó, que antes aplaudíamos a los médicos que intentaban salvarnos y ahora vemos cómo los agreden y hasta les rompen las narices? Ante esa gente, mejor que apaguen la luz… «