Entre la manga de borders que convocan, a veces sobresale un border que ansía fama y convertirse en héroe nacional, aun a costa de su propia vida. El border emerge de ese discurso. «Es el resultado de la irresponsabilidad política del discurso de odio”, define con acierto Eugenio Raúl Zaffaroni.
Quien suscribe esta reflexión tomada por el apasionamiento, la incertidumbre y el desconsuelo, traspasó en más de seis décadas dictaduras horrorosas, palos y represiones, la semana santa de Alfonsín, incontables derrotas individuales y colectivas, neoliberalismos cada vez más lacerantes, pandemias de toda índole, bochornosas cacerías humanas de distinto pelaje, fake news, el que se vayan todos, golpes mediáticos y de los otros, muertes y asesinatos, muertes aun más dolorosas que otras muertes. Pero esta catarsis necesaria no disimula el sentimiento punzante. No calma la ansiedad. No despeja la abrumadora sacudida que provoca una mezcla indefinida de estupor, impotencia, hastío, desazón ante la inquietante certeza de qué habría sucedido si la bala hubiera salido. Va junto con la propensión enérgica a aferrarse al destino, la magia, la fortuna, los fantasmas o los dioses, la inclinación más o menos mística que nos abrigue sobre qué salvó a esa mujer de la muerte.
Una sensación que hace unas horas centenas de miles en todo el país pretendieron exorcizar al sol, en las plazas, gritando que no es justo, que no es lo que quiere la mayoría (aunque parezca pueril), acercándose al de al lado, siendo millones como enseñó Eva, apretándose e intercambiando miradas, energía, ilusiones. Escurriéndose el miedo en cada retumbar del redoblando, dejando volar el espanto con el humo de los puestos de choripanes. Todavía cantan y ofrecen una parte del corazón. Porque a fin de cuentas, también creen con firmeza que la patria es el otro, y lo celebran en la plaza que nunca dejará de ser del peronismo, aunque también sea de las Madres.
Aunque sepan que ya hoy habrá que enfrentar al mismo enemigo de ayer, aunque muchos de sus precursores se hayan vestido de arrepentidos que buscan la redención en una solidaridad forzada, lobos inescrupulosos que, con su accionar recurrente e infernal, provocaron que se llegara a este estado de situación. Execrables consuetudinarios (incluya el lector el epíteto que los códigos y los modales nos impiden). Los que fomentan el odio, los que impiadosamente desean la muerte, cuelgan bolsas mortuorias, exhiben horcas y guillotinas. Los que llevan a un imbécil a gatillarle a otra persona a centímetros de su nariz. Y a su presunto amigo a lamentarse, sonriente ante las cámaras, sin pudor, porque no lo ensayó con anticipación.
No nos engañemos. El magnicidio que no fue nos deja con un inasible estupor, que deberemos sacudir más temprano que tarde. Pero no los va a cambiar. ¿Cuánto tardó la oposición en volver a mostrar la hilacha? ¿Cuántos segundos permanecieron despreciando a sus correligionarios que osaron tomar en duda la cuasi tragedia vivida en Recoleta el jueves? ¿Siguen careciendo de los escrúpulos requeridos para eyectarlos de los recintos que representan a la ciudadanía?
No nos engañemos. El FMI no será más benévolo a partir de este lunes. Ni los medios hegemónicos dejarán de ser la poderosa herramienta que desde hace tanto tiempo cocina a fuego lento la crispación. No creamos que dejarán de fomentar los lawfare. Ni que la Justicia se volverá súbitamente ecuánime. Ni que muchos fiscales dejarán de ser pertrechos útiles del poder real. Ni que habrá un diálogo civilizado entre oposición y gobierno. A los especuladores les seguirá importando un bledo que muchos se mueran de hambre. Los despiadados empresarios seguirán su marcha sin arrepentimiento, y los que no lo son, continuarán siendo excepciones que confirmen las reglas. O creemos que los poderes económicos no insistirán en estrujarnos la vida y, sin empacho, darán uno y mil golpes más, si lo creyeran convenientes. O que la derecha dejará de recostarse cada vez más en la ultraderecha y que esa manga de fascistas de pacotilla dejará de pretender dinamitar edificios emblemáticos o tendrán algunas reacciones más humanistas, menos egoístas y especuladoras.
Vale el recuerdo nostálgico: la imagen de Cafiero al lado de Alfonsín, en aquella Semana Santa, con el radicalismo, el peronismo y la izquierda, codo a codo, abajo en la plaza.
¿Creemos que las conmovedoras demostraciones populares del viernes, por si solas, serán el impulso necesario y suficiente para transitar hacia el 2023 sin la fatal convicción de que si no hay un volantazo trascendente de osadía, sensibilidad social y visión de mayorías anhelantes iremos a zambullirnos de cabeza al regreso de quienes nos arrasaron en muchas épocas del pasado? Desde antes del ’45; los que lo repitieron con pizza y champagne en los ‘90; los que derrumbaron sin piedad la década ganada. No sólo eso, aprendida la lección, sedientos, insaciables, volverán por lo que quede en pie. A hacer añicos a la industria nacional, a endeudarnos hasta los tuétanos (para que luego la paguemos nosotros), a generar pobreza, desempleo y marginalidad, destrozando el Estado protector, robando con guante blanco.
El campo y las vaquitas seguirán siendo de ellos. Los garcas seguirán siéndolo. O peores. Y siempre los muertos van a seguir siendo nuestros. Y los asesinos serán siempre los mismos. Y Milagro seguirá presa, mientras tanto ladrón con traje y corbata está suelto, comiendo caviar. Y seguirá habiendo pibes consumidos por la pobreza.
¿Y cuánto tardaremos en volver a farfullar, por caso, por acciones como el ajuste que implementa un gobierno que juró no ajustar y, más aún, que trata de maquillar nombrando con otras palabras lo que les da rubor mencionar?