Otras y otros se enojan. Porque las denunciantes son actrices. Porque hicieron una conferencia de prensa en un teatro, se sentaron en un escenario, transmitieron un video y llevaron un pañuelo verde atado en la muñeca. Porque la víctima «tardó» diez años en denunciar la violación. Porque seguro no tienen trabajo, necesitan cámara y, claro, qué mejor y más fácil que denunciar una violación. Porque se abrazaron y sonrieron y aplaudieron cuando terminó la conferencia. Porque militan la legalización del aborto. Porque es imposible que el acusado sea un violador, si siempre fue un ejemplar padre de familia. Porque es muy guapo y no necesita violar a nadie. Porque «hay que esperar a ver qué dice la Justicia». Porque, pobrecito, acabaron con su carrera y con su familia y ahora cualquier mujer va a denunciar abusos o violaciones. ¿Qué se creen? Porque son feministas. Ah no: feminazis. Porque la víctima aparece sonriente en fotos junto al violador, entonces tan víctima no es. Porque seguro ella lo provocó, ¿qué ropa tenía puesta? Porque son aborteras y machirulas. Siguen muy enojados por todo, lo único que no les molesta es que un hombre de 45 años haya violado a una adolescente de dieciséis.
Algunos y algunas más están desorientados. No saben bien qué hacer, qué posición tomar en medio de esta revolución feminista que los descoloca, los incomoda, los interpela. Les hace ruido la mediatización, los linchamientos públicos. Dudan de las denuncias según quiénes y cómo las hagan. Proponen Manuales para Denunciar Correctamente una Violación. No defienden al acusado pero tampoco se solidarizan por completo con la víctima.
No faltan, por supuesto, los oportunistas. El conductor estrella de la televisión que ayer nomás cortaba faldas en vivo y producía sketches plagados de violencia contra las mujeres se acongoja frente a la cámara y pide justicia. En ningún momento pide perdón. Presto a iniciar su carrera política, olvida que fomentó la cultura del abuso, que promovió burlas masivas a mujeres en situación de vulnerabilidad. Que hizo creer que era muy gracioso que hombres desnudos acosaran a modelos o actrices. La hipocresía de los maltratadores seriales recorre los medios. Y llega al Senado. «Mirá cómo nos ponemos», escriben sin rubor alguno quienes votaron en contra de la legalización del aborto y perpetuaron la violencia contra las mujeres en nombre de su dios y de sus vírgenes. El presidente que sólo tiene dos ministras en su Gabinete y recortó fondos para los programas de combate a la violencia de género anuncia que levantarán un spot en el que aparecía el acusado y presenta a las apuradas un plan de «Igualdad de oportunidades y derechos». Hay que aprovechar el momento. La gobernadora que no tiene ministras en su Gabinete y no adhiere al protocolo de abortos no punibles dice que le duele y conmueve la violación de la actriz. Los medios, a los que se les pidió respeto, seriedad y responsabilidad, no escuchan, no entienden. Hablan de un inexistente «me too argentino», apelan a detalles escabrosos y no contratan a periodistas feministas.
La conmoción social desatada por las actrices tiene sus costos. Hay morbo, manipulación, oportunismo. Habrá, quizá, errores y contradicciones desde los feminismos. Parece inevitable. Pero, ¿saben qué?, vale la pena. Después de este crujir de estructuras, algo bueno va a quedar. Y se lo deberemos al poderoso y admirable movimiento de mujeres de Argentina.
Seguimos. «