A comienzos de 2019 el arresto del falso abogado Marcelo D’Alessio puso al descubierto una red de espionaje y extorsión integrada por jerarcas judiciales, periodistas y espías del régimen macrista. De inmediato las legisladoras de la Coalición Cívica, Paula Oliveto y Mariana Zuvic, denunciaron que se trataba de una maniobra armada por presos kirchneristas. Esgrimían al respecto unas grabaciones telefónicas “recibidas por Elisa Carrió en un sobre anónimo”.

Por respuesta, el actual diputado del Frente de Todos Eduardo Valdéz se permitió entonces una ironía: “Son tan obvios que, ante una causa que los incrimina por espionaje ilegal, responden con escuchas ilegales”.

La profusa difusión televisiva de tales audios reveló ya en aquellos días el fisgoneo sobre opositores alojados bajo la órbita del Servicio Penitenciario Federal (SPF). Ahora, como en una thriller por entregas, se descorre –también con grabaciones– el velo del asunto.

En este punto bien vale retroceder a un día invernal de 2018, cuando en un departamento de Constituyentes y General Paz usado como base de la AFI el jefe de Operaciones Especiales, Alan Ruíz, le hablaba s sus hombres.

“Lo primero que tenemos que definir con Cristian Suriano (titular del aparato de inteligencia del SPF) es una unidad que sería Ezeiza o Marcos Paz. Hay un pabellón que lo vamos a hacer completo. Lo vamos a ‘alambrar’ (o sea, llenar de micrófonos y cámaras). Lo vamos a equipar todo; los vamos a meter a todos los políticos porque están operando a full desde adentro”.

Ese hombre, la Gran Oreja del poder, el titiritero que desde las sombras diseminaba dispositivos de registro en oficinas, salones, alcobas y calabozos, no imaginaba que él también era espiado. Porque en ese preciso momento sus propios subordinados lo grababan a hurtadillas.

Tanto es así que aquella y otras delicadas confidencias suyas son ahora emitidas con éxito por TV. Además ya forman parte de la montaña de pruebas en poder del juez federal de Lomas de Zamora, Federico Villena.

Junto al tal Suriano, el vínculo en el espionaje entre la AFI y el SPF –que ya causó la eyección de su jefe, Emiliano Blanco, y su reemplazo por la interventora María Laura Garrigós– involucra al director de Asuntos Internos, Miguel Ángel Perrota; al director de Seguridad, subprefecto Juan Silveira, y al asesor de la Jefatura, Fernando Carra.

Finalmente el “alambrado” al que se refería Ruíz se instaló –al menos– en los pabellones C y D del Módulo 6 del penal de Ezeiza.

Amado Boudou no se olvida de su llegada a ese lugar: “La celda estaba quemada y tenía un recorte de revista con una fotografía de Macri y su familia pegada en la pared”. Ignoraba entonces que todos sus dichos y movimientos serían debidamente monitoreados por el personal que reportaba al cuarteto de “candados” en componenda con la AFI.

El espionaje a los presos kirchneristas era centralizado en una cueva del Área 50 (así se denominaba internamente al aparato de inteligencia del SPF) sobre la calle Varela 366, de Flores. En un allanamiento reciente fueron allí encontradas dos pantallas que habían sido utilizadas para reproducir imágenes y audios de dichos pabellones, a cuyas copias accedía la AFI de inmediato.

La patota de Ruíz (que se hacía llamar Grupo Súper Mario Bros) estaba integrada por el abogado y agente, Facundo Melo; el ex penitenciario, Jorge Saez, y el ex efectivo de la Policía de la Ciudad, Oscar Araque, entre otros.

Ahora también se sabe que todas las novedades surgidas en el fisgoneo al penal de Ezeiza, además de otras cuestiones de interés, eran informadas por ellos a la Casa Rosada. En sus registros figuran los ingresos del trío en por lo menos 12 oportunidades. Los espías Melo, Saez y Araque se reunían allí con la coordinadora de Documentación Presidencial, Susana Martinengo, a la cual Macri dispensaba la mayor de las confianzas.

“Gracias en nombre de Mauricio”, solían oír de sus labios los insignes visitantes al momento de la despedida.

Dicen que Ruiz estaba muy pendiente de tales cónclaves. Y que Melo, Sáez y Araque lo complacían describiéndoselos con lujo de detalles. Entonces, invariablemente, eran congratulados por el jefe.

 Quizás a él ahora le cueste creer que el smartphone de este último –ya secuestrado por Villena– se convirtiera en una fuente inagotable de datos para la causa, con más de mil archivos de seguimientos ilegales. Pero tal vez más le cueste asumir que uno de esos hombre haya sido el Judas que lo grabo. Lo cierto es que los muchachos de la AFI también se espiaban entre sí. Una delicia del Estado paranóico.