“Siempre me gustó leer, pero ahora Netflix te mata la lectura. Me he visto no sé cuántas series», dijo Mauricio Macri en una entrevista radial durante su visita a Olavarría. Según parece, para el gobierno que encabeza, Netflix, a pesar de estar acusada de un crimen, es “fuente de toda razón y justicia». La propia Patricia Bullrich dijo haber descubierto la forma en que mataron a Nisman viendo una serie de esta plataforma. Aunque el presidente ya no lea y prefiera las series, hay algo que resulta innegable: tanto a él como a los miembros de su gabinete, les gusta la ficción. Por eso al escucharlos uno siente la extraña sensación de que hablan de un país imaginario que se acerca más a Suecia o a Suiza que a la Argentina de hoy.
Aunque no lo parezca, la opinión de Macri sobre la lectura tiene al menos un costado esperanzador. Mucho se ha hablado de una insensibilidad patológica que le impide sentir culpa por las catástrofes sociales generadas por Cambiemos. Ahora sabemos que es capaz de sentir una pizca de culpa, al menos esa culpa difusa que genera en muchos no cumplir con el mandato social de la lectura. Ya se sabe que siempre queda bien, sobre todo en un presidente, citar a un autor famoso. ¿No fue un par de Macri el que hizo referencia hace unos años a las novelas de Borges? Los altos cargos públicos hacen posible leer hasta lo que no existe e inventar escritores. Cuando Macri era jefe de Gobierno de la Ciudad en la inauguración de una edición de la Feria del Libro se refirió a un tal José Luis Borges que no figura en ningún manual de literatura argentina.
Acusar a Netflix por la falta de lectura es una injusticia de las que se cometen tantas. Además, aunque a confesión de partes, relevo de pruebas, la confesión era innecesaria. La realidad habla por sí sola. Cuesta imaginar a un Macri extasiado con la lectura. No concuerda con su falta de fluidez lingüística y menos aún con las políticas culturales llevadas a cabo por su gobierno.
“Qué es eso de andar fundando universidades por todos lados”, dijo alguna vez sin ponerse colorado. Ya se sabe que las universidades, sobre todo las públicas, son lugares donde suelen leerse libros que desarrollan el sentido crítico y enseñan a cuestionar. Además, para qué hacer tanto derroche, si como dijo Vidal, los pobres no llegan a la universidad. Netflix no tuvo nada que ver en estas expresiones. Uno tendería a sospechar que son parte de una ideología previa al hecho de atiborrarse de series.
Tampoco Netflix es la culpable de que el gobierno que conduce el presidente encabece el ranking de cierre de centros culturales, ni de que se les niegue un sueldo a los maestros que enseñan a leer y escribir mientras se determina que el pueblo debe volver a pagar facturas ya pagadas para que las empresas de energía no pierdan con la devaluación.
Si acaso algún pecado ha cometido Netflix es haber estimulado el gusto gubernamental por la ciencia ficción y por las historias de amor. A esta altura la lluvia de inversiones y la prosperidad futura parecen tan improbables como una invasión marciana y el presidente se ha enamorado perdidamente de Christine Lagarde. Si sigue así, el exceso de series va a poner en peligro su estabilidad matrimonial.
Cabe preguntarse por qué, si el presidente, según dice, fue un ávido lector, no desarrolló un gran amor por su lengua-madre que, es de suponer, fue el castellano, aunque durante su infancia haya aprendido inglés en un caro colegio bilingüe. Dicen que la patria de un escritor es la lengua. ¿No debería ser también la patria de un pretérito lector? Tampoco es culpa de Netflix que ante cualquier presencia extranjera se le dé por hablar en inglés siendo el presidente de la Argentina. No es justo que la acusen de matar la lectura y le den prisión preventiva, si no se declara arrepentida. Más bien, es hora de que Macri comprenda la importancia de la lengua madre. Aunque sea un lugar común, es momento de explicarle que lengua madre hay una sola.