Gran impacto, desde lo simbólico, tuvo la aparición del famoso agente secreto, Antonio Horacio Stiuso, en el despacho del juez federal de Lomas de Zamora, Juan Pablo Augé, para denunciar el espionaje ilegal efectuado desde la AFI macrista sobre su persona. Eso incluía el pedido de ser sumado a la querella de la causa en cuestión.
Al fundamentar el asunto, el tipo canchereó ante el magistrado: “Debido a mi vasta experiencia en la materia, en más de una ocasión he advertido esta clase de procedimientos (sobre él)”. Pero en realidad supo que era “caminado” al leer un tuit del periodista Juan Alonso, fechado el 2 de julio. Allí revela que durante un allanamiento en la casa del ex jefe de Contrainteligencia, Diego Dalmau Pereyra (uno de los procesados), fue secuestrado el legajo personal de Stiuso, cosa que él menciona a regañadientes ante Auge.
El juez al final rechazó la denuncia del espía jubilado. Queda entonces un interrogante: habida cuenta de que transcurrieron casi tres meses entre el tuit Alonso y esa presentación judicial, ¿cuál habría sido su tardío interés en tener, en su carácter de querellante, acceso al expediente? Solo Dios lo sabe.
Lo cierto es que la figura de este hombre revolotea las zonas más negras de la historia reciente como un fantasma apenas disimulado. Su última imagen pública fue captada por un periodista del bisemanario Perfil en enero del año pasado, cuando salía de un hotel de la Recoleta con su gran amigo, Sergio Szpolski, el vaciador del Grupo Veintitrés.
En el documental inglés Nisman: el fiscal, la presidenta y el espía (The Prosecutor, the President and the Spy), de Justin Webster, su presencia como entrevistado es sumamente amena.
– ¿Por qué su apodo es “Jaimito”? –le preguntan
Él se relaja y dice:
– Yo entré al Servicio a los 18 años. Desde entonces me llaman así por el personaje de los chistes. “Jaimito” era un chico muy travieso.
Y esboza una sonrisa cargada de picardía.
Stiuso era en la SIDE parte de una capa geológica originada durante la última dictadura. Una camada de fisgones formateada según las normas del terrorismo de Estado. Y que con el paso del tiempo maduró al amparo de los sucesivos gobiernos democráticos. Un grave descuido de la República y un prolífico semillero de trapisondas, crímenes y dislates.
El 25 de julio de 2004, Gustavo Beliz –cuya gestión en el Ministerio de Justicia crujía por la actuación policial en una protesta– supo protagonizar un momento sublime de la televisión argentina al exhibir en el programa Hora Clave una foto de Stiuso, cuya cara era el secreto mejor guardado del país.
Al tiempo se supo que esa joya documental se la había proporcionado el comisario Jorge “Fino” Palacios, echado de la Federal al difundirse el audio de una conversación que mantuvo con un malviviente vinculado al secuestro de Axel Blumberg. Esa joya documental había sido aportada por Stiuso.
Cabe destacar que su gran encono hacia el uniformado era una secuela del enfrentamiento que mantenía con dos colegas suyos: los agentes Patricio Finnen y Alejandro Brousson, quienes lideraban un sector interno de la SIDE llamado “Sala Patria”.
Ellos eran aliados de Palacios en la pesquisa del atentado a la AMIA, la cual – desde el mismísimo 18 de julio de 1994 – sirvió para dirimir una feroz interna en la central de espías.
La proeza de Sala Patria fue haber manejado a su antojo la causa AMIA en complicidad con el juez federal Juan José Galeano, los fiscales Eamon Mullen y José Barbaccia, además de Palacios. Y bajo una precisa directiva del presidente Carlos Menem: no investigar la llamada “pista siria” y concluir el caso lo más rápido posible. Así se fabricó la “hipótesis de la conexión local”, una impostura que incluyó el arresto de los policías bonaerenses y el pago de 400 mil dólares a Carlos Telleldín para involucrarlos en su declaración. Dicha estrategia contó con el apoyo de la DAIA, liderada por Beraja.
El desplome de esta gavilla de simuladores (al finalizar el primer juicio del caso) propició el ascenso de la línea interna de la SIDE conocida como “Grupo Estados Unidos” (por la calle en donde anidaba). Su jefe era Stiuso. Y fue el origen de la “pista iraní”, una fábula a la medida de la CIA y la derecha israelí, de la cual “Jaimito” fue su regisseur. .
En 2013, siendo desde las sombras el hombre fuerte de “La Casa” –tal como los espías llamaban a la ya rebautizada Secretaría de Inteligencia (SI) –, se le empezaron a escurrir las cosas entre los dedos. De hecho, el 9 de julio de aquel año, un extraño operativo del Grupo Halcón de La Bonaerense dejó a su estrecho colaborador, Pedro Tomás Viale, agujereado como un queso gruyere.
El autor de este artículo reveló entonces que, esa noche, Stiuso debió haber estado allí. Aquella primicia lo incomodó de sobremanera, al punto de recriminárselo a su querido Szpolsky.
Un año y medio después, tras haber dejado en banda, apenas a horas de su suicidio, al fiscal Alberto Nisman, de quien era una suerte de guionista, comenzó su debacle definitiva, en coincidencia con el reciclaje de la SI en la AFI, un proceso que lo dejó de lado.
Ahora el gran espía ha salido otra vez a la luz, pero esta vez en su rol de espiado. «