Facundo Burgos, de apenas 12 años, murió asesinado por la espalda por la policía tucumana mientras viajaba como acompañante en una moto que manejaba un amigo de 14 años, quien también fue herido. Los dos agentes responsables de los disparos alegaron que circulaban de forma sospechosa. Luego de unas horas detenidos fueron liberados en un contexto en el que este tipo de asesinatos crece aceleradamente según la organización de derechos humanos Andhes.
La abuela de Facundo, Mercedes del Valle Ferreira, con quien vivía el niño escribió una carta publicada por La Garganta Poderosa donde cuenta quién era su nieto y revela que los policías le dijeron cuando llegó al hospital que el nene sufrió un accidente vial. Y minutos después, la tomografía nos anunció que había fallecido por el tiro de un arma 9mm.
Del Valle Ferreira relata que inmediatamente fueron a la Comisaría 1ª de San Miguel de Tucumán: Éramos dos mujeres y ellos un montón de hombres, apuntándonos con itakas. Nos ocultaron información y nos sacaron zamarreándonos de los brazos. Ahora, el barrio está lleno de patrullas y, mientras dejo caer estas palabras como lágrimas, comienza una razia en la otra cuadra, bajo la mira de un helicóptero policial que sobrevuela la zona.
¿Cómo que lo mataron, si nunca nadie dijo nada malo de mi negrito? se pregunta la mujer, desconsolada. No puedo explicar lo que siento aquí, en el pecho. ¡No saben cuántos amigos tenía! No saben cuántos niños había en su entierro.
También podés leer Tucumán: un niño de 11 años fue asesinado por la policía de un tiro en la nuca.
La carta completa publicada en La Garganta Poderosa
«MATARON A MI NEGRITO»
Por Mercedes del Valle Ferreira,
abuela de Facundo, asesinado a los 12 años por la Policía.
Ya no me quedan lágrimas. Nos destrozaron la vida. El Negro era un niño maravilloso, lleno de amistades, que no tenía problemas con nadie. Y anteayer a la madrugada, a pocas horas de su primer día en la secundaria, lo mataron, me lo mataron. Tenía 12 años: 12 años, tenía, ¿entienden? Un niño, hermanito de otras dos niñitas, de repente pasó a estar en el hospital Ángel Padilla, tirado en un rincón, con la cabeza destrozada Era una criaturita, mi criaturita.
¿Cómo se hace? ¿Cómo hacemos? ¿Quién se lleva este dolor? Para colmo, debemos soportar infinidad de historias falsas, circulando por internet o televisión, porque no, nada hubiera justificado lo que hicieron, pero mi nieto no robaba, ni manejaba un revólver, como inventa la Policía. Había terminado la primaria en la escuela Miguel Lillo con muy buenas notas y estaba por arrancar su nuevo ciclo en la ENET Nº5. Ya tenía todos los útiles, la mochila preparada y su ropa lista. Es más, acabábamos de comprar unos zapatos que no le gustaban para nada, pero los necesitaba para arrancar el colegio. Vivía conmigo y con sus tíos, en mi casa, en el barrio Juan XXIII, conocido como Villa Bombilla, en Tucumán.
El miércoles a la noche, Facu salió en moto con Juan, un amigo dos años más grande, para ir a ver las picadas en el Parque 9 de Julio, como es común acá entre los changos Al regresar, pasada la medianoche, unos uniformados les dispararon a quemarropa, así, ¡a quemarropa! No existió ningún enfrentamiento. Y en cuanto nos enteramos, salimos corriendo al hospital, donde nos recibieron con mentiras los voceros arreglados con las Fuerzas. Sufrió un accidente vial, nos dijeron. Y minutos después, la tomografía nos anunció que había fallecido por el tiro de un arma 9mm.
La versión oficial vino acompañada por un cordón policial, porque íbamos a generar problemas. Y entonces inmediatamente fuimos a la Comisaría 1ª, donde nos dijeron que los agentes ya estaban detenidos. Éramos dos mujeres y ellos un montón de hombres, apuntándonos con itakas. Nos ocultaron información y nos sacaron zamarreándonos de los brazos. Ahora, el barrio está lleno de patrullas y, mientras dejo caer estas palabras como lágrimas, comienza una razia en la otra cuadra, bajo la mira de un helicóptero policial que sobrevuela la zona.
El 7 de mayo, Facu iba a cumplir 13. Y sí, soñaba ser como Messi, para poder comprarle una casa a su mamá, que vive en Santa Fe. Allá, él había jugado al fútbol en Unión de Sunchales y tenía pensado volver en unos meses. ¡No podrá! Me parece verlo ahora, jurándonos que algún día nos iba a comprar una mansión, para poder vivir mejor. Lo pienso y todavía no entiendo. ¿Cómo que no volveré a ver a mi nieto? ¿Cómo que no volverá a correr hasta mis brazos, gritándome «Pachona, Pachona»? ¿Cómo que lo mataron, si nunca nadie dijo nada malo de mi negrito? No puedo explicar lo que siento aquí, en el pecho. ¡No saben cuántos amigos tenía! No saben cuántos niños había en su entierro.
¡Su entierro!
Ahora sólo nos queda luchar, yendo a Tribunales todos los días, caminando en los pies de todos ustedes, todas las veces que haga falta, porque nosotros no tenemos plata, pero tenemos dignidad. No entendemos y nunca podremos entender por qué hicieron lo que hicieron, pero no van a detenernos hasta que no se haga justicia, para que mi nietito pueda descansar en paz. Yo sigo llorando. No puedo parar. Siento un dolor inmenso, que ya no puedo calmar con sus abrazos…
Te juro, mi negrito,
que no voy a bajar los brazos.