Ricos más ricos, pobres más pobres y sectores medios con problemas cada vez más severos para llegar a fin de mes. En casi tres años de gestión, el gobierno de Mauricio Macri es exactamente como se dijo que iba a ser: un brutal generador de inequidad distributiva y desigualdad social, una restauración conservadora hecha y derecha disfrazada de modernidad.
El modelo que durante años diseñó la Fundación Pensar, y el gobierno puso en marcha desde el primer minuto de gestión, entró en colapso en las últimas semanas por la aceleración de la corrida cambiaria que se inició en abril. Pero la corrida no es la causa de la crisis, como sugirió el presidente en sus últimos discursos, sino consecuencia de decisiones que el propio gobierno tomó. La prensa afín -hoy en vías de volantazo- calificó esas decisiones de “mala praxis”, pero en realidad fueron tomadas con plena conciencia de los riesgos y las consecuencias que entrañaba meter al país en la licuadora del mega endeudamiento y la timba financiera global.
En pleno desastre, Macri repitió el libreto retórico que lo llevó al sillón presidencial. Culpó de sus infortunios a la herencia kirchnerista, se excusó en el cambio de “las condiciones externas” y dijo ser víctima de distintos imprevistos meteorológicos: “sequía”, “turbulencias” y “tormentas”. Pero hubo más. El presidente socializó la responsabilidad con todos los argentinos, “que vivimos por encima de nuestras posibilidades”, dijo, repitiendo el eufemismo que suele usar el oficialismo para justificar el ajuste y la austeridad fiscal.
La mención, además de injusta, resulta espeluznante: pocas cosas son más violentas que ver a un rico reclamando austeridad a quienes no pueden llegar a fin de mes. O a las dos comidas diarias.
El desapego del presidente con la realidad de las personas de a pie no es nuevo, pero adquiere niveles dramáticos cuando el país necesita de un líder que al menos explique con contundencia hacia dónde va el país. En esos casos, resultan insuficientes las lecciones de lugares comunes impartidas por Durán Barba o las máximas de su autora política favorita, la gurú del egoísmo Ayn Randt. Como se apreció en el patético mensaje de un minuto cuarenta dirigido a los mercados, cuando la realidad aprieta el presidente hace agua en el mar de dudas que constituye su gestión.
El mayor problema de Macri, sin embargo, no es su dificultad para ejercer el liderazgo en la “turbulencia”, sino su plan de vuelo. Las medidas anunciadas este lunes -make up del gabinete incluido- implican una profundización del modelo que convirtió a la Argentina en un polvorín. Menos recursos para salud y ciencia, más estímulo para seguir multiplicando el dinero en los mercados financieros y, como consecuencia, encareciendo las condiciones de vida de los asalariados y trabajadores en general.
Un ejemplo práctico de la persistencia en “el rumbo” es la exótica fórmula que se aplicará para cobrar retenciones a la exportación. Según el programa presentado por el ministro Nicolás Dujovne, se cobrarán 4 pesos por cada dólar exportado de materia prima y 3 por cada dólar de productos manufacturados. El esquema, sin embargo, esconde una trampa: al pagarse un monto fijo en pesos, la devaluación licúa el impacto tributario. O sea: un fuerte estímulo para que los exportadores posterguen liquidar sus ventas y apuesten a seguir depreciando el peso.
“El diseño es muy malo”, evaluó el economista Martín Alfie: “Las retenciones se licúan con el tipo de cambio. Cuánto más alto es el dólar, se paga menos de retenciones. Es un incentivo a no liquidar y apostar contra la suba del dólar”. El director de Canal Rural, Carlos Etchepare, hizo números: «Si en lugar de $40 tuviéramos un tipo de cambio de $30, las retenciones subirían: serían de 13% para el trigo, maíz y girasol; 31% para los granos de soja y 28% para el aceite y harina de la oleaginosa -detalló-. Si el tipo de cambio fuera de $50, las retenciones se diluirían: pasarían a ser del 8% para el trigo, maíz y girasol; del 26% para la soja y del 24% para la harina y el aceite. En este sentido, si yo soy exportador, voy a tratar de que el tipo de cambio sea cada vez más alto, para que el impuesto se vaya diluyendo». A confesión de partes…
Aunque en público despotriquen contra la medida, cerealeras, petroleras y fondos especulativos -los grandes ganadores del modelo, junto a personas con ahorros dolarizados que tributan alícuotas ridículas por su riqueza-, debieran estar agradecidos con la fórmula que les permite maximizar renta especulando contra el peso. Las mayorías asalariadas, en cambio, son las que pagarán esa fiesta de pocos: hasta el propio ministerio de Economía admite que este año habrá más de 40% de inflación.
A esta altura de la historia, el gobierno ya no puede encubrir sus acciones en la teoría de la “prueba y el error”: nadie se equivoca tantas veces, y siempre a favor de los mismos, por pura casualidad.