La ingeniería genética y las técnicas de ADN recombinante dieron lugar, en lo que va de este siglo, a una verdadera revolución en los cultivos y la producción de alimentos. Sin embargo, ese bagaje biotecnológico choca hoy con límites como la aparición de organismos y malezas resistentes, la crisis climática, el agotamiento de los suelos y la contaminación. Este fue uno de los temas de debate durante el encuentro Migración de Ideas, organizado por la Fundación Balseiro el 2 de noviembre en Bariloche.
Tiempo Rural dialogó sobre el futuro de la biotecnología, el rol del Estado y el riesgo de desmantelamiento del sistema científico con tres exponentes centrales del desarrollo biotecnológico en el país: Sergio Feingold, director del laboratorio de Agrobiotecnología del INTA; María Eugenia Farías, microbióloga y fundadora de la startup PunaBio; y Raquel Chan, creadora del Trigo HB4.
– El Trigo HB4 se promueve como una variedad resistente al cambio climático. Sin embargo, abre la puerta al uso de glufosinato de amonio, un herbicida más potente que el glifosato. Entonces, ¿cuál es el beneficio de este desarrollo científico?
Raquel Chan: – El desarrollo del trigo HB4 se hizo para sequía. En mi laboratorio nunca usé glufosinato. La fantasía es que el trigo convencional no tiene herbicidas. Pero todos los cultivos extensivos se siembran con herbicidas, para pelearle a la maleza que se lleva la luz. el agua y los nutrientes, que el productor quiere que vayan a su cultivo.
-Pero los herbicidas son tóxicos…
R.C.: -Sí. Al igual que casi cualquier sustancia, como la sal o el azúcar, en dosis inadecuadas. Porque la toxicidad se define por dosis y daño. Los herbicidas son tóxicos y hay que reemplazarlos. Es una deuda de la ciencia. Pero por ahora es naif pensar que los agricultores van a sembrar sin usarlos.
-¿Y la agroecología?
R.C.: -Es para producciones pequeñas. No se puede aplicar a agricultura extensiva. Somos cada vez más habitantes en el mundo y necesitamos producir más alimentos con la misma cantidad de suelo.
Sergio Feingold: -Cualquier agroquímico mal usado produce daño. Por eso el INTA trabaja en buenas prácticas. Uno de los problemas con los transgénicos es que la tecnología no fue bien usada. Y esto hizo que aparezcan malezas resistentes. Básicamente porque se cambió la lógica de la producción. Antes de los transgénicos, los cultivos convivían con las malezas. Y se calculaba la dosis de herbicida tomando en cuenta que el costo de controlar la maleza sea menor que la disminución del rendimiento por daño. Pero cuando apareció la soja RR (resistente al glifosato), se podía aumentar la dosis porque la modificación genética impide la síntesis de un aminoácido vital para el crecimiento de todas las plantas, menos de la genéticamente modificada.
– El problema de la alimentación en el mundo no es por escasez, sino por mala distribución de los alimentos. ¿Ahí qué rol tiene la biotecnología?
María Eugenia Farías: -Eso es verdad, pero si no hacemos biotecnología no vamos a poder darle de comer a todos. El desafío de la biotecnología hoy es aumentar la productividad cuidando el planeta. Y para esto, hay que seguir buscando las respuestas en la naturaleza. Es el caso de las bacterias extremófilas que con mi equipo descubrimos y logramos aislar en la Puna. Estas bacterias, al ser inoculadas en semillas, mejoran su crecimiento, aún en suelos degradados; Así demostramos que hay que proteger los salares de la Puna porque allí no solo hay litio, sino que están estos maravillosos microorganismos que están dando respuesta al dilema de producir sin degradar el suelo. Preservarlos, además de la belleza paisajística y cultural, genera dinero para la provincia y para las comunidades.
-¿Cómo es esto?
M.E.F.: -A partir del Protocolo de Nagoya (N. de la R.: es el acuerdo internacional sobre acceso a los recursos genéticos y la participación justa y equitativa en los beneficios derivados de su utilización, firmado en esa ciudad japonesa), nosotros pagamos regalías al Conicet y a la provincia de Catamarca, para que a su vez esos recursos sean reinvertidos en las comunidades. De eso se trata la sustentabilidad.
R.C.: -La sustentabilidad genera beneficios económicos, pero para lograrla se necesita Ciencia. Eso es lo que los gobernantes deberían entender… Argentina estaba con una inversión baja, pero había un ministerio de Ciencia y de Producción invirtiendo en empresas de base tecnológica. Hoy no hay nada de eso.
– ¿Y cómo es hacer ciencia en Argentina cuando el gobierno dice que “no hay plata”?
R.C.: -No es que no hay plata. Y la que le sacan a la ciencia no se la dan a la gente pobre. Esa plata además viene de organismos internacionales y son partidas que no se están ejecutando, lo que va a tener un costo financiero y judicial enorme, porque además de intereses, el país va a tener que pagar multas.
S.F.: -Esto obedece a un plan de re-primarización de nuestra economía. Históricamente se ha tratado de bloquear el desarrollo de países no centrales de esta manera, impidiendo que haya desarrollo científico-tecnológico y comprándolo afuera.
-Y ahora que no hay inversión estatal en Ciencia… ¿Qué pasa con la inversión privada?
M.E.F.: -Hay cosas que si no las hace el Estado no las hace nadie. Puna Bio no existiría si no hubiese tenido una inversión estatal para dar el primer paso, aunque después sí tuvimos inversión privada. Hoy somos 27 científicos y científicas en Tucumán. Vienen todos del de la Universidad Pública y el Conicet. Nosotros como empresa no hubiéramos podido formarlos.
R.C.: -Cuando yo arranqué con la idea de hacer variedades resistentes a la sequía, el único que me dio plata fue el Estado. Después vino Bioceres, pero yo creo que me apoyaron porque recién empezaban y eran tan naif como yo (se ríe)
-¿Qué los inspira para seguir investigando? ¿Cuáles son sus próximos desafíos?
R.C.: -Tenemos una población mundial que está creciendo, porque gracias a la ciencia, la esperanza de vida aumentó. Entonces tenemos que producir más alimentos en la misma superficie cultivable y usando menos químicos para obtener el mismo rinde. El desafío es enorme porque las malezas se hicieron resistentes. Una de las vías es la que sigue María Eugenia: encontrar organismos capaces de adaptarse a condiciones extremas, y aplicarlos a los cultivos. Esto requiere un trabajo conjunto de los científicos, pelear contra los egos, seguir peleando por fondos… eso es lo que me impulsa…
S.F.: -Me inspira saber que se hizo mucho, pero queda mucho más por hacer. La biotecnología aún no fue usada en su total potencial: apenas exploramos la resistencia a insectos y a herbicidas y tuvimos un evento de adaptación al Cambio Climático. Pero falta investigar más sobre fertilizantes que fertilizan al cultivo y no a la maleza. Con eso cambiamos la lógica. En lugar de debilitar o matar a la maleza, fortalecemos al cultivo para que se defienda solo.
M.E.F.: -Creo que la ciencia tiene un montón de respuestas, pero hacer que la ciencia termine en un producto o un servicio, generando divisas más allá de una publicación, hay que aceitar muchos mecanismos. Los científicos tenemos que salir del laboratorio, y articular con el Estado, con el capital privado y con las regulaciones. Porque si vamos con una innovación; hasta que los reguladores la entienden, pasa mucho tiempo y no podemos esperar tanto.