Hace setenta años Eva Duarte de Perón, Evita, pasaba a la inmortalidad. Murió de cáncer, con sólo treinta y tres años. Joven, muy joven, justo en una edad emblemática para la cultura occidental, la edad Cristo. En esto también les jugó una mala pasada a sus enemigos. Digo enemigos, porque eran mucho más que adversarios políticos, querían la muerte y demostraron unos años después en los bombardeos a la Plaza de Mayo, que no dudaban en matar, incluso, a su propio pueblo.
¡Viva el cáncer! decían las pintadas en las paredes. Hoy podemos verlas actualizadas en bolsas negras colgadas en las rejas de la casa de Gobierno o en guillotinas en marchas en la plaza. O en un trasnochado video, que desde un decrépito discurso busca el negacionismo y convoca a una épica golpista. Cambiaron significativamente las circunstancias. Hoy no necesitan de ejércitos militares porque las fuerzas de la reacción cuentan con otras armas: los especuladores económicos, los medios hegemónicos de comunicación y el partido judicial.
En estos días se puso en cuestión una frase que hace síntesis del pensamiento y la acción de Evita respecto a las políticas de Estado frente a las necesidades sociales. Ella deploró la caridad para colocar las respuestas estatales a quiénes necesitan desde el paradigma de la justicia social. A eso se refiere cuando dice que donde hay una necesidad nace un derecho, ni más ni menos. No son dádivas, ni paliativos que garantizan desigualdades presentes y futuras. Son derechos que promueven inclusión y ascenso social. Redistribución de riquezas y recursos, también simbólicas, no sólo materiales. Por eso Evita creó la República de los Niños, los complejos vacacionales como el de Chapadmalal, con acceso y vista al mar más espectacular que cualquiera de los hoteles llenos de estrellas de la ciudad feliz. Por eso también llevaba a las censistas al Teatro Colón con vestidos de gala. Porque fue una fanática de la igualdad.
Evita escribió Mi mensaje los últimos días de su vida donde señala conocer y haber visto de cerca a los enemigos del pueblo y de Perón. Y remarca que le ha reiterado hasta el cansancio, con distintos tonos de voz -podemos imaginar que también a los gritos-, que la guía para tomar decisiones está en el pueblo: los descamisados, los trabajadores, las mujeres; el pueblo y los pueblos del mundo. Una mirada sobre el mundo, que conocía y recorrió, que también hoy vive circunstancias acuciantes, luego de tantas décadas de neoliberalismo, con la pandemia del COVID y ahora la guerra en Europa, que afectan la provisión de alimentos y energía.
¿Qué decir hoy desde este legado y desde un gobierno peronista que está frente a especuladores parecidos a la oligarquía que ella denunció con tanta pasión? Los descamisados, los grasitas, las mujeres que hoy hacen frente desde los hogares que las tienen de sostén y enfrentando las crisis. Evita diría que ahí es donde hay que dar y buscar las respuestas. En La Razón de mi vida ya señaló que era necesario un ingreso para las mujeres en los hogares, pensado desde políticas universalistas y no focalizadas que sólo son paliativos que reproducen desigualdad. Mientras tuvo fuerzas se reunió con las conducciones gremiales para poner el centro en las condiciones laborales de las y los trabajadores, pero también en la organización y movilización popular. Por ahí están las claves del presente. Con todas las diferencias de los años transcurridos, las contradicciones se actualizan y se deben enfrentar según cada momento histórico. Redistribuir riqueza y recursos materiales y culturales para las mayorías populares fueron y son las medidas que han permitido crecimiento, estabilidad y pagar las deudas, primero con el pueblo y luego con los organismos internacionales de crédito. Para saber de qué lado hay que estar es cierto que setenta años no es nada.