El Episcopado se entrevistó con el presidente Mauricio Macri y le comunicó su preocupación por el aumento de la pobreza, la baja del consumo, el aumento del desempleo, entre otros problemas sociales. El presidente respondió con una frase desesperanzadora: «Todavía tenemos meses duros por delante». Previendo tal dureza y preocupado por las tensiones que pueda generar la situación social, el FMI le pide al gobierno que fortalezca el apoyo a los más vulnerables.
Discurso y realidad parecen enfrentados. Pareciera que existe una necesidad en el macrismo de naturalizar que la vamos a pasar mal, para luego indicar que «el segundo trimestre del año que viene volveríamos a crecer». No es sólo una esperanza vana, sino que este discurso se ubica muy lejos de «lo peor ya pasó y ahora vienen los años en que vamos a crecer», profetizado por Macri hace menos de un año, en la Asamblea Legislativa de 2018. Pero más allá del famoso «segundo semestre» ahora convertido en el «segundo trimestre», en el 2019 continuará la recesión.
Se acaban de publicar los datos de la distribución del ingreso y, según el Indec, esta mejoró entre el tercer trimestre de este año e igual período del año anterior. La razón de esta mejora es que los sectores de mayor ingreso perdieron algún punto porcentual de participación que fue hacia las clases medias. Pero la sensación es distinta, la mayoría siente que está peor. Y esa sensación la podemos revalidar con los propios datos del Indec. Comparando los dos trimestres mencionados, el ingreso promedio de los diez sectores que se utilizan para analizar su evolución aumentó en torno a un 25% en las distintas mediciones de ingreso que realiza el Indec. Pero para el mismo período la inflación aumentó un 35,4%. Una fortísima caída en el poder de consumo de los sectores encuestados y un gran ejemplo de igualación para abajo: la población está alguito más equitativa, pero con un poder de consumo derrumbado. Un preludio del ajuste que se aplicará el año que viene.
La sensación también nos ayuda para analizar cómo pega la inflación en el ánimo de la población. Puede que la inflación vaya bajando los próximos meses, pero difícilmente la gente lo perciba, porque lo que le impacta, más que el número de la inflación, es que cada vez puede comprar menos. De hecho, el gobierno fomenta aumentos salariales para el próximo año del 23% y luego renegociación, cuando la inflación estaría en el 27,5% según el REM del Banco Central. Más aun, después de una pérdida de los salarios reales que se acercaría al 12% durante este año.
Una experiencia personal; allá por 2013, 2014, solía hablar con un empresario pyme que se quejaba amargamente porque había un mercado doméstico para vender los productos que él deseaba importar cuando el gobierno limitaba las importaciones y él estaba perdiendo la oportunidad de obtener mayores ganancias. Hace poco lo encontré y le pregunté cómo le iba, si estaba contento ahora que se puede importar de todo. Me respondió: «Ahora no tengo a quién venderle».
Gobierno y FMI hablan de agregados macroeconómicos y financieros, pero no prestan atención al hecho de que detrás de esos resultados está la gente que sufre directamente los costos de las políticas. Ese impacto no se prioriza, a lo sumo se intenta reducir el rechazo y la tensión social con algunas dádivas a los más desprotegidos.
El acuerdo con el FMI no es una sensación
Con la aprobación del tercer tramo del préstamo del Fondo Monetario Internacional queda más claro aun que el rumbo de las políticas se consolida, a pesar de sus enormes costos.
En un texto que se conoció esta semana se sostienen acciones que preocupan. El Fondo comienza afirmando: «El programa está produciendo sus primeros resultados. El pasaje del presupuesto 2019, con amplio apoyo político, ha colaborado para solidificar la confianza en el plan de estabilización de las autoridades argentinas (…) Como resultado, el riesgo soberano se ha reducido». El riesgo país mira para otro lado, alcanzando los 821 puntos. Una muestra de que los propios mercados tienen dudas concretas acerca del repago de la deuda.
Según el FMI, «más esfuerzos son necesarios para que la consolidación fiscal sea sustentable y favorable al crecimiento. Reformas en el sistema impositivo y de pensiones reforzarán la confianza en el proceso (…) Dada la complejidad de esas reformas, y la necesidad de establecer un consenso social amplio alrededor de ellas, será importante comenzar pronto con el trabajo técnico y preparatorio, con la mirada puesta en enviar las normas al Congreso a fines de 2019». Sigue diciendo: «La agenda de reformas estructurales continúa (…) Las prioridades incluyen un sistema tributario menos distorsivo, un sistema de regulaciones del mercado laboral más balanceado (…), menos barreras al comercio y a la inversión extranjera». Es decir, se viene una nueva temporada de reformas estructurales. El FMI brinda oxígeno durante el 2019 para que el gobierno intente generar un consenso que aumente sus chances de ganar las elecciones, para, después del 2019, «hacer lo que tiene que hacer»: ir a fondo con las reformas y el ajuste.
Las expectativas del FMI para la inflación del próximo año son del 20%, tras el 47% que proyecta en el actual: gran dosis de optimismo. Esta proyección se sustenta en «un tipo de cambio más estable», pero no sólo en ello. También en «una amplia brecha del producto» (léase recesión) y en la «moderación en las negociaciones salariales próximas». En otros términos, el plan antiinflacionario precisa de una fuerte capacidad ociosa de la economía y de la pérdida de ingresos reales de los trabajadores y de los sectores medios. De hecho, en el capítulo «Reforzando la disciplina fiscal», se sostiene que «será importante resistir las presiones alrededor de los subsidios energéticos y de los incrementos salariales». Así de crudo.
Por su parte, se sostiene que «mayores esfuerzos son necesarios para racionalizar la red de protección social y extenderla a aquellos que no están cubiertos». Pero no es el caso. El FMI a lo sumo permite que se utilicen recursos adicionales por el 0,2% del PIB, cuando el ajuste fiscal llega al 3%. La aparente preocupación del FMI es como tapar el sol con las manos, en medio del fuerte ajuste que se plantea.
El gobierno argentino se volvió a hacer cargo de la propiedad del programa y reforzó su compromiso con el mismo: «Tomaremos toda medida adicional que sea apropiada para dar con los objetivos macroeconómicos y financieros y consultaremos con el FMI sobre la adopción de estas medidas». Ratifica así que se siente cómodo con esta actitud porque éste era el plan desde el inicio de la gestión.
El gobierno y el FMI omiten que su plan económico es rechazado por amplios sectores de la sociedad. Pensando en el mediano plazo, un triunfo del oficialismo en 2019 sería el preludio para un ajuste aun más duro a partir de 2020 y para el desembarco de todo un listado de reformas estructurales. Por eso es un desafío para gran parte de la ciudadanía gestar un amplio frente con un programa que esté en las antípodas del que se está aplicando, para no otorgar semejante cheque en blanco a la gestión neoliberal que nos agobia. «