Falta casi un año y medio para el próximo turno electoral, pero la elección ya marca el pulso de la política. El año próximo es clave para el gobierno de Mauricio Macri que tiene una enorme debilidad en el Parlamento. No se trata sólo de las cuotas de poder de cada fuerza, la cuestión es un poco más compleja. Poniendo el foco en lo meramente electoral, 2017 para el macrismo tiene un peso similar al que tuvo el 2005 para el kirchnerismo.
En esa ocasión (el 2005), en rigor, el kirchnerismo terminó de nacer. Dejó atrás su alianza con Eduardo Duhalde, que fue con su propia lista a la elección y perdió, tomó el liderazgo del peronismo, construyó mayoría parlamentaria, y tuvo el sustento para impulsar sus políticas. Por eso es que no se trata de una elección más. Es el escenario donde se jugará la posibilidad de consolidar la restauración neoliberal que impulsa el macrismo.
Este es el telón de fondo de buena parte de las tensiones que se incrementan en la alianza Cambiemos. El principal aliado del gobierno, la UCR, acumula malestar por doble vía, una es ideológica y otra netamente política. Al diputado nacional Ricardo Alfonsín, que picó en punta con los cuestionamientos a las políticas de ajuste, se sumaron esta semana el senador por Formosa Luis Naidenoff y el diputado nacional y ex intendente de Pergamino, Héctor Cachi Gutierrez. «El Estado tiene las herramientas para poner freno a la especulación y la avivada de algunos pícaros que forman precios y que tienen prácticas monopólicas», reclamó, y presentó en la Cámara Alta un proyecto para modificar el tarifazo impulsado por el Ejecutivo, proponiendo una «Tarifa Social y Acceso Solidario» a los servicios.
Hay un punto en común entre Alfonsín y Naidenoff. Ambos se opusieron al acuerdo con Mauricio Macri en la ya histórica Convención radical de marzo de 2015, en la que Ernesto Sanz impuso la alianza con el partido amarillo. No es que todos los dirigentes que estuvieron en contra de esta alianza estén ahora reagrupándose para volver a cuestionarla, pero en esa Convención están delineadas las fisuras que las políticas del gobierno actual comienzan a remover.
Los operadores radicales de la provincia de Buenos Aires no titubean al afirmar que el PRO los quiere «borrar del mapa». Es que el partido amarillo ha comenzado a desplegar una estrategia de «seducción» de caciques peronistas, y para el macrismo es estratégico mantener al PJ fracturado, aunque eso implique darles cada vez menos espacio a los boinas blancas en su armado. A eso se refirió Gutierrez, que eligió hacer declaraciones en su pago chico, Pergamino. El ex intendente calificó como una «falta de respeto», la estrategia de «cooptación» de peronistas. «Estas actitudes nada tienen que ver con la filosofía del radicalismo», aseguró.
Este escenario es el que ha hecho que los radicales bonaerenses y de otras provincias hayan comenzado a hacer circular por lo bajo que están dispuestos a «ir a las PASO en todas las categorías», y competir contra los candidatos del macrismo. Esta posibilidad, cada día más cierta, no sólo podría aumentar las tensiones por cuotas de poder en el Parlamento, sino que los dirigentes que tienen diferencias ideológicas profundas con el macrismo pueden ganar más espacio dentro de la alianza, algo que cae muy mal en la Rosada.
No sólo los radicales producen estos tironeos con el PRO, que se juega su destino en la próxima elección. A pesar de que Macri le ofreció la embajada de Estados Unidos para sacarlo del juego porteño, Martín Lousteau, que casi derrota a Horacio Rodríguez Larreta en las elecciones capitalinas del año pasado, evalúa competir el año que viene. Por eso la mesa chica del macrismo le pidió a Elisa Carrió que no confirme su candidatura en provincia de Buenos Aires. Evalúan ponerla en Capital para frenar al ex ministro. «