Cuando faltaban pocos meses para las elecciones nacionales de 2015, la Convención Nacional de la UCR se había transformado en uno de los dos puntos de inflexión de los que todo el sistema político estaba pendiente. El otro era cómo iba a resolver Cristina Fernández la sucesión. Hoy, cuatro años después de aquellos momentos, la escena se repite: los dos elementos sobre los que pivotea el futuro político del país son qué hará CFK con su propia candidatura y qué harán los radicales con su alianza electoral.

En aquella Convención de marzo de 2015, la rama progresista del radicalismo había perdido la batalla interna contra los sectores conservadores del partido antes de que se realizara el tradicional ritual. El frente Unen, que era la apuesta de este sector para plantear una alternativa al kirchnerismo que no implicara un giro a la derecha, había sido demolido. Parte de ese trabajo lo había realizado una experta en la tarea, la diputada Elisa Carrió, que durante todo el 2014 impulsó junto con los grandes medios de comunicación que había que hacer una alianza con Mauricio Macri. Ese acuerdo traía consigo el inevitable alejamiento del socialismo santafesino, del GEN de Margarita Stolbizer, y del Proyecto Sur de Fernando Pino Solanas. Y así fue. El resto se sabe: se hizo la Convención en Gualeguaychú y la posición que dio a luz a Cambiemos ganó la votación.

La correlación de fuerzas de la interna radical ha cambiado mucho, entre otras cosas por el fracaso económico del gobierno. Una de las máximas autoridades del Comité Nacional le dijo a este diario en reserva: “Si se hace la Convención ahora puede pasar cualquier cosa. Los números no tienen nada que ver con los de hace cuatro años”.

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Esa es la razón, según la misma fuente, por la que no se la convoca. En lo formal, es el Comité Nacional el que debe convocar al cónclave. Ese comité está controlado por dos gobernadores: el jujeño Gerardo Morales y el mendocino Alfredo Cornejo. Ambos están haciendo el juego de cacarear por un lado y poner los huevos en otra canasta: prometieron lealtad a Macri, pero adelantaron las elecciones en sus terruños para no llevar al presidente en la boleta. En la UCR jujeña dan una explicación sencilla: que el jefe de Estado aparece 20 puntos abajo de Morales en la intención de voto. Lo que se dice un salvavidas de plomo.

Lo cierto es que los dos caciques no pueden garantizarle al presidente una Convención que salga a favor de mantener la alianza con el PRO con un mínimo de holgura. Consideran el peligro de perder la votación o de ganar por poco. En ambos casos, con matices, el impacto político sería dañino. Además de que parten de la base de que en ese encuentro partidario, de mínima, según la fuente que habló con este medio, “volarían sillas como en los viejos tiempos”.

La falta de convocatoria está llevando de facto a una ruptura suavizada. Al no haber una resolución de nivel nacional los distritos comienzan a actuar por su cuenta. La UCR -y por ende Cambiemos- ya estaba dividida en Santa Fe y ahora se sumó Córdoba. “Se impone por decantación la libertad de acción. Es como romper sin formalizarlo”, remarcó la fuente que habló con Tiempo.

La candidatura de Roberto Lavagna es la tabla para cruzar el río que han encontrando los sectores del radicalismo que cuestionaron la alianza con Macri y luego su gestión; también los que apoyaron y ahora quedaron heridos o los que quieren saltar de un barco que sienten que se hunde. Por convicción o pragmatismo, son muchos.